MIAMI.- Las escenas de violencia derivadas de los enfrentamientos entre Policía y manifestantes en Ferguson, Misouri, protagonizan portadas y noticieros en todos los rincones del planeta. Una vez más la muerte de un joven afroamericano a manos de un miembro de las fuerzas de seguridad estadounidenses ha desencadenado una espiral violenta basada en la acusación de racismo y discriminación.
El policía Darren Wilson, de 28 años, dio muerte al joven de la raza negra Michael Brown, de 18, tras un forcejeo entre ambos el pasado 9 de agosto. Los disturbios callejeros se dispararon entonces al igual que el lunes en la noche tras conocerse la no incriminación de Wilson por la muerte de Brown.
Es comprensible el dolor de la familia del fallecido, al igual que la exigencia de justicia de la comunidad afroamericana pidiendo una investigación exhaustiva de los hechos. Pero lo que es cierto es que la justicia ha funcionado en el sentido de que ha trabajado de manera independiente ajustándose a un proceso de estas características. La realidad es que no se ha podido probar que el policía actuó de manera poco diligente, racista o que tuviera intención de matar a Brown si darle opción. De hecho, las contradicciones de los testigos a la hora de arrojar luz sobre lo que pasó durante el desagraciado incidente han sido claves para que finalmente el policía no sea llevado a juicio.
Estamos seguros que todavía queda mucho por hacer para que la integración entre las distintas comunidades que conforman este país sea más sólida. El racismo -muchas veces fruto del desconocimiento- sigue impregnado en algunas actitudes y los afroamericanos puede que aún sufran algunas consecuencias negativas. Está bien que los poderes públicos trabajen en ello, pero en el caso de Ferguson, el sistema ha funcionado.