MIAMI.– Por tercera vez consecutiva, el presidente Donald J. Trump ha ido a pasar este fin de semana a su propiedad en West Palm Beach, para dolor de cabeza de su entorno y guardaespaldas.
MIAMI.– Por tercera vez consecutiva, el presidente Donald J. Trump ha ido a pasar este fin de semana a su propiedad en West Palm Beach, para dolor de cabeza de su entorno y guardaespaldas.
Aunque Mar-a-Lago pertenece al mandatario y allí tiene sus instalaciones privadas, realmente es un club privado de éxito en el cual hay constantemente recepciones, bodas, almuerzos y cenas, lo cual hace más difícil crear un ambiente suficientemente seguro y práctico para trabajar.
El sábado pasado, por ejemplo, cuando Trump estaba cenando allí con el primer ministro japonés Shinzō Abe y se enteraron de que Corea del Norte había lanzado un misil hacia el mar de Japón, tuvieron que estudiar la crisis alrededor de la mesa de la cena, en medio del jardín, al alcance del público, porque las instalaciones no disponen de una sala segura como existe en el subsuelo en la Casa Blanca, la célebre "Situation Room".
Todo esto significa una pesadilla logística para los propios funcionarios de la Casa Blanca y los hombres del Servicio Secreto que protegen a la voluminosa familia presidencial. Representa, además, un esfuerzo financiero que va mucho más allá de administraciones anteriores.
Según el diario The Washington Post, sólo los viajes de Trump al sur de Florida deben haber costado ya al erario alrededor de 10 millones de dólares, si se tiene en cuenta un estudio comparativo realizado en octubre por el servicio de viajes de la Casa Blanca. Esto incluye también los gastos de movilización de las embarcaciones del Servicio Guardacostas, movilizaciones militares y desplazamiento del equipo de trabajo que siempre rodea al mandatario.
Tanto es así que el condado de Palm Beach va a pedir un reembolso al Gobierno federal por los pagos en horas extra, unos 15.000 diarios, para los policías que tienen que orientar el tráfico y cuidar las calles por la presencia presidencial. En estas cuentas no entran los costos del avión presidencial y tripulación que salen del presupuesto de la Fuerza Aérea.
Pero no es solo en Florida. La ciudad de Nueva York gasta 500.000 diarios para cuidar la Trump Tower, la residencia del presidente en la Gran Manzana donde residen todavía su esposa e hijo. El alcalde Bill DeBlasio ya dijo que va a pedir un reembolso al Gobierno federal por los gastos que, además, suben cuando el presidente está en la ciudad.
Hay más: a inicio de mes, el The Washington Post reveló que el Servicio Secreto y la embajada de Estados Unidos en Uruguay pagaron una cuenta de cerca de 100.000 dólares por la estancia en Montevideo del hijo del presidente, Eric Trump, quien se desplazó al Cono Sur para promover un edifico de condominios que lleva el nombre de la familia. Un viaje privado de negocios.
Para el presidente del grupo conservador Judicial Watch, todo esto es excesivo. “Es una forma muy cara de realizar negocios y el presidente debe admitirlo”, dijo Tom Fitton, cuya organización se dedicó en la administración anterior a contabilizar los gastos del expresidente Barack Obama y su familia en los tiempos de ocio. Según Fitton, el exmandatario gastó 98 millones de dólares al erario durante los ocho años que estuvo en la Casa Blanca.
“Pero, a juzgar por los desplazamientos en las primeras cuatro semanas en la presidencia, todo indica que la cuenta de Trump será muy superior en un buen centenar de millones de dólares”, indicó el rotativo.
Cuando asumió la primera magistratura, Trump se desconectó parcialmente de los negocios al dejar sus hijos al frente del conglomerado Trump, pero no vendió sus acciones por lo cual no ha abdicado de las ganancias que sus operaciones generan. Incluso a costa del dinero de los contribuyentes.
Tanto el Departamento de Defensa como el Servicio Secreto han pedido un refuerzo de su presupuesto porque tienen necesidad de alquilar un piso en la Trump Tower, propiedad del mandatario, para montar la operación de seguridad de la familia presidencial, y el alquiler de un piso en ese edificio de la Quinta Avenida es de 1.5 millones anuales, dijeron fuentes informadas de las gestiones.
Asimismo, apunta el Post, cada vez que Trump se mueve hacia una de sus propiedades es seguido por un batallón de periodistas que, indirectamente, terminan promoviendo esas instalaciones y la imagen de la marca Trump.
Para la Casa Blanca todo esto es un mal necesario porque la presidencia es un trabajo a tiempo completo. Según dijo la portavoz, Stephanie Grisham, al diario de la capital, el presidente Trump está siempre trabajando aunque se encuentre fuera de Washington DC.
Pero para Fitton, de Judicial Watch, todo esto son gastos innecesarios. Si el presidente quiere descansar, dice, tiene una finca oficial para hacerlo donde existen todas las condiciones para trabajar en tiempos de crisis y de descanso. “Lo único que el presidente sabe es cuánto cuesta manejar un avión”, por lo cual, debiera comenzar a usar el rancho de Camp David, a pocos minutos en helicóptero de la Casa Blanca. Pero, “ir a Mar-a-Lago, sí que no es gratis”, agregó.