miércoles 27  de  marzo 2024

Choque de identidades

¿Por qué han transcurrido largos 20 años de dilapidación y esquilme de la República y aún las bases populares no se pliegan a líderes convencionales de oposición? ¿Sumisión? ¿Supervivencia? ¿Resignación? ¿O Acaso decepción vicaria e insolvencia empática?
Diario las Américas | ORLANDO VIERA-BLANCO
Por ORLANDO VIERA-BLANCO

Ese dilema entre ser y no ser [venezolanos] nos debilita. “Cargarnos una condición congénita pútrida y maltrecha nos transfiere una orfandad histórica de vientre protervo que nos quiebra como sociedad...”

Confieso que jamás pensé llegaríamos a este extremo de dolor, caos y desolación. Predije mil veces que antes de un escenario de hambruna y miseria, el pueblo daría cuenta de esta tiranía. Pero también confieso que encontré una falsa premisa en mi silogismo: Los pueblos no son masa crítica. Son como los niños. Sólo siguen a quienes les quieren y protegen. En el abandono sobreviven (y obedecen) a aquellos que les den un trozo de pan y esperanza. Cultura milenaria. Por eso no se agitan… ¿Pero lo harán?

20 años sin conexión popular

¿Por qué han transcurrido largos 20 años de dilapidación y esquilme de la República y aún las bases populares no se pliegan a líderes convencionales de oposición? ¿Sumisión? ¿Supervivencia? ¿Resignación? ¿O acaso decepción vicaria e insolvencia empática? Un poco de todo… y algo más: odio y revancha.

L’état de la question es que venimos de una carga histórica insoslayable. La América Hispana (Dixit Carlos Rangel), ha acumulado centurias de duelo y victimización. Es el lagrimeo continuo por una colonización a la que le echamos la culpa de todo. Es la desdicha por el putrefacto plasma originario [Herrera Luque] implícito en la conquista desde la Reina Isabel hasta Felipe VI, que nos inmortaliza de pobrecitismo. Premisa que comporta sensibles sofismas si consideramos i.-que la sociedad indígena no era un paraíso terrenal y ii.-que para nada teníamos un reino virgen de convivencia en paz bendito por los dioses. Por el contrario, la llegada de la cultura hispana significó un proceso de transculturización y reorganización urbana y feudal, evolutiva, sin dejar de lado por un segundo la violencia de la “santísima inquisición”, los gravámenes misioneros y el reparto autoritario del colono.

Los verdaderos enemigos: nosotros mismos

La obra clásica de Samuel Huntington “Clash of civilization” (Choque de Civilizaciones), confirma que existe una nueva realidad multipolar. Después de la Guerra Fría la confrontación dejó de ser ideológica, social, política o económica. No es que la historia se acabó al decir de Fukuyama sino que sigue por otro canal. Hoy el careo de la modernidad es estrictamente cultural, religioso, tradicional. El desafío de la civilización occidental vs. la oriental [el islamismo], no es ser occidentalista, sino occicivilizacionista -sic-. No se trata de imponer con la guerra o la ideología un modelo de sociedad. Es reforzar las tradiciones y creencias en el individuo productivo, libre, creativo.

El caso venezolano es doloroso y complejo en lo identitario. No nos creemos productivos, educados ni civilizados. Negamos nuestras raíces. Y al decir de Michael Dibbing en su novela La Laguna Muerta, “(…) aquellos que reniegan de su cultura, de sus antepasados, de sus valores históricos, de su lugar de nacimiento convirtiéndolo en rémora y cultura muerta, no pueden defenderse de sus enemigos porque son ellos sus peores enemigos”. Agrega Huntington: “Si no odiamos realmente lo que no-somos no podremos amar lo que queremos ser.

Denostar de nuestros orígenes comporta delicadas actitudes y consecuencias. Quedarse en una eterna evaluación crítica de quienes somos y de donde venimos es un ejercicio impropio e inmolador. Del pasado conservemos la riqueza de la hispanidad: su lenguaje, su pasión, su coraje, sus ideales de conquista (hoy de superación) como desafíos elevados, bravíos, disciplinados. Desechemos la intemperancia, la verticalidad y la forma desdeñosa de hacer negocios con el Estado y de tratarnos a nosotros mismos. Del nativo conservemos su nobleza, humildad y horizontalidad. Huyamos de su trivialidad y ociosidad. Construyamos futuro redimiendo el pasado. Nuestros retos son otros: ser esencialmente libres. La era Chávez fue lo contrario. Un recordatorio perenne de lo que no queremos ser: esclavos de un pasado mitificado.

La clave es la identidad

Jack Delors ha dicho que el incremento de los conflictos culturales son los más peligrosos del planeta. Vaclav Havel predijo que “el choque de civilizaciones dejó de ser ideológico para ser estrictamente identitario”. Sin identidad triunfa el tirano por garantizar la fractura de los justos.

Ese dilema entre ser y no ser [venezolanos] nos debilita. Cargarnos una “condición congénita pútrida y maltrecha” nos transfiere una orfandad histórica de vientre protervo que nos quiebra como sociedad. El desprecio y la violencia se hacen regla. En el siglo XIX, montoneras y saqueo republicano. En el siglo XX, el gendarme necesario. Y en el siglo XXI, el mesías revolucionario y vengador. Caldo de cultivo del comunismo del siglo XXI.

No puede existir conexión con las bases populares depauperadas, míseras y abandonadas si “no odiamos lo que no somos”: humildes, contributivos, comprometidos. Rendir culto a la victimización aborigen y a la indiferencia grupal es rendir culto a la personalidad y fascinación por el salvador a caballo. Vamos emborrachados de banalización, externalidad y ansiedad de estatus. Eso fue Chávez. Un mantuano frustrado que quiso serlo a juro desde la lucha de clases. ¡Lapidario!

La clave es la identidad. Revivámosla. Ese día el pueblo despertará y nos seguirá porque seremos trozo de esperanza. Nadie puede contra ese choque civilizador. Pero, ¿lo somos…?

@ovierablanco

¡Recibe las últimas noticias en tus propias manos!

Descarga LA APP

Deja tu comentario

Te puede interesar