Las fuerzas armadas de EEUU no lograron cumplir sus objetivos anuales de contratación por 41,000 personas el año pasado. El impacto ya se está sintiendo, a medida que los buques de la Armada norteamericana se quedan sin tripulación y los oficiales del Ejército reducen sus configuraciones de tropas.
Mientras tanto, nuestros adversarios –desde los terroristas respaldados por Irán en el Medio Oriente hasta China en el Indo-Pacífico– son cada día más audaces. Es una combinación catastrófica.
¿Qué podemos hacer para corregir el rumbo actual? En cierto nivel, la respuesta es simple. Necesitamos restaurar la confianza de los norteamericanos en el valor que tiene una carrera militar. Como el almirante Mike Mullen resaltó, el reclutamiento está cayendo porque “las mamás, los papás, los tíos, los entrenadores y los pastores ya no ven [a las fuerzas armadas] como una buena opción”.
Pero para restaurar la confianza de los norteamericanos, debemos entender por qué la perdieron. Esto requiere enfrentar tres verdades difíciles sobre la historia reciente de nuestro país.
La primera verdad es que el avance gradual de las misiones en el Medio Oriente causó un daño importante a la moral estadounidense.
Más de 250,000 personas se inscribieron para rendir servicio militar tras los ataques terroristas del 11 de septiembre. Lo hicieron para defender a EEUU del terrorismo y exigir justicia después de uno de los días más oscuros de nuestra historia. Terminaron sirviendo en esfuerzos de contrainsurgencia y construcción a largo plazo de países como Afganistán e Irak.
Nuestras tropas desbarataron redes terroristas que amenazaban innumerables vidas. No se puede exagerar el valor de esos logros. Pero nuestros esfuerzos más amplios tuvieron menos éxito. Afganistán está nuevamente en manos de los talibanes, mientras que los militares en Irak no son apreciados y están cada vez más amenazados por ataques respaldados por Irán.
Como era de esperarse, el resultado ha sido el desaliento entre muchos veteranos y el público como tal. Todo esto se traduce en un menor entusiasmo por el reclutamiento militar.
La segunda verdad que debemos afrontar es que por años nuestro gobierno ha proporcionado a los militares una calidad de vida inadecuada.
Durante la década del 2000, las tropas eran desplegadas en el exterior con un tiempo de permanencia de 1:1, mucho más allá de las recomendaciones de la Comisión Gates posterior a la guerra de Vietnam. Fue un trabajo agotador, pero ¿qué recibieron a cambio? Bases con moho, remuneración por debajo de la línea de la pobreza y cómo no mencionar que fueron expuestos a la quema de pozos tóxicos.
Cuando regresaron a casa, tuvieron que luchar nuevamente, esta vez en contra del Departamento de Asuntos de los Veteranos, el cual le negó atención médica a cientos de miles de hombres y mujeres heridos durante su servicio militar. Estos hechos no eran la receta perfecta para una gran campaña publicitaria que fomentará el servicio militar.
La tercera verdad que debemos entender es cómo los temas políticos están alejando a los jóvenes a unirse al ejército.
Por casi una década, la extrema izquierda ha dicho abiertamente que EEUU es un país malvado, inmerso en el racismo y que está financiando la opresión en todo el mundo. Las consecuencias de esto es tener hoy en día una generación de norteamericanos que se sienten alienados de su propio país, por ende mucho menos dispuestos a servirle a su nación.
Esto no es una especulación. Solo mire este comentario de un recién graduado de secundaria: “¿realmente vale la pena unirnos y arriesgar nuestra vida por ideologías con las que no estamos de acuerdo y que no necesariamente queremos proteger?”
Es un sentimiento comprensible. Pero para un país que tiene un ejército totalmente voluntario, es un problema grave. ¿Qué podemos hacer para trazar un nuevo camino?
Por un lado, debemos aumentar la calidad de vida de las fuerzas armadas y sus veteranos. Esto significa abordar la falta de vivienda, cuidado infantil y los salarios bajos. También significa ejecutar fielmente leyes como las que he propuesto tanto para reformar del Departamento de Asuntos de los Veteranos o la que busca ayudar a nuestros militares expuestos a pozos tóxicos durante su servicio militar. Si la Administración Biden continúa la implementación lenta de estas reformas, el Congreso de EEUU debe hacer cumplir la ley.
Además, debemos eliminar la política polarizadora en nuestras fuerzas militares. A través del proyecto de ley de defensa anual del 2024, el Congreso congeló las contrataciones y limitó los salarios para el programa de “Diversidad, Equidad e Inclusión” del Pentágono. Necesitamos más medidas de este tipo para mitigar el impacto de la división partidaria en nuestras fuerzas militares.
Finalmente, debemos recordarle a los norteamericanos el valor de nuestras fuerzas armadas para nuestros intereses de seguridad nacional. Esto no significa hacer borrón y cuenta nueva sobre Afganistán e Irak. Más bien, significa comunicar más claramente lo que está en juego en este momento.
Hoy, los barcos norteamericanos están bajo ataque por parte de las mismas milicias respaldadas por Irán que amenazan a que Israel entre en una guerra regional en el Medio Oriente. Las células terroristas están a punto de atacarnos. Rusia ha ejecutado el mayor conflicto territorial europeo desde 1945. Más que todo, está la amenaza de China, que busca establecer una hegemonía global y, por lo tanto, hacer que los norteamericanos dependan de su régimen totalitario para todo -desde tratamientos contra el cáncer hasta componentes de misiles balísticos-.
Debemos disuadir la agresión y mantener nuestra independencia y libertad frente a estas graves amenazas. Pero sólo podremos hacerlo si tenemos el ejército más fuerte del mundo.
Los legisladores tienen el deber de transmitir un sentido de urgencia a los jóvenes norteamericanos y convencerlos que hemos aprendido las lecciones. Sin reclutar militares jóvenes, la posibilidad que el siglo 21 sea otro Siglo Americano es realmente muy escaso.