Desde los ataques, Polonsky permanece prácticamente solo en el Kibutz Or Haner (Luz de Vela) de 900 pobladores. Tras la orden del ejército de evacuar la zona, solo quedaron él y otras nueve personas para atender el ganado y los cultivos con el que producen los bienes que les proporcionan sustento.
En esos cultivos y en los establos ganaderos donde se producen cuatro millones de litros de leche al año, no solo los residentes de la urbanización tienen asegurado un empleo y la fuente de ingresos para sus familias y para el bienestar colectivo, como suele ser en estas comunidades, también trabajadores extranjeros, procedentes en su mayoría de Tailandia y muchos de la vecina Franja de Gaza que cruzaban a diario a territorio israelí, durante años fueron contratados en los Kibutz, “porque aquí, a pesar de la amenaza permanente de Hamás, convivíamos con la población civil de Gaza como vecinos”.
Por eso y además del hogar vacío y el vecindario desolado, Polonsky siente demasiada ausencia. Su mirada a veces se pierde y la angustia consigue ahogar su voz.
Pero hay una pregunta que se hace entre el dolor, los recuerdos del fatídico día y la convicción de no abandonar el sitio donde se siente pertenecer: ¿dónde estaban quienes debían defendernos de ese ataque: el ejército, el gobierno, las autoridades?
Madre aterrada
La misma interrogante, similar cuestionamiento surge del testimonio de Galia Sopher, mexicana judía que encontró en el Kibutz Mefalsim, ubicado entre la ciudad de Sderot y Gaza, el lugar donde sus hijas de nueve y seis años tendrían un sitio para crecer libres, correr descalzas por los jardines y jugar con los amigos.
Toda esa ilusión y los planes de construir una casa propia se tornaron en incertidumbre y sentido de culpa, por haber elegido precisamente esa zona a donde no sabe si podrán regresar y cuándo, tras los ataques del 7 de octubre.
Galia recuerda que por unas 22 horas permaneció escondida en un búnker, que en su casa es el cuarto de sus hijas, junto a ellas, su esposo y su mascota, mientras afuera la milicia de Hamás arrasaba con todo lo que encontraba a su paso, asesinaban bebés de la manera más cruel, violaban mujeres, incluso después de haberles arrebatado la vida y secuestraban sin discriminar edades para llevarlos como rehenes.
Sus preguntas son, ¿a dónde estaban nuestros soldados, la policía, para defendernos?, ¿por qué nos dejaron a nuestra suerte?, ¿por qué vamos a creerles cuando nos dicen ‘vuelvan a casa que todo va a estar bien’? Cuestionó Galia con incertidumbre visible.
Y mucho peor es la angustia de Itzik Horn, profesor de historia, también argentino de origen judío, a quien Hamás le secuestró a dos de sus hijos.
Por todos los secuestrados
“Desde el 7 de octubre han pasado 54 días; para mí, 54 años”, contaba Horn en sus declaraciones a un grupo de periodistas de Latinoamérica y EEUU que durante estos días, convocados por la organización sin fines de lucro Fuente Latina, recorríamos territorio israelí para constatar lo vivido y tomar de primera mano el testimonio de las víctimas.
Horn intenta refugiarse del dolor mientras describe lo sucedido “el sábado negro” y utiliza un fino humor mezclado con sarcasmo.
Al parecer le fortalece esa actitud, además, “porque el pueblo judío siempre, en los peores momentos, incluso en campos de concentración, representaba obras de teatro satírico que le permitieron sobreponerse a esos horrores”.
Muchos días después de que no aparecieran los cuerpos de sus hijos entre los cadáveres y los dieran por desaparecidos, informes de Inteligencia y testimonios de rehenes liberados le permitieron saber al menos que Jair (45) y Eitan (37) se encuentran vivos, entre los secuestrados por Hamás.
“El día de los ataques, el menor había ido a visitar a su hermano en el Kibutz Nir Oz, pegado a Gaza”.
Cuando el padre supo que estaban atacando los llamó, ellos intentaron tranquilizarlo porque nunca los proyectiles lanzados desde Gaza habían caído sobre ese vecindario tan cercano, generalmente les sobrevolaban e impactaban más lejos. Después de esa llamada, ya no supo nada más de ellos.
Porque esta vez no fueron proyectiles solamente lo que emplearon. Entraron a matar y saquear, incluso después de arrasar los comandos de Hamás, hasta personas con limitaciones físicas ayudados por muletas ingresaron por el límite entre Israel y Gaza, penetraron a las casas y vaciaron los refrigeradores y las despensas de comida.
A pesar de que Israel fue el sitio al que durante años unas 19.000 personas entraban a diario a trabajar y a donde se les facilitaba el transporte para que los enfermos vinieran a atenderse en los hospitales israelíes.
Después del 7 de octubre
La octava nieta de Polonsky, a quien nombraron Romi, nació seis días después del ataque, solo ha podido verla dos veces.
Su esposa e hijos, como el resto de sus vecinos del kibutz, permanecen en refugios mientras el ejército no declare el país libre de peligro para que todo regrese a la normalidad, “si es que esa palabra es posible”.
Volver a la normalidad para Polonsky significa ahora, compartir esta experiencia terrible para que el mundo entienda que la violencia y el terrorismo, de donde quiera que vengan, hay que combatirlos y para explicar la importancia de que seamos capaces de repudiar y hacer el esfuerzo por parar estas atrocidades.
Galia, que se niega a admitir que para ofrecer un lugar seguro a sus hijas deba abandonar Israel, trasmite a aquellos que por estos días alzan sus voces para decir “Free Palestine” (Palestina Libre) se pregunten primero, libre de quién, “porque los propios gazatíes gritan a diario que quieren librarse de Hamás, quien verdaderamente tiene secuestrado a ese pueblo”.
Horn, mientras aguarda el regreso de sus hijos para abrazarlos, recuerda que “hasta que el tema de la seguridad en Israel no esté resuelto, no hay a donde volver”, lo dice mientras se refugia en uno de los hoteles habilitados en el territorio para albergar a los desplazados de los ataques. Por lo pronto, “soy un refugiado en mi propio país”, asegura.
Un mensaje de Polonsky recoge el sentir de los entrevistados, “Israel es el escudo para toda la comunidad judía, en el mundo”.
Horn lo refuerza con una frase que más que sentencia constituye una convicción, “para todo el que lo piense, el estado de Israel no va a desaparecer”.