Hay un dicho francés que dice: “Cuanto más cambian las cosas, más permanecen iguales” (Plus ça change, plus c’est la même chose). Este refrán captura de manera precisa cómo, a pesar de los cambios aparentes, las estructuras fundamentales suelen mantenerse intactas, perpetuando los mismos patrones y dinámicas.
El gobierno de transición en Siria implementa un nuevo sistema educativo que no representa un avance progresista ni un cambio hacia una mayor inclusión o pluralidad. Por el contrario, refleja una continuidad de políticas históricas para imponer narrativas ideológicas que promueven la exclusión y el antisemitismo. Este fenómeno no es nuevo, y su análisis lleva a reconocer paralelismos inquietantes con programas similares implementados en otros contextos del mundo árabe, como la Franja de Gaza, Cisjordania, Egipto, Irak e Irán.
En el caso sirio, los cambios incluyen la eliminación de referencias a la diversidad cultural e histórica del país, como las deidades preislámicas y figuras históricas no islámicas como Zenobia; y la introducción de conceptos religiosos en temas laicos. Así, la “defensa de la nación” se reemplaza por la “defensa de Alá”, mientras que las teorías científicas como la evolución o el Big Bang son eliminadas. Aunque el Ministerio de Educación sirio afirma que estos cambios no son significativos, resulta evidente que el objetivo es alinear el currículo escolar con una visión islamista que excluye a comunidades no musulmanas y reinterpreta la historia nacional bajo un lente estrictamente religioso.
Este patrón tiene antecedentes claros. En la Franja de Gaza, bajo el control de Hamás, los programas educativos promovieron mensajes antisemitas. Los libros de texto han glorificado la violencia contra Israel y han borrado cualquier referencia a la coexistencia con judíos en la región. En Cisjordania, durante la administración de la Autoridad Palestina, los contenidos educativos siguieron una línea similar, exaltando la figura del “mártir” y perpetuando narrativas que demonizan a los judíos. De manera comparable, en Egipto, antes del tratado de paz con Israel, los libros escolares describían a los judíos como enemigos históricos de la nación, una narrativa que perduró incluso después de la firma de acuerdos diplomáticos.
En Irak y en Irán, el antisemitismo también se ha integrado en los sistemas educativos. Durante el régimen de Saddam Hussein, los programas escolares iraquíes incluyeron propaganda contra Israel y los judíos. En Irán, los libros de texto continúan promoviendo ideologías antisemitas bajo la dirección del gobierno teocrático, utilizando el sistema educativo como una herramienta para consolidar una visión del mundo que margina a los judíos y a otras minorías.
Estos ejemplos demuestran un patrón uniforme: las modificaciones en los sistemas educativos en la región no buscan un cambio real, sino que perpetúan narrativas ideológicas que fomentan divisiones y refuerzan prejuicios históricos. Lo que se presenta como una “revisión” o una “modernización” es, en realidad, una estrategia para consolidar el control político e ideológico a través de la educación. El famoso dicho francés, “cuanto más cambian las cosas, más permanecen iguales”, captura perfectamente la esencia de esta realidad.
En Siria, la transición del gobierno de Assad a un liderazgo islamista no es una ruptura con el pasado, sino una continuación bajo otra bandera ideológica. Mientras que antes el currículo glorificaba al régimen secular y nacionalista de Assad, ahora impone una narrativa religiosa excluyente. Esto evidencia que la meta nunca cambia: utilizar la educación como una herramienta de adoctrinamiento, en lugar de un vehículo para el entendimiento y la coexistencia.
Las cosas como son.
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