El presidente Donald Trump se atrevió a dar el paso que durante varias décadas sus predecesores habían evitado para no avivar la discordia entre israelíes y palestinos. El magnate que hoy dirige los destinos de los Estados Unidos reconoció a Jerusalén como la capital del Estado de Israel, y literalmente tembló el mundo árabe.
Voces, a favor y en contra del reconocimiento hecho por Trump, se hicieron sentir de inmediato. Y no era para menos. En Jerusalén viven unas 866.000 personas, según la oficina central de estadísticas de Israel, y de ellas 542.000 son judías, que viven en la parte occidental, y 323.700 árabes, radicadas en la parte oriental.
Hay quienes creen que Trump está cumpliendo una promesa electoral y que con su anuncio vuelve a entusiasmar a sus votantes, pero a cambio se estaría arriesgando a provocar una escalada de violencia en la región, posiblemente enfadando a importantes socios de Estados Unidos, cuya embajada ya no estaría en Tel Aviv, sino en Jerusalén o en una parte de la llamada Ciudad Santa.
Un análisis concienzudo del profesor Luis Fleischman, director del Interamerican Institute for Democracy, en Miami, califica la acción del presidente estadounidense como acertada y recorre los antecedentes relacionados con la búsqueda de la paz entre las partes, aunque a la postre queda en evidencia que todavía falta mucho camino para lograr una convivencia duradera entre israelíes y palestinos.
Fleischman se pregunta: ¿Podemos decir realmente que no se han intentado soluciones razonables? ¿Una embajada norteamericana en Jerusalén Occidental va a cambiar una actitud palestina que ha sido negativa desde el principio? ¿Qué gesto o paso deberían tomar EEUU o Israel para satisfacer a los líderes palestinos? Las posibles respuestas siguen generando más confusión en este tema de por sí complejo.
Lo cierto en este litigio es que Jerusalén es el detonador de un polvorín en el Cercano Oriente por ser la ciudad sagrada para judíos, musulmanes y cristianos, en donde se mezclan preceptos y lugares santos de viejos enemigos.
Para los musulmanes, el profeta Mahoma ascendió al cielo desde el lugar que ocupa hoy la mezquita de la Cúpula de la Roca, en tanto que el Muro de los Lamentos es el lugar que más veneran los judíos, al final de cuentas dos lugares tan cercanos físicamente pero tan distantes en su credo.