MIAMI.-Cuatro vuelos tomó la cubana Caridad Trueba para llegar, desde la isla, a la frontera sur de EEUU y entregarse a las autoridades migratorias del país norteño, después de cruzar sola el Río Bravo.
MIAMI.-Cuatro vuelos tomó la cubana Caridad Trueba para llegar, desde la isla, a la frontera sur de EEUU y entregarse a las autoridades migratorias del país norteño, después de cruzar sola el Río Bravo.
Aunque cientos de miles de cubanos han realizado travesías similares o aún más largas y angostas, el detalle está en que Caridad tiene 74 años, padece de hipertensión arterial y su andar es tropeloso. No usa bastón, pero cojea, la aqueja el dolor en una pierna casi tanto como el dolor que le produjo dejar a su hermana mayor en Cuba. Pero —dijo a DIARIO LAS AMÉRICAS— tenía que venir a reunirse con su hija, una activista por los Derechos Humanos a quien “le hacían la vida imposible” en la isla.
Era justo esa hija —María— quien desde Las Vegas seguía paso a paso el recorrido de Caridad. De La Habana a México, pasando por República Dominicana, Jamaica y Nicaragua, en manos de coyotes o guías que cobraron miles de dólares para propiciar el avance de la anciana a EEUU.
La salida
“Yo no conocía, venía solita de Cuba, salí desde Regla —un pueblo que rodea la Bahía de La Habana— hasta el aeropuerto. Me llevó la madrastra de mi nieta. Hasta que pasé por Inmigración. Y como a la hora o las dos horas me montaron en el avión que iba para Nicaragua”, contó Caridad y remarcó: “yo con 74 años, sola y fuerte porque ni tuve miedo al avión y eso que fue bastante rato ahí dentro. En Nicaragua estuvo alrededor de dos días. “Yo estaba en un hotel bastante bueno en Nicaragua y él (el coyote) alquiló un Uber que era el que nos llevaba para distintos lugares. Me llevaron a un restaurante a comer, después fuimos al Palacio Presidencial, donde Ortega había hablado el día anterior y estaba todo aquello con las sillas y las cosas que las estaban recogiendo todavía y por allí yo miré, me enseñaron ‘mire, ese es el palacio presidencial’, fui a ver los volcanes, me llevaron a verlos, me esperaron. Me llevaron también a un río, todo muy bonito. Y entonces de ahí ya al otro día me llevaron al aeropuerto para continuar”, contó.
Caridad, de a poco, trazó líneas en un mapa verbal donde iba ubicando su recorrido. Los aviones eran lo de menos, insistió. Su travesía la juzga “suave” en comparación con las de otros, pero solo hasta el punto fronterizo. “¡Caridad, corre!”, recuerda que le gritaban los coyotes —cuya identidad no puede revelar— desde México. “¡Camina, no pares!”. Ella no miró atrás, siguió caminando a EEUU.
De México a EEUU
“De donde estaba en México me llevaron para que brincara la frontera sola, me dejaron en un río. Fui en un avión hasta Matamoros y, al llegar, me recogió una pareja, me llevaron para su casa, comí arroz y bistec y de ahí a poquito rato de allí me recogieron dos muchachos que tampoco sé quiénes son, me monté en un carro y me llevaron hacia un río que es el Bravo pero no es tan peligroso en ese punto. Las piernas se me trabaron en el lodo bajo el agua, que me daba por arriba de los senos y ahí yo brinqué. Me decían dale, dale, los pies se me hundían pero yo jalaba duro hasta que llegué al otro lado. Después subí una loma, me fui agarrando de unos palitos hasta llegar arriba. Cuando miré así para el costado yo dije ‘si me caigo de aquí no encuentran nada de mí’. Ya ahí yo brinqué, era como una siembra de maticas bajitas y ellos me gritaban de la parte de México ‘sigue, sigue que ya tú estás en territorio americano’. Caminé para allá como 20 cuadras y yo buscando y no veía a nadie, solita en ese monte, yerbas bajitas pero, vaya, sin nadie. Por allí se veían ropas de personas, parece que se cambiaban de ropa y ahí la dejaban; había también animales como chivos, palomas, muertos.
—¿Usted vino sola sola, usted brincó ese río sola, nadie la trajo para acá? —le preguntó el oficial.
—No, nadie, yo solita brinqué el río ahí hasta que llegué aquí, pero les voy a decir una cosa, si ustedes me van a hacer algo, lo único que quiero es que ustedes ahora aquí me maten —contestó nerviosa Caridad. Ante la inesperada respuesta, percibió el asombro de los oficiales. “Usted va a estar en un lugar donde la van a atender”, le dijeron. Quizás, ni ella misma, creía que había cruzado, a los 74 años, la frontera al destino migratorio más atractivo y demandado del mundo desde 1970. “Me trasladaron en la camioneta hasta el lugar donde detienen a las personas que cruzan, me dieron comida y agua y, además; como vieron que yo estaba muy alterada, mandaron a llamar a una doctora. Y entonces vino la doctora como a la hora, me llamó: Caridad Trueba, y me dijo ‘venga conmigo, de qué usted padece’ y yo le dije: padezco de la presión. Me tomó la presión primero. La alta la tenía en 210, estaba muy nerviosa y me decían ‘señora, cálmese’. La única persona mayor que había era yo. Me llevó para un lugar y me dio una ropa una licra negra y una blusa azul que es la que usan ellas allí, las doctoras, para trabajar. Al rato me insistieron en que comiera pero yo no podía, no me bajaba la comida, hasta que por fin comí un espaguetis y me tomé un pomo de jugo”, dijo.
“No tuve quejas de ninguno cuando me llevaron para allí, me cogieron mis huellas, luego hablaron conmigo, me preguntaron varias cosas, entonces me llevaron para donde había muchas muchachas jovencitas”, dijo a este rotativo. Al día siguiente, quien Caridad intuye que era el jefe de todos los uniformados allí, le anunció que la enviaría con su familia. “Él desde una mesa sentado me estaba observando. Cuando me levanté tempranito me sacaron de allí, me hicieron la prueba del COVID y enseguida me monté en un avión para Las Vegas”.
Reencuentro
Una vez en Las Vegas, Caridad pudo reunirse con su hija, nieta y bisnieto. “Yo hasta me caí debido al impacto de los nervios, pero para adelante, yo tenía que estar aquí con mi hija y con mi nieta. Y gracias a Dios que estoy aquí con ellas y me solidarizo con todas esas personas que se meten por lugares donde pueden perder la vida: han perdido madres, han perdido hijos, doy gracias a mi familia que empleó sus ahorros en traerme hasta aquí”, destacó. “Nadie se puede imaginar lo grande que fue para mi ese reencuentro porque yo estaba solita en Cuba con una hermana de 92 enferma y otra de 88. Tengo aquí a mi hija y a mi nieta que tuvieron que venir por (defender) los Derechos Humanos, yo tenía que reunirme con ellas”.
Hasta ahora, la Casa Blanca no había puesto restricciones ante la estampida de cubanos, nicaragüenses y haitianos que entraban por cientos de miles de manera irregular por la frontera sur del país.
El jueves 5 de enero el gobierno del presidente Joe Biden anunció que comenzará de inmediato a rechazar a estos migrantes, lo que amplía una orden emitida en un principio sólo para los venezolanos.
@cabezamestiza