El viejo continente, así llamamos jocosamente a los tres europeos con quienes coincidimos en el campo de tiro a donde vamos a tumbar discos cada fin de semana. Estos tres forman un petit comité, siempre dedicados a señalar los errores de cada tirador o la influencia del viento en el movimiento de los discos y hasta quienes de los presentes tendrían posibilidades en una competencia europea, que según ellos es el parnaso de los tiradores, el circuito más exigente de esta disciplina en todo el mundo.
Hoy el tema del grupo de expertos parece ser la política, dejaron a un lado las marcas de escopetas o el shoke perfecto de cada cañón para demostrar su sapiencia en el campo de las legislaciones y los conflictos de gobierno a orillas del mare nostrum.
“¡La unión europea se cree obligada a resolver las tragedias de todo el mundo!”, los tres hablan alto y en español, saben que los escuchamos y por eso no limitan la discusión a ellos, “Hasta en Cuba se quieren meter, por supuesto para pagar porque de Cuba no sacan nada”, dice el más viejo de la troika que además presume de sabio.
“Bueno si Cuba decide pagar con muchachitas estaría muy bien, porque de esa mercadería les sobra” dice entre risas el que permanece de pie. La exposición de los supuestos expertos da un nuevo giro, comienzan a contar sus experiencias cubanas a donde han ido más de una vez. “hasta debajo de la mesa te salen, todas quieren sexo y además vienen de lo más enamoradas”, opina el tercero, “siempre son jovencitas y dispuestas, eso sí con un apetito voraz, se lo comen todo, hasta a uno mismo si te dejas”. El viejo vuelve a meter pauta, “llegan a molestar, hasta en italiano te acosan para que te las lleves, comienzan con cien dólares y si regateas se van por veinte”, los otros dos asienten, “todas las que se te acercan vienen por negocio, porque además de sexo consiguen tabaco, medicinas y hasta una amiguita por si quieres un espectáculo”. El tercero se pone filosófico, “es que las profesionales y las educadas ya se fueron del país y lo que queda es eso, ‘luchadoras’, creo que ellas mismas se llaman así”.
Paquito se retira los tapones de protección de los oídos y atraviesa la línea imaginaria que nos separa, interrumpe la exposición de encuentros y transacciones para largarles su opinión, “el problema está en que ustedes fueron a mi país a buscar prostitutas, no miraron más nada, por eso les parece que son tantas” y sin darles tiempo a reaccionar continuó “fíjense que contradicción, yo he viajado por toda Europa, conozco todos sus países y en cambio he tenido que llegar a un campo de tiro en Miami para encontrarme con tres putas europeas”.
“¡Wow, wow, wow!” protesta con asombro uno de los aludidos, la única reacción porque de inmediato prefirieron callarse ante la impávida y amenazadora mirada de Paquito, que a pesar de llevar más de cuarenta años en el exilio sigue sintiendo a Cuba como su país. El viejo continente recoge sus escopetas ante los resoplidos y mascullos de Paquito, que no necesita la solidaridad del resto de los presentes, para defender él solo su orgullo patrio ancestral.
Escuchando al viejo continente despotricar sobre las jovencitas cubanas me sentí como si estuviera en el acuario del barrio, mirando como la empleada libera alevines en la pecera de los Oscar, minúsculos pececitos que serán devorados en un frenesí de persecución que solo durará unos minutos. Extasiado me quedo siempre contemplando cómo los grandes peces sudamericanos se van tragando una tras otra a las inexpertas crías que por primera vez descubren la amplitud de la pecera de exhibición.
Regresé a casa atribulado, yo debí ser Paquito, no un espectador. Esta vez debí meter mi mano en el estanque, aunque no evitara la masacre, demostraba al menos que sigo siendo cubano y que me duele la falta de soluciones para una crisis social de la que estos tres cabrones se aprovechan. Me los imagino como los Oscar del acuario, presumiendo una virilidad color dólar entre adolescentes desesperadas. Persiguiendo a sus víctimas en el estrecho estanque de sus desgracias.