El régimen de Nicolás Maduro volvió a mostrar su naturaleza: la del poder acomplejado que reacciona con odio ante cualquier símbolo de libertad. El cierre de la embajada de Venezuela en Noruega, apenas tres días después de que María Corina Machado recibiera el Premio Nobel de la Paz, no es una casualidad ni un trámite diplomático, es una pataleta. Otra más. La rabia de quien no soporta que lo expongan ante el mundo como lo que es, UN TIRANO que persigue, censura y miente.
El comunicado del régimen habla de una “reestructuración integral” del servicio exterior. Pero sabemos que eso significa venganza en el absurdo idioma del chavismo.
Noruega fue el país que tendió puentes cuando nadie más creía posible un diálogo. Puso su prestigio y su diplomacia al servicio de una salida pacífica para Venezuela varias veces, pensando que se podía terminar una dictadura por esa vía. Pecaron de ingenuos por su historial cortés y ahora, Maduro, en pago, les cierra la puerta en la cara. Ni una explicación, ni una nota formal. Solo el silencio del resentido.
No deja de ser irónico que cierren la embajada en Oslo para abrir una en Zimbabue y otra en Burkina Faso, presentadas como “socios estratégicos frente a presiones hegemónicas”. Es decir, regímenes autoritarios que sirven de espejo para seguir justificando el desastre. Solo eso le queda a la tiranía, rodearse de los pocos que todavía le sonríen, mientras sigue rompiendo lazos con los países que lo toleraban a pesar de todo. Es el retrato de una dictadura cada vez más sola, cada vez más pequeña y cada vez, esperamos con anhelo, más cerca de su final.
El verdadero motivo del cierre tiene nombre y apellido: María Corina Machado. El Nobel de la Paz la elevó al escenario internacional como símbolo de la resistencia democrática venezolana, y eso volvió locos a Maduro y su combo. No pudieron impedir el premio, no pudieron censurarlo, así que respondieron con lo único que saben hacer, “castigar”.
Maduro no soporta que una mujer perseguida y silenciada sea reconocida por su lucha, mientras él carga en sus hombros la vergüenza de un país destruido. Su reacción fue tan miserable como predecible. Llamó a Machado “bruja demoníaca”. Ese lenguaje lo dice todo, un dictador que perdió la compostura y el respeto. Aunque eso no es nuevo.
Y para colmo, ni siquiera entienden cómo funciona el Nobel. El chavismo, en su infinita ignorancia, cree que Noruega “dio” el premio, cuando el Comité Nobel es un órgano independiente sin relación con el gobierno. Pero claro, en Miraflores confunden Estado con partido y poder con inteligencia.
Mientras Noruega respondió con diplomacia —lamentando la decisión y recordando su voluntad de mantener el diálogo—, el chavismo volvió a quedar al descubierto. Cierran puertas, aíslan al país, pero siguen fingiendo que “el imperio” es el culpable de todo. No, el verdadero bloqueo lo imponen ellos desde Miraflores, donde el miedo se disfraza de soberanía.
El cierre de la embajada en Oslo no es un acto de política exterior, es un retrato psicológico que evidencia al mundo cómo vivimos los venezolanos que pensamos diferente. Ya no tenemos cabida, porque ya no tenemos democracia. Vivimos día tras día sorteando las rabietas de un poder enfermo, de una dictadura que no tolera la disidencia ni el reconocimiento ajeno. Pero lo peor para ellos es que, por más que cierren embajadas, no pueden cerrar los ojos del mundo.