Por Janisset Rivero, Centro por una Cuba Libre
Desde el destierro, bajemos el volumen al ruido, y escuchemos el eco de ese silencio elocuente de las víctimas más recientes de la dictadura de La Habana
Por Janisset Rivero, Centro por una Cuba Libre
Cuando un ser humano es asesinado, muere toda la humanidad en ese instante. Así entendía el poeta argentino Jorge Luis Borges la muerte. Sin embargo, en el tema de Cuba pareciera que la máxima borgiana no es asumida por unos medios de comunicación cada vez más sordos y unas organizaciones de derechos humanos que parecen ignorar la cruda realidad que viven los prisioneros políticos cubanos, y la oposición a la dictadura más longeva del hemisferio.
La realidad desnuda nos convoca: la brutal tortura física y psicológica a la que están siendo sometidos los presos políticos y específicamente los jóvenes encarcelados por las protestas del 11 de julio de 2021, que ha resultado en varias muertes y un daño irreversible en las víctimas.
La primera causa de estas muertes son las golpizas y agresiones violentas de los guardias de las prisiones y agentes del Ministerio del Interior dentro de los centros de detención. El caso de Manuel d Jesús Guillén Esplugas quien fue asesinado a golpes el 30 de noviembre del 2024, aunque las autoridades dijeron que se había suicidado, es un ejemplo de ello. La madre del prisionero Dania Esplugas denunció que el cuerpo sin vida de su hijo presentaba golpes y señales de tortura física en un video publicado en las redes sociales. Guillén Esplugas no es ni ha sido la única víctima de los sicarios del régimen de La Habana.
La segunda causa es la negación de atención médica, de esta forma murieron Yosvani Sánchez Valenciano y Gerardo Díaz Alonso, el primero en diciembre y el segundo en octubre de 2024. Como ellos, hay incalculables casos de presos comunes que han sido asesinados al negarles medicamentos y asistencia médica.
La tercera causa es la tortura psicológica, las condiciones de encierro y hostigamiento, que logran desequilibrar a los detenidos. El suicidio de Yosandri Mulet Almarales, quien se lanzó de un puente en Calabazar en agosto de 2024, durante un permiso que le dieron para que fuera a su casa, es una muestra clara de las afectaciones psicológicas que han impactado a cientos de jóvenes cubanos que cumplen prisión por el solo hecho de ejercer sus derechos humanos fundamentales.
Los recientemente excarcelados del grupo del 11J, la mayoría de los cuales ya habían cumplido su condena, o presentan condiciones de salud muy graves, han salido a la calle con más miedo del que tenían cuando fueron arrestados. Muy pocos de ellos se atreven a dar declaraciones porque la vivencia de estos tres años y medio han sido terribles, en el intento del régimen por destrozarles el alma.
Sus casos no son únicos, las mismas estrategias de aislamiento, tortura física y psicológica, separación de los familiares, negación de atención médica y religiosa han sido utilizados de forma sistemática por los delincuentes uniformados que practican su ira y su odio en las prisiones y en las calles, contra su propio pueblo.
Pero ese silencio de las últimas víctimas, excluyendo de ellos a valientes opositores excarcelados como Félix Navarro, o Angélica Garrido entre otros, constituye un testimonio inmenso.
Esos jóvenes que salieron a las calles de Cuba en el incómodo verano del 2021, que con el brío de sus sueños, de su juventud, de su sentido común exigieron un cambio de sistema a viva voz en las calles cubanas, y que han soportado el peso inmenso del poder totalitario en su piel y en sus conciencias, esos jóvenes han lanzado un grito silencioso.
Ni el dolor de estos años de encierro, ni el sacrificio de sus familiares, ni las represalias que han tomado con los que se han atrevido a denunciar el horror vivido, puede borrarles de su corazón el deseo, ahora más fuerte que antes, de libertad.
Lo dicen sus ojos, sus cuerpos, sus silencios.
Al régimen sólo le queda la fuerza, la amenaza, la tortura, ya no existe la batalla de ideas porque esa la perdieron en las calles de Cuba, frente a una juventud que quiere vivir en libertad. Tampoco existen lo que el dictador llamó “los grupúsculos”, porque es un pueblo entero, un 90 porciento de la nación que quiere libertad. Entonces, no han podido acabar con el alma de estos jóvenes, que se recuperan para ser testimonio ardiente de la necesidad del cambio en Cuba.
Desde el destierro, bajemos el volumen al ruido, y escuchemos el eco de ese silencio elocuente de las víctimas más recientes de la dictadura de La Habana. Si sintonizamos bien, escucharemos su clamor.