viernes 31  de  enero 2025
Operación Pedro Pan

Willy Chirino y Lissette Álvarez: "Siempre mantuvimos la esperanza"  

El emblemático músico cubano y su esposa revelan sus vivencias como parte del grupo de menores que llegaron al exilio en los vuelos Pedro Pan
Diario las Américas | WILMA HERNÁNDEZ
Por WILMA HERNÁNDEZ

Willy Chirino y Lissette Álvarez comparten una sólida historia de amor, pilar de la familia que han construido juntos a lo largo de cuatro décadas de matrimonio. Pero a ambos artistas también los une, además de la pasión por la música, una experiencia que les cambió la vida en la adolescencia: haber sido enviados por sus padres al exilio durante la Operación Pedro Pan, que permitió que unos 14.000 menores llegaran solos a Miami a inicios de los años 1960.

También tenían la misma edad cuando viajaron desde Cuba con la esperanza de pronto reencontrarse con sus padres o de regresar pronto a la isla. Ninguno de los dos imaginaba la realidad que enfrentarían con apenas 14 años. En el caso de Álvarez, una realidad mucho más traumática.

“Mi mamá y mi papá me dijeron que nos íbamos de vacaciones, porque ya en seis meses se iba a caer aquel régimen y que íbamos a regresar”, recordó Lissette Álvarez, durante una entrevista que concedió a DIARIO LAS AMÉRICAS, junto a su esposo, Willy Chirino.

“Mis compañeras del colegio y yo sabíamos que aquello era comunismo; pegábamos unas proclamas por las calles que decían: “Las ideas no se fusilan, se combaten”. Yo me metía en todo eso, por eso mi mamá me mandaba para un apartamentico que teníamos en Varadero y me sacaba de La Habana; decía que nos iban a llevar presos”. Lissette es hija de Olga Chorens y Tony Alvarez, quienes conformaron el famoso duo Olga y Tony.

A Willy le dijeron que pasaría una temporada en Miami para aprender inglés y que su estancia en EEUU no sería más de un año, tiempo que se demoró en volver a ver a sus padres.

“Fue muy dramático, pero jamás pensamos que íbamos a quedarnos a vivir en EEUU. La conciencia era vas a ir a Miami, vas a aprender inglés un ratito, vas a estar seis meses allí, tal vez un año, pero al año ya estás de vuelta. Y no nos cruzó por la mente el pensamiento de que nos íbamos a quedar en EEUU, sino que regresaríamos a Cuba cuando aquello cambiara, que iba a ser muy pronto”, añadió.

Una vez en suelo americano, los Pedro Pan eran acogidos por una organización católica que se encargaba de ubicarlos en albergues y luego en hogares adoptivos u orfanatos en cualquier parte del país. Lissette y su hermana fueron enviadas fuera del estado de Florida. Willy tuvo otra suerte.

“Llegamos a un campamento de niños cubanos refugiados. Allí estuvimos tres semanas. Nos llevaban a pasear en guagua (autobús) y nadie quería irse de ahí, porque ponían una pizarrita chiquita donde decían las que se iban al otro día, relocalizadas para donde las mandaran. Y todo el mundo miraba la pizarra y decía: que no nos toque, hasta que nos tocó a mi hermana y a mí. Nos mandaron a Dubuque, Iowa, a un orfanato que se llama St. Mary’s Home y fue bastante traumático para nosotros, estuvimos un año ahí”, contó Lissette.

“La historia de Lissette es mucho más dramática que la mía”, dijo Willy.

“Mis padres llegaron un año después que yo salí de Cuba. Ellos no tuvieron tantos problemas. Yo nunca fui relocalizado. Me quedé aquí en Miami y cuando ellos llegaron salí del programa, y me incorporé a la familia. Una historia muy trágica la de Lissette y Olguita”.

Lissette y su hermana, que en aquel entonces tenía apenas 5 años, no volvieron a ver a sus padres hasta tres años después de haber emigrado. Tuvieron que adaptarse a las frías temperaturas del norte del país, además de enfrentarse a un choque cultural, a un nuevo idioma, y a la incomprensión de quienes las cuidaban mientras extrañaban a su familia.

