jueves 28  de  marzo 2024
Cuba

Cuba: De la disensión a la disidencia

Los delegados cubanos, a cualquier instancia, son meras marionetas incapaces de resolver los problemas de una ciudadanía que comienza a no vislumbrar opciones para la salida del país de la ruina
Diario las Américas | EDUARDO MORA BASART
Por EDUARDO MORA BASART

La consecución de raigales cambios políticos en Cuba demanda de la confluencia de una correlación de fuerzas internas en contra del estado, de la voluntad de expresar, en cualquier escenario, el disenso gubernamental y de la proyección de las acciones como un todo.

Sin lugar a dudas, la antinomia entre el estado y la sociedad civil centrará la próxima década en la isla caribeña. Es obvio, en una sociedad donde la actual crisis económico-social genera el aumento del número de personas que se oponen a la gestión estatal, engrosando el anillo de los disidentes.

Será complejo deconstruir casi seis décadas de ingeniería social que convirtieron al pueblo en una masa gregaria plegada al poder del estado u obligado a escapar al exilio. Sin embargo, las elecciones de los diputados a las asambleas municipales y provinciales del Poder Popular del pasado 26 de noviembre muestran datos interesantes, aun cuando provienen de fuentes oficialistas.

  • La sumatoria del abstencionismo, los votos en blanco y anulados, alcanzó el 19.17% de los electores, cifra ascendente a 1.562.731 electores.
  • Alrededor del 11% de los electores no acudió a la urnas, oponiéndose a las fuertes presiones que rodean a este tipo de eventos en Cuba, acentuadas por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), quienes vitorearon las elecciones como balón de ensayo de su 9no Congreso.
  • Los padrones electorales no se correspondían con la realidad. Al abrirse las urnas estaban inscritos 8.451.643 electores y cerraron con 8.855.213, mientras fueron excluidos al finalizar el día 6588 fallecidos inscritos para votar.
  • La intención de postular a 182 opositores fue coartada, so pretexto de haber incurrido en violaciones electorales.

Diversas son las lecturas emanadas de este proceso. Es evidente no solo la acentuación de las contradicciones entre los intereses sociales y estatales, sino su expresión pública.

Por vez primera la oposición se organizó para irrumpir en el escenario electoral, obligando al Partido Comunista a movilizar todas sus fuerzas represivas para evitar que fueran incluidos en las boletas.

El propio vicepresidente primero de la isla caribeña, Miguel Díaz-Canel, reafirmó en una intervención a puertas cerradas filtrada por un asistente, quizás exprofeso, que quienes disientan no tendrán espacio. Apelando una vez más al manido ardid de considerarlos agentes del Gobierno de los Estados Unidos y valiéndose de los órganos de la Seguridad del Estado para reprimirlos.

La anarquía de la burocracia estatal fue tangible, demostrando que cuando las condiciones lo demanden serán alterados los padrones electorales y, de ser necesario, como en los momentos más grises en la historia de Cuba, votarán los muertos.

La desinstitucionalización generada por Fulgencio Batista al tomar el poder a través un golpe de estado el 10 de marzo de 1952 fue capitalizada por el castrismo, que se parapetó tras ese ardid para borrar las elecciones libres del espectro político cubano. Legitimándose en la actualidad a través de un falso voto que puede alcanzar por cientos inusitados en comparación con cualquier escenario electoral, expresión del automatismo en el actuar de un individuo enajenado o sumido en un síndrome de esquizofrenia social, desconectado de la toma de decisiones y sin un mínimo control estatal. Por tanto, degradado desde la condición de ciudadano a súbdito.

Cuando se vota en Cuba no hay nada en juego. Ni decisiones económicas, ni políticas. Ellas son propuestas a la Asamblea Nacional por el Consejo de Estado y aprobadas miméticamente en genuina simulación democrática, pues quienes representan al pueblo en el Parlamento fueron sometidos con anterioridad a un análisis raigal que evidencie su absoluto apego al totalitarismo imperante.

Los delegados cubanos, a cualquier instancia, son meras marionetas incapaces de resolver los problemas de una ciudadanía que comienza a no vislumbrar opciones para la salida del país de la ruina.

Promesas como una nueva ley electoral o los anunciados cambios constitucionales, previstos para el 2011, solo perviven en el imaginario discursivo, reafirmando la tesis raulista, devenida estrategia, “sin prisa, pero sin pausa”.

La actual constitución cubana es excluyente con quienes disientan del socialismo burocrático, pues las reformas gestadas en el año 2002 como respuesta al proyecto Varela presentado por Oswaldo Payá, reafirman el totalitarismo del sistema, al refrendar el carácter inclusivo solo con quienes acatan, sin cuestionamiento alguno, el modelo totalitarismo imperante. El país demanda una constitución incluyente donde cuenten todos y la opción de votar con libertad plena sobre el presente y futuro de la nación. Es una falacia que somos 11 millones de cubanos. Somos 13.5, pues alrededor de 2.5 vive en el exilio.

En el próximo mes de marzo se realizarán elecciones generales; en ellas serán elegidos quienes integrarán el Parlamento. Aproximadamente un mes después el Consejo de Estado, incluyendo, por vez primera en más de medio siglo, a un presidente que no llevará el apellido Castro.

Muchas voces se han levantado pidiendo elecciones libres, a lo que añadiría un debate nacional para polemizar sobre qué bases construir el futuro de la nación. A raíz de la bautizada como Guerra de los e-mail o cyberasamblea, desatada tras los sucesos del 5 de enero de 2007, la intelectualidad cubana y otros sectores de la población abogaron por él.

Disímiles razones obligan a un impostergable cambio político en Cuba, pero si me exigieran citar solo una, es porque allí no hay cabida para todos los cubanos.

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