martes 16  de  septiembre 2025
OPlNlÓN

La guerra silenciosa por el estándar de la inteligencia artificial

Un análisis preciso para contar las cosas como son

Por Mookie Tenembaum

En agosto de 2025, el anuncio pasó casi inadvertido fuera de los círculos tecnológicos, pero en realidad fue una pieza más en una partida de ajedrez que se juega desde hace tiempo. Anthropic, la empresa detrás de Claude, ofreció a los tres poderes del gobierno de Estados Unidos acceso completo a su modelo de inteligencia artificial (IA) por un dólar al año. Un precio simbólico, casi irrisorio, si se lo compara con lo que paga cualquier ciudadano: unos veinte dólares por mes por la suscripción más básica.

Sin embargo, este gesto no tiene nada de filantropía ni de capricho. Se trata de un movimiento calculado dentro de una competencia feroz por definir el futuro de la IA. No es la primera vez que pasa, ya que OpenAI hizo algo similar y Google, aunque con menos ruido, también despliega estrategias parecidas.

En el fondo, la lógica es la misma que Microsoft aplicó durante décadas: acostumbrar a la gente a su software hasta volverlo imprescindible. Cuando un sistema se integra en los flujos de trabajo, reemplazarlo es engorroso, costoso y, muchas veces, políticamente inviable. Por eso la clave es entrar primero, aunque sea regalando el producto. Y aquí no se trata solo de vender un chatbot: lo que está en juego es el estándar de los agentes autónomos. Estos agentes son programas capaces de ejecutar tareas complejas sin intervención humana directa, y serán el verdadero negocio.

En 2025 todavía no está claro cuál será el estándar dominante. Podría ser el de OpenAI, el de Google, el de Meta, el de Grok o el de la misma Anthropic. Todos tienen razones para ocupar ese lugar, porque quien establezca el estándar definirá las reglas del juego para todo el ecosistema. Así, el ganador controlará la puerta de entrada al uso masivo de agentes en sectores como la administración pública, las finanzas, la industria, la salud y la educación.

Para ganar esa carrera, hay que estar en todos lados antes que el rival, aunque eso implique trabajar a pérdida. La estrategia recuerda a la fiebre del puntocom, cuando las empresas medían su valor en función de cuántos pares de ojos podían atraer. “Eyeballs”, decían en Silicon Valley.

La idea era simple: primero captar la atención, después monetizarla. Aquella burbuja enseñó que no basta con tener usuarios; importa cuáles usuarios se tienen. Y en este caso, el usuario que todos desean es el gobierno. No solo por su presupuesto, sino por el peso político y el poder de estandarización que arrastra.

Si todas las agencias federales usan un tipo de agente, este se convierte en la referencia para contratistas, proveedores y empresas privadas que trabajan con el Estado. Lo que vemos ahora es una carrera de inversión. Empresas que saben que recuperan sus fondos en el corto plazo, que aceptan quemar capital para asegurarse un lugar en el tablero cuando empiece la fase de beneficios masivos. Los ingresos de hoy importan menos que la posición estratégica de mañana.

Y es que el negocio de los agentes transformará la economía. A diferencia de los chatbots actuales, que dependen de la interacción humana para cada paso, los agentes actuarán de forma continua, optimizando procesos, negociando precios, ejecutando compras y ajustando cadenas de suministro sin intervención.

Si un agente trabaja para encontrar siempre la opción más barata, la presión deflacionaria será inevitable. Todo tenderá a bajar de precio: servicios, productos, incluso commodities, porque la eficiencia de la IA reducirá costes y eliminará capas enteras de intermediación.

Este abaratamiento no es marginal: se perfila como la primera ola de una deflación global sostenida. Un fenómeno que invertirá las preocupaciones tradicionales de la política monetaria. En un mundo con una inflación crónicamente baja, las tasas de interés altas perderán sentido. Los bancos centrales estarán obligados a mantener tasas cercanas a cero para evitar una contracción prolongada. El dinero barato se convertiría en la norma, no en la excepción. Al principio, algunos gobiernos usarán las tasas como herramienta para lidiar con el desempleo que traerá la automatización masiva. Sin embargo, descubrirán que ese desempleo es estructural y, más aún, que no necesariamente implica crisis social si va acompañado de mecanismos de ingreso garantizado.

La narrativa económica evolucionará: no tanto el pleno empleo como meta, sino la estabilidad y el consumo asegurado con una población parcialmente desplazada del trabajo. Este contexto explica por qué Anthropic, OpenAI, Google y otras están dispuestas a regalar su tecnología a jugadores estratégicos.

No se trata de altruismo ni de marketing superficial, sino de posicionarse para el día en que la norma sea que todos interactúen con agentes, igual que hoy todos usan correo electrónico.

Una vez que el estándar esté definido, cambiarlo será casi imposible. En los próximos meses veremos una escalada de ofertas gratuitas, paquetes especiales y alianzas sorprendentes. Los gobiernos se convertirán en campo de batalla, por su capacidad de imponer un estándar técnico de facto.

Lo que hoy parece una simple promoción de un dólar por un año, es un movimiento en una guerra silenciosa que determinará cómo funcionará la economía digital durante décadas.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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