El hijo menor de Alberto Fujimori ha salvado, por el momento, la presidencia comatosa de Pedro Pablo Kuczynski.
El hijo menor de Alberto Fujimori ha salvado, por el momento, la presidencia comatosa de Pedro Pablo Kuczynski.
Kenji Fujimori y otros nueve congresistas afines a él se abstuvieron de votar en la sesión que aspiraba a despojar del cargo al presidente peruano, acusándolo de incompetencia moral.
Esos diez congresistas, pertenecientes al partido fujimorista, decidieron romper con la línea oficial, se declararon en rebeldía y, en la práctica, se solidarizaron con Kuzcynski, al no votar para destituirlo.
De haber votado lealmente con su partido aquellas personas elegidas bajo el paraguas del fujimorismo, Kuczynski ya no sería presidente del país. Faltaron nueve votos para despedirlo: los de Kenji y sus conjurados.
En agradecimiento al gesto compasivo de Kenji, ¿indultará Kuczynski al veterano exdictador Fujimori? Parece improbable. Me temo que pesará más el rencor a la jefa del partido opositor, Keiko Fujimori. Kuczynski ha quedado con el ojo morado. Sabe que Keiko quiso echarlo. Previsiblemente endurecerá su postura frente a ella y su partido. La política es una guerra. Un armisticio entre ambos parece, a estas alturas, una quimera.
Los dos congresistas más lúcidos, Víctor Andrés García Belaunde y Mauricio Mulder, votaron a favor de la vacancia presidencial. Celebro su inteligencia y valentía. Son dos pesos pesados de la política peruana. Tienen la sabiduría de conocer sus limitaciones: brillan en el Congreso pero no aspiran a presidir la república. Ninguno es sospechoso de simpatías, benevolencias o amiguismos con el partido de los Fujimori. Ninguno podría ser acusado de golpista encubierto o enemigo de la democracia. Son grandes demócratas de toda la vida. Precisamente por eso, no dudaron en votar contra Kuczynski. Comprendieron cabalmente que las faltas éticas cometidas por el anciano presidente eran de tal gravedad que justificaban su remoción del cargo. No era un complot antidemocrático. Era una decisión institucional, ceñida al marco legal. Había que salvar al país de un líder salpicado por el fango de la corrupción. Había que sancionar moralmente a un presidente acanallado y deshonesto.
Muchos de quienes salvaron la presidencia bastante averiada de Kuczynski saben que es culpable. Incluso miembros de su diezmada bancada han dicho en privado que están decepcionados de su líder. Saben, porque no son tontos, que lo que hizo el presidente estuvo mal, muy mal: no debió firmar esos contratos, no debió cobrar esos dineros, no debió conceder esas obras públicas con su firma y la del presidente rufián al que servía con diligencia, no debió mentir con descaro sobre todo aquello, no debió tomar por tontos a los peruanos diciendo que todo ocurrió por descuido y que ya lo había olvidado por desmemoriado. Aun a sabiendas de que obró mal y es culpable, aun decepcionados de él, muchos de quienes se rehusaron a votar para destituirlo se aferraron al siguiente argumento: el castigo es desproporcional a las faltas éticas cometidas, qué político no miente, qué político no incurre en tráficos de influencias, echarlo de la presidencia sería una sanción excesiva, y además al Perú, a su democracia, a la buena marcha de la economía, a su imagen internacional, no le conviene que el Congreso en encabrite, se aleone y expectore al presidente como si fuera un salivazo. Congresistas de la izquierda, el centro y la derecha eligieron esa fórmula piadosa, indulgente: aunque ya no creemos en el presidente, y sabemos que su credibilidad está seriamente mellada, y asumimos que el resto de su gobierno será una agonía en cámara lenta, pensamos que es mejor para el Perú que un gobierno elegido legítimamente por el pueblo no concluya de este modo áspero, accidentado, que se parece a una emboscada.
La izquierda, que, por fobia a Fujimori y los suyos, llevó a Kuczynski al gobierno, lo ha vuelto a salvar, por las mismas razones: si los veinte congresistas de izquierdas radicales hubiesen votado por la destitución, lo hubieran tumbado, ya no estaría en pie, ocupando la escena central del poder. Pero muchos de ellos se negaron a votar, lo que era, por supuesto, una manera medrosa, pusilánime, de votar a su favor. ¿Por qué le salvaron la vida política, por qué le perdonaron unas trapacerías y unas mermeladas que con seguridad no le hubiesen pasado por alto a Keiko Fujimori? Precisamente porque odian a Keiko de un modo volcánico, telúrico, hasta el fin de los tiempos, y porque sabían que la caída de Kuczynski habría sido una victoria política de la hija mayor de Fujimori. Así, pues, los congresistas de la izquierda peruana, puestos a elegir entre dar una reprimenda moral a Kuczynski o agraviar a Keiko, eligieron lógicamente lo segundo. Para ellos, toda derrota de Keiko es una victoria. Para ellos, el presidente peruano es apenas una piraña por comparación con la ballena asesina que ven en Keiko. Les disgusta profundamente, y hasta un punto es comprensible, que los catones de la moralidad pública sean, al mismo tiempo, los defensores del ex dictador Fujimori, que encabezó un gobierno de grandes ladrones y asaltantes de caminos, al lado de los cuales Kuzcynski parece ahora un monaguillo pío, un niño de teta.
