jueves 13  de  noviembre 2025
OPINIÓN

Estado y nación fallidos

El actual régimen fracasó en su pretensión original de derrotar a los Estados Unidos en los múltiples planos en los que se les enfrentó

Diario las Américas | MANUEL CUESTA MORÚA
Por MANUEL CUESTA MORÚA

Fallido sí, desfallecido también. La apostilla hecha hace unos días por parte de un ciudadano a otro en una atestada cola del pan en el reparto Alamar, todo en medio de una conversación extrañamente amena, por la pasión del asunto, en la que se hablaba del Estado cubano. Sin flores.

¿El tema recurrente? El manido concepto de Estado fallido. Este nace en la usina académica de dos estudiosos de nombres Gerald B. Helman y Steven R. Ratner; los primeros que lo utilizaron en la edición de invierno de la revista Foreign Policy, del curso 1992-1993 bajo el título Saving Failed States (Salvando a los Estados fallidos).

A estos autores les llamaba la atención, mirando países como Haití, Liberia y la antigua Yugoslavia, la incapacidad de ciertos regímenes para garantizar lo que está en el origen de los Estados modernos: por un lado, seguridad, a través de la pacificación interna que garantiza el monopolio de la violencia estatal, y por otro, más importante, servicios básicos que, para los autores, son el fundamento de esa seguridad interna y la justificación última de los Estados. Recordemos que después de 1945, con la excepción de los Estados Unidos, el resto de los países comienza a evaluarse por su capacidad para asegurar la agenda social. Y el análisis lo remontan los autores a la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial, con la consiguiente destrucción de ese territorio que condujo a la debellatio: la subyugación de un país con pérdida de soberanía. A lo que se encamina Cuba en términos de soberanía alimentaria.

El concepto de Estado fallido reaparece, con mucha fuerza, en el lugar que menos se le esperaba: Cuba. Pero me gustaría enfocar un ángulo cardinal para definir lo que está pasando en las profundidades de la psiquis colectiva del gobierno: la inseguridad psicológica, la revelación del subconsciente, con la que se muestra ante este embate teórico viralizado, devela mucho más y mejor la pertinencia del concepto a la hora de caracterizar, no solo la condición sino la naturaleza del Estado cubano, que el uso del término como un ariete por parte de sus críticos y adversarios. En este último caso siempre se puede aducir que es absolutamente normal que el enemigo diga todo y diga más, parafraseando a José Martí.

A la defensiva, el gobierno revela con este caso la pérdida general de ese control narrativo que ha sido fundamental para su dominio hegemónico del relato sobre Cuba. El problema guarda menos relación con los “ataques” el gobierno cubano ha vivido bajo “ataque” permanente desde 1959 que con la discapacidad manifiesta del régimen para reconstruir su campo ideológico: carece ya, bajo cualquier consideración rigurosa, de ideólogos, de sistematizadores del pensamiento, de escribas con más o menos solvencia y de una retórica con estética más o menos presentable y consistente frente al público. A menos que tomemos a los divulgadores del poder como pensadores. Ni la poesía, la de Silvio Rodríguez, le salva. Un asunto de agotamiento existencial de una utopía estirada, ya en su fase de desparpajo.

Frente a esa liquidación, el régimen tiene que enfrentar ahora los términos duros, inesperados, descriptivos, casi técnicos del lenguaje político, sin la ayuda de los contenidos sociales que están en la base del concepto de Estado fallido. La paradoja es que la revolución cubana, una performance política altamente exhibida, vendió como solucionados en la feria global del mito y de la ideología, para que todo el mundo los viera, los celebrara y los imitara, los mismos asuntos en otros lugares irresueltos que dieron origen al concepto de Estado fallido justo en el año 1992. Cuando comenzaba la quiebra del orden social, del Estado providencia sobre el que se construyó el segundo mito cubano: el primero fue que podíamos ser la corrección de las malas independencias en América Latina.

Expuestas las fracturas de su mitología a la altura de 2023, cuando por primera vez se hace referencia a Cuba como Estado fallido, ahora el gobierno tiene serias dificultades para defenderse del uso de un concepto frente al que aparecía como su contraste matemático. Si para los autores Haití y Liberia, por ejemplo, eran estados falidos por su incapacidad de llegar a todos los campos sociales, además del descontrol sobre la violencia, Cuba aparecía como Estado cumplido, en la acera contraria del Estado fallido, precisamente porque garantizaba con precisión lo que aquellos no podían asumir: salud, educación, cultura, alimentación básica y recogida de basura para todos.

Un punto quedaba claro después de la caída del Muro de Berlín. El gobierno cubano garantizaba sistemáticamente el recorrido que iba de la cuna a la tumba de los cubanos, pero nunca estuvo en condiciones de garantizarlo de manera estructural: su impotencia para responder a una crisis sanitaria múltiple es la mayor evidencia de esta fragilidad estructural.

Porque pese a lo que digan los economistas de buena voluntad, la utopía social cubana se edificó sobre un modelo contra productivo. Todas las cuentas y los cálculos en el Excel de la economía cubana han sido ejercicios del voluntarismo académico para una economía que quedó literalmente en el vacío material con la desaparición de la Unión Soviética, y que fue salvada más tarde por el siguiente voluntarismo latinoamericano: el de la Venezuela de Chávez. El momento, por cierto, en el que el gobierno cubano empieza a vender la solidaridad.

La quiebra del Estado social cubano con la reestructuración racista de la economía y la latinoamericanización de la pobreza, donde el Estado no puede asistir a los marginados, es el camino más tortuoso que se pueda describir desde el socialismo hacia un Estado fallido. Cuba es el primer Estado fallido que surge de una utopía fallida. Llega a este punto, no por el significado de Estado fallido que nace de las concepciones de seguridad nacional, en las que el control territorial predomina como criterio, lo que para algunos hace de México un Estado fallido, sino por su fracaso como modelo totalitario de bienestar. El de las jaulas de oro. Ahora derretidas.

Pero hay otra arista fundamental que vale la pena explorar a la hora de mirar a Cuba como Estado fallido. El actual régimen fracasó en su pretensión original de derrotar a los Estados Unidos en los múltiples planos en los que se les enfrentó. El intento de construir un modelo de nación (con)tra los Estados Unidos, en vez de sin los Estados Unidos, ha llevado a tres fenómenos imprevistos por todos los que pensaron, desde el siglo XVIII, el proyecto de nación cubano: el anexionismo por despoblamiento, todo el que pueda debe irse, a los Estados Unidos; la concepción de que la idea republicana de auto gobierno es anti natural en los cubanos, de modo que aquí solo es posible alguna modalidad dura o suave de autoritarismo, y la dependencia material y psicológica, curiosamente alimentada por los fautores del régimen, que hacen depender las complejidades de un modelo y de una estructura económica de sus relaciones con un solo país: los Estados Unidos.

Cuba no es solo un Estado fallido. Es, además, una nación fallida.

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