miércoles 27  de  marzo 2024
EL JARRÓN CHINO

El verano ya no es lo que era

Por MANUEL AGUILERA

 

Quedan pocos días para que el verano quede oficialmente inaugurado y echo de menos la excitación que sentía hace años cuando llegaban estas fechas. Los veranos de mi juventud sobre todo en la adolescencia y después en la universidad sí que eran veranos de verdad.

Lo primero porque aquello eran unas vacaciones largas e intensas que comenzaban en junio y terminaban a finales de septiembre. Un auténtico descanso, una desconexión absoluta para disponer tu cerebro, tu corazón y tus acciones hacia actividades muy distintas a las del aburrido y angustioso invierno.

En un verano que se precie debería ser obligatorio enamorarse. Recuerdo una novia de mis 16 años con la que compartí un mes de agosto en una playa malagueña. Era sevillana, morena, de ojos negros, y quería ser bailarina. Cada día recorría 3 millas, mañana tarde y noche, para encontrarme con ella. Nos juramos amor eterno y tras aquel romántico mes de besos y caricias escondidas, nos emplazamos para continuar nuestra historia en Madrid. Pero en el Madrid de asfalto y distancias imposibles, un amor fraguado en el calor de la arena y el ruido de las olas se derritió con la misma velocidad a la que fue creado.  Quedó en mi memoria como lo que fue, un gran amor de verano.

Otro de los clásicos de la etapa estival son las gamberradas. Tanta ociosidad conlleva aburrimiento y del aburrimiento es muy fácil caer en la tentación de idear y poner en práctica alguna trastada. Recuerdo una en la que uno de mis hermanos tuvo un papel protagonista durante las fiestas de un pueblo de la sierra madrileña un mes de agosto de hace casi 40 años.  Nos colamos en la plaza de toros portátil a la hora de la siesta para ver a los enormes animales que esperaban su fatal destino en un encierro a la sombra.

Después de dar vueltas y llamar la atención de los astados durante unas horas, a alguien se le ocurrió la fatal idea de liberar a una de las bestias. Y así, mi hermano, pico en mano, destrozó el candado que separaba al toro de la libertad. Lo que vino después fue una película de Berlanga en directo. Un grupo de policías municipales y guardias civiles barrigones rodearon al animal en medio del caos y el terror de los vecinos. Todo terminó de madrugada con los policías tirando de unas cuerdas atadas al cuerpo del morlaco que a regañadientes accedió a volver al toril.

Una excursión a la montaña, un baño en el río, un trago de agua fresca de la cantimplora, una carrera en bicicleta, un partido de fútbol a vida o muerte entre los veraneantes de la ciudad frente a los muchachos del pueblo.

Así eran mis veranos eternos en los que la bici dio paso una pequeña moto heredada de mis hermanos que ni siquiera era capaz de subir una cuesta cuando llevaba una chica a mi espalda.

El verano ya no es lo que era pero nos queda la memoria. La memoria que nos transporta a la felicidad de los primeros amores y las primeras gamberradas.

 

 

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