El 7 de octubre de 2023 marcó un antes y un después para Israel. Aquel día no fue simplemente otro enfrentamiento con Hamas, sino el inicio de un evento singular que desdibujó las líneas entre combatientes y civiles. Los testimonios y las pruebas indicaron que no solo se trató de una operación militar: civiles gazatíes se sumaron voluntariamente a la masacre, participando en asesinatos, violaciones y quemas de personas vivas. El horror llegó a niveles que evocaron las peores imágenes de la historia judía, colocando a Israel ante una encrucijada existencial similar a la del Holocausto. Pero esta vez, la nación tenía la capacidad de defenderse y responder.
La decisión: O nosotros o ellos
Para Israel, el dilema era claro: debía erradicar la posibilidad de que estos eventos se repitieran. Hamas repitió una y otra vez, lo volveremos a hacer si podemos. La población Palestina no sólo no condenó estos actos sino en encuesta tras encuesta la apoyó abrumadoramente. La participación de la población de Gaza en el ataque significó, a ojos de los israelíes, que la frontera entre Hamas y la sociedad civil se había diluido hasta desaparecer. Ante esta realidad, la supervivencia de Israel se redujo a un juego de suma cero: nosotros o ellos.
A esto se sumaron una serie de esfuerzos externos para frenar a Israel y disuadirlo de llevar adelante una operación definitiva para erradicar a Hamas. Desde mostrar imágenes de niños gazaties muertos en las redes sociales amenazas iraníes y boicots económicos y deportivos, hasta ejecución de rehenes, pasando presiones diplomáticas y condenas internacionales en todo foros, olas de agresiones antisemitas, bombardeos de aliados bloqueos marítimos al petróleo, cada movimiento estuvo dirigido a detener la demoledora y sistemática ofensiva y así garantizar la supervivencia de Hamas. Pero el gobierno israelí, después de ese 7 de octubre, ya no estaba dispuesto a aceptar ni una tregua.
El dilema de Hiroshima y Nagasaki
Estados Unidos, después de Pearl Harbor, entendió que debía hacer algo que anulara la voluntad de Japón de luchar. La decisión fue el uso de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. El mensaje era claro: la destrucción absoluta no solo de las fuerzas armadas, sino también de la moral y la esperanza del pueblo japonés. El resultado fue la transformación de Japón de la noche a la mañana en una de las naciones más pacíficas del mundo, incapaz siquiera de sostener un ejército propio.
Israel se enfrentó a un dilema similar. Desecho usar armas nucleares, pero tenía a su disposición la tecnología y la capacidad militar para llevar adelante una destrucción sistemática de la infraestructura de Gaza y de su ideología religiosa. La decisión era devastar la Franja de Gaza para enviar un mensaje que resonara no solo en Hamas, sino en todo el mundo árabe e incluso en Irán: ni siquiera tu dios puede protegerte de la perseverancia de Israel