Separación y esperanza

Al llegar al orfanato, las hermanas también fueron separadas por la diferencia de edad. Fueron largos meses a la espera de noticias de sus padres, que en aquel entonces llegaban a través del correo postal o vía telefónica.

“La primera carta que recibí de mi papá fue horrible, empecé a llorar y no podía parar de llorar. Mi compañera de cuarto, Raquel Mendieta, también recibió una de su familia y empezamos a llorar. La monja se puso de malhumor y nos encerraron en un clóset, una cosa espantosa. El clóset no tenía picaporte por dentro. Yo le di un empujón a la puerta que no nos pudieron encerrar, me dio un ataque de claustrofobia, estaba oscuro, horrible”, recordó la esposa del cantautor.

“Ahí empezó el sufrimiento. Las llamadas de Cuba eran una vez en meses que podíamos hablar con nuestros padres. Cuando llegamos, lo primero que hicieron fue separarnos a mi hermana y a mí. Lo único que tenía mi hermana de familia era yo. Ella no hablaba inglés, yo hablaba un poquito, y nos separaron. Eso fue otro trauma encima de todos los otros”, agregó la cantante, quien debutó en la música a los 5 años con El ratoncito Miguel.

Una experiencia que marca

Pero siempre mantuvo la esperanza aunque en ocasiones no escuchaba palabras alentadoras. Hoy, al mirar atrás, reconoce que si fueron maltratadas, no fue intencional.

“Era muy bonito y bien cuidado el edificio. Las mayorcitas vivíamos en una parte y nos cuidaba una monja que era de China, que nos decía que nunca íbamos a ver a nuestros padres, porque en China pasó eso. Pero sí teníamos la esperanza. Fueron tres años, que para un niño es mucho tiempo”, contó Lissette.

“Allí nos mandaban a una psicóloga y nos ponían a hacer esculturas y a pintar. Eso era lo único que hacíamos. No recuerdo que me haya hecho ningún bien esa psicóloga. Después de eso nunca he ido a sesiones, pero la vida me ha ido curando y todavía se me aguan los ojos cuando hablo de esas cosas, porque es muy emotivo para mí”, agregó.

Por otro lado, para Chirino lo más difícil fue alejarse de los suyos en plena adolescencia y llegar a una nueva ciudad, sobre todo por su origen humilde.

“Fue difícil, traumático, porque yo soy del campo de Cuba y nunca estuve separado de mi familia. Yo vivía rodeado de gente conocida, en un pueblo tan pequeño como el mío conoces a todo el mundo. Y de pronto Miami, que en 1961 era una ciudad pequeña, nada tiene que ver con lo que es hoy, pero para mí era enorme, una cosa extraordinaria. Nunca había visto un dólar. Y el idioma, todas las cosas se hacen difíciles, sobre todo, cuando tienes 14 años, que el niño empieza a tener amistades, la noviecita, dejas atrás a tus amigos, a tu entorno”, expuso Chirino.

Asimismo, resaltó la buena voluntad de la organización que los acogió y cómo les aliviaba el día a día a los pequeños durante esta etapa alejados de sus familia para intentar llenar ese vacío.

“Lo bueno del caso es que Pedro Pan nos dio todo lo que necesitábamos para vivir: buena educación, el hogar. Donde yo vivía éramos 87 niños. Hicimos muchos amigos, teníamos la misma historia que contar, y eso nos acercaba los unos a los otros. Allí vivía monseñor Walsh, el cura le decíamos. Ellos contrataron a cuatro parejas de matrimonios cubanos, dividieron los 87 niños en cuatro grupos y cada pareja hacía el papel de nuestros padres durante la ausencia. Hasta nos daban 1 dólar y 50 centavos todos los viernes para gastos personales, que en esa época era mucho (risas). En cierto modo ellos hicieron una labor extraordinaria y ha servido de mucho. Nosotros estamos orgullosos de que muchísimos Pedro Pan han sido muy exitosos en este país”, dijo Chirino.

“Pero lo bonito de todo esto es que nunca nos sentimos marginados ni despreciados en la ciudad. Nosotros siempre mantuvimos la frente en alto, nunca nos sentimos avasallados ni nunca perdimos la esperanza”.

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