En China, las patentes cumplen a menudo un papel que trasciende la protección jurídica de una invención. Estas funcionan como dispositivos de publicidad estatal y señalización estratégica. Esto se vuelve nítido en áreas de doble uso como la inteligencia artificial (IA) aplicada a la defensa y la robótica militar, donde la publicación de solicitudes opera como un “cartel en la vía pública” dirigido a públicos específicos: burós que asignan presupuesto, jerarquías partidarias, socios industriales y adversarios externos. La lógica es simple, un ecosistema que premia la cantidad de resultados visibles con solicitudes presentadas, títulos rimbombantes y palabras clave alineadas con el plan quinquenal; incentiva a universidades, institutos y empresas a llenar el registro con documentos que comunican ambición tecnológica, aun cuando la habilitación técnica sea limitada o la madurez real del sistema esté lejos del despliegue.
En IA militar y robótica se repiten patrones reconocibles. Solicitudes sobre “reconocimiento autónomo de objetivos” anuncian arquitecturas combinando sensores, algoritmos de aprendizaje profundo y fusión de datos, pero omiten parámetros verificables como tasas de acierto en escenarios con camuflaje, resistencia a interferencias, tiempos de inferencia con cargas reales, o el tipo de chip y su consumo energético.
Documentos sobre “enjambres de drones” prometen coordinación distribuida y toma de decisiones cooperativa, aunque eluden pruebas en entornos congestionados, con pérdidas de enlace y clima adverso. En “perros robot” orientados a exploración o neutralización de explosivos, abundan diagramas genéricos y flujos funcionales, mientras faltan métricas sobre estabilidad en terreno irregular, autonomía real de batería y protocolos de seguridad. Son textos que nombran todo lo que suena estratégico, sin la información que permitiría reproducir resultados.
También pesa la elección de la figura jurídica. Las patentes de modelo de utilidad, más rápidas y menos exigentes, proliferan con reivindicaciones amplias y soluciones incrementales vestidas de novedad. Incluso en patentes de invención, la parte sustantiva se diluye en bloques conceptuales que describen “sistemas” y “módulos” sin detallar datos de entrenamiento, criterios de validación cruzada o bancos de pruebas estandarizados.
La ausencia de citaciones sólidas a literatura técnica o a normas industriales, y la escasa referencia a certificaciones o contratos de aceptación, delata un objetivo principal: proyectar capacidad. El mensaje no es “esto funciona aquí y ahora”, sino “estamos en la frontera y conviene financiarnos, asociarnos o temernos”.
El mecanismo produce efectos. Hacia adentro, cumple cuotas, justifica líneas de financiación y reclama prioridad en cadenas de suministro para chips y sensores. Hacia afuera, construye la percepción de que la brecha con potencias rivales se acorta, aunque la ingeniería de integración, donde suelen trabarse estos programas, permanezca opaca.
Por eso, evaluar estas solicitudes exige indicadores de realidad: contratos con entregas verificables, ejercicios repetidos en polígonos distintos, manuales operativos actualizados, compatibilidad con centros de comando existentes, y evidencia de soporte logístico estable. Cuando esos marcadores faltan, las patentes operan más como propaganda que como acta de nacimiento de una capacidad.
En el campo de la IA militar y la robótica, China perfeccionó este lenguaje de papel con una gramática de ambición técnicamente plausible que, sin pruebas ni métricas, cumple sobre todo una función publicitaria.
Las cosas como son
Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.