Algunos se lamentan cuando observan las calles de las principales ciudades venezolanas vacías. No hay protestas visibles y su gente parece haberse refugiado con desesperanza en su rutina individual. Al caer la tarde emergen ciudades fantasmas que han sido tomadas por las bandas criminales en una suerte de metástasis agónica.
Todo el peso de la responsabilidad se le atribuye a la joven dirigencia que lideró durante cuatro meses una jornada de protestas pocas veces vista en el continente, pero ante la complejidad de descifrar lo que ha ocurrido la desesperanza ha tomado la palabra.
Analistas y “expertos en opinión” no cesan en pasar factura a los dirigentes mientras hacen recomendaciones aguerridas que no logran audiencia.
Quince mil detenidos y ciento cincuenta asesinados quedan como muestra de lo que ha sido capaz ese régimen calificado por el mundo democrático, no solo como una dictadura violadora de los derechos humanos sino como un régimen criminal.
La dimensión de la tragedia la vemos diariamente en los 25 mil venezolanos que cruzan la frontera hacia Colombia generando una crisis migratoria propia de países en guerra y en las historias de nuestros dos millones de profesionales vendiendo comida en las principales ciudades del continente.
La oposición venezolana no es solo sus partidos políticos. En algún momento se dijo que la llamada “resistencia” estaba tomando su propio camino y organización. Pero la lucha de masas que colocó a casi un millón de personas en las calles devino más tarde en trancazos de calle y en enfrentamientos directos con las fuerzas militares y para militares. “Escudos de cartón contra balas” solía decirse.
Las bombas lacrimógenas se fueron transformando en morteros disparados al pecho y la cabeza de los manifestantes. Los perdigones se sustituyeron por plomo y metras disparadas a quema ropa. Los colectivos para militares desenfundaron 9 milímetros para disparar a la cabeza y por las noches atacaban residencias durante largas noches de terror.
Desde las oscuridad de la noche, a través de los celulares, se hacían dramáticas y desgarradoras llamadas de auxilio sin que la ciudadanía impotente contara con algún mecanismo para asistir a los asediados.
En la última etapa de las protestas se incorporaron los fusiles de la Guardia Nacional y de los francotiradores, dejando en las últimas salidas hasta seis o más nombres en la lista de los caídos. El asesinato se hizo abierto. Ya no había pudor ante la comunidad internacional y las fuerzas de las armas asaltaron con ensaño lo que quedaba de la Asamblea Nacional y la Fiscalía General de la República, los últimos dos bastiones del sistema democrático heredados del pasado.
Se equivocan quienes piensan que la dictadura madurista es semejante a las dictaduras militares. Si bien aquellas manejaban los mismos niveles represivos, desapariciones y torturas, la actual dictadura tiene lazos con el crimen organizado, movimientos armados y los regímenes autocráticos de varios continentes.
Su propósito no es sólo mantener el poder sino manejar y fortalecer estas redes de poder que generan miles de millones de dólares. Así lo ha calificado el Departamento de Estado y esa caracterización ha sido comprendida al menos por 40 países democráticos. Al chavismo no le ha importado acabar con la economía y el hambre es su principal aliado. La Fuerza Armada, la Guardia Nacional, la Policía Nacional, los colectivos para militares, y las bandas delictuales son su brazo armado, ya no solo como un componente ideológico sino como parte de la estructura criminal.
A eso se enfrentaron los dirigentes políticos, los jóvenes, las familias y la gente que se lanzó a las calles. Éstas cumplieron heroicamente un ciclo de protestas, apagada momentáneamente por cárceles transformadas en campos de concentración y cruces que cuelgan en las avenidas y parajes de las ciudades.
Pero las luchas se desarrollan de distintas formas y toman rutas inesperadas. Al día de hoy las fracturas en el régimen se hacen evidentes. Las medidas económicas internacionales hacen sus efectos. El aislamiento del Gobierno y sus dirigentes se profundiza. Sus cuentas bancarias son congeladas y a lo interno de la Fuerza Armada una mayoría no forma parte del privilegio.