¿Merecía Kuczynski seguir siendo presidente, conocido el tamaño sideral de sus faltas éticas, recibiendo dineros indebidos de la constructora brasilera? Yo creo que debió renunciar, debió ser vacado. Ser ministro de Estado, adjudicar obras publicas millonarias a una empresa privada, y, simultáneamente, cobrar consultorías a esa misma empresa, me parece un conflicto de intereses gravísimo que tal vez bordea el delito. ¿Hubiera sido un mejor presidente el segundo en la línea de sucesión, el honorable señor Vizcarra? Creo que no. ¿Le convenía al Perú que asumiera la presidencia temporalmente el presidente del Congreso, señor Galarreta? Creo que no. ¿Era bueno para el Perú ir a unas elecciones anticipadas, con toda la clase política profundamente encharcada en el lodo de la corrupción? Creo que no. Entonces, ¿es inocente Kuczynski de cuanto se le acusa? No, claro que no, es obvio que miente y está embarrado. Pero ¿es terrible o apocalíptico para el Perú que el presidente siga en su cargo, a pesar de su indefendible conducta pública? Pues no, tal vez no. ¿Es un acto de cinismo por mi parte decir que un presidente tramposo y deshonesto puede ser un buen presidente, incluso uno excelente? No lo sé. Pero no siempre los hombres más virtuosos y honrados son los mejores líderes políticos o jefes de Estado. A menudo, hombres éticamente muy imperfectos pueden poseer la lucidez y la determinación para encaminar correctamente a las naciones que dirigen.
Yo no he votado por Kuczynski y celebro haber desconfiado de él en las dos ocasiones en que fue candidato presidencial. Yo hubiera votado a favor de destituirlo, y así lo dije en mi programa. Dicho eso, y asumiendo que el señor es bastante marrullero, y previendo que tal vez surgirán otras acusaciones de corrupción que le impactarán en la línea de flotación y acaso terminen de hundirlo, creo que no es ninguna tragedia que de momento su gobierno siga en pie y, aunque malherido, saliera airoso de la guillotina.
Como he votado en dos ocasiones por la candidatura de Keiko Fujimori, y no he tenido miedo de decirlo públicamente sabiendo que me metería en un lío del carajo, uno más, y como me pronuncié a votar de la renuncia o la vacancia del actual presidente tan venido a menos, ¿es justo colegir, como muchos de mis detractores hacen, que soy un fujimorista fanático, fervoroso? Pues no, no es justo, no es exacto. No soy ni he sido nunca fujimorista. Me opuse a Fujimori tan lejos como el año 90, me opuse a su golpe de estado el 92, renuncié a la televisión y me fui del país al día siguiente del golpe porque no quería vivir en una dictadura, me opuse públicamente a su candidatura tramposa el año 2000 (hay una portada del diario “La República” que no me desmiente), y en general considero que fue un dictador bastante corrupto e inescrupuloso y que es justo que haya sido confinado en un calabozo. Sin embargo, pienso que la hija de un dictador ladrón no está genéticamente condenada a repetir los vicios y abusos de su padre. He confiado en Keiko, sin extenderle por eso un cheque en blanco. Si se comprueba que recibió dineros sucios, que incurrió en actos de corrupción, apoyaré que se haga justicia y vaya presa, por supuesto. No olvidemos que apoyé resuelta y públicamente a la conservadora Lourdes Flores en dos candidaturas presidenciales, hice campaña por ella desde la televisión, y no por eso fui o soy todavía “floresista” o “florista”. A la larga me decepcioné de ella y no tuve ningún reparo en hacerlo público y hasta hacer campaña contra ella. Que haya considerado a Keiko como el mal menor, comparada con Humala y más tarde con Kuczynski, no significa que sea fujimorista, por el amor de Dios. En general, el fujimorismo defiende casi todo lo que yo deploro: las armas, los espadones, la bota militar, las sotanas, los curas conspirativos, la moral decimonónica, el honor chapado a la antigua, la conjura de los necios y mediocres, la chatura de miras, la prepotencia moral, el nacionalismo baboso, la aversión a la cultura. El fujimorismo es la derecha conservadora y con espasmos autoritarios; el presidente superviviente es la derecha mercantilista, lobista, mañosa, coimera; y yo soy la derecha liberal, libertaria, libérrima, laica, y a mi derecha sólo está el abismo, el precipicio, el fin del mundo.