jueves 28  de  marzo 2024
EEUU

Cruzando la línea que separa la libertad de palabra y de conciencia

Los detalles del asesinato, según las autoridades turcas, son tan brutales que la confrontación con el Gobierno saudí, uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos, se hace inevitable
Diario las Américas | SONIA SCHOTT
Por SONIA SCHOTT

Desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos ha librado una guerra sin cuartel, contra de lo que le gusta llamar “noticias falsas” en los medios de comunicación.

Pero ahora, singulares circunstancias políticas ponen al Presidente en la disyuntiva de defender o no, ante los ojos del mundo, los derechos inherentes al libertad de expresión, tras el asesinato del periodista disidente saudí Jamal Khashoggi.

Parece una extraña contradicción. Sin embargo, la muerte de Khashoggi, a manos de agentes saudíes que volaron a Turquía, el día antes de su desaparición en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, colocó a Trump y a su administración en una posición poco envidiable.

Los detalles del asesinato, según las autoridades turcas, son tan brutales que la confrontación con el Gobierno saudí, uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos, se hace inevitable.

Khashoggi había sido un crítico feroz del régimen saudita y en particular del liderazgo del príncipe heredero Mohamed bin Salman, elegido por el rey Salman bin Abdelaziz para ser su sucesor.

El escritor y columnista pidió en un artículo, que fue publicado por el periódico The Washington Post tras su desaparaición, una mayor libertad de expresión en Arabia Saudita.

Es cierto que Trump mostró apoyo a la expresión sin censura previa cuando inicialmente respondió a la noticia de la desaparición de Khashoggi, subrayando su preocupación por el periodista.

Pero la libertad de expresión ha quedado en segundo plano, superada por la evidencia emergente de la participación oficial de Arabia Saudita en el destino final de Khashoggi y que ha colocado al gobernante y a su secretario de Estado, Mike Pompeo, en una situación delicada.

Si bien la Casa Blanca exigió una investigación completa sobre la desaparición de Khashoggi, también es cierto que la administración estaba siendo cautelosa para no dañar irremediablemente las relaciones con Arabia Saudita.

Y es que este país de Asia Occidental, llamado también la tierra de las mezquitas sagradas, es útil en la guerra de Siria, la lucha contra el terrorismo, muro de contención contra Irán, el comercio de armas y la producción de uno de cada 10 barriles de petróleo en el mundo.

Según cifras actuales de la Agencia de Energía de Estados Unidos, el Reino de Arabia Saudita es el segundo productor mundial de petróleo, con 12,08 millones de barriles por día, sólo después de Estados Unidos que mantiene el primer lugar con 14, 46 millones diarios.

Saudi Arabia también tiene la segunda reserva más grande de petróleo en el mundo, después de Venezuela. Se estima que los recursos petroleros de Arabia Saudita ascienden a 260.000 millones de barriles de petróleo.

No en vano, Arabia Saudita es un aliado estratégico muy importante para Estados Unidos poner en juego la relación, incluso por este brutal asesinato.

Pompeo fue enviado a Riad la semana pasada y regresó a Washington con dos mensajes: la responsabilidad saudita por la desaparición de Khashoggi fue descubierta pero las relaciones bilaterales deben preservarse a toda costa.

Con la libertad de expresión y los derechos de un periodista también en juego, no ha habido una manera fácil de resolver este problema.

Trump y Pompeo también deben ser cuidadosos con el Gobierno turco. Turquía y los Estados Unidos han pasado por un período difícil en los últimos meses, en parte como resultado del encarcelamiento de Andrew Brunson, un pastor estadounidense que fue acusado de terrorismo en el país asiático.

La disputa con Turquía se resolvió cuando Brunson fue liberado y enviado a Estados Unidos. Ahora Estambul espera que Washington lo respalde frente a Arabia Saudita en el caso Khashoggi, quien ahora se ha convertido en un mártir de la libertad de expresión.

Cuando recién se conoció la noticia del asesinato, Trump reaccionó con sorpresa y habló de graves consecuencias para los responsables. Pero las implicaciones diplomáticas comenzaron a complicar las respuestas públicas del mandatario.

La muerte de Khashoggi ya no se limita a una muerte terrible en pro de la libertad de expresión. Es mucho más complejo.

La Primera Enmienda de la Constitución estadounidense ha permitido a Trump compartir libremente sus propias opiniones sin importar el tenor que tengan.

¿Cuál será ahora su medida para defender el mismo derecho de otros, sin sacrificar los intereses de la nación?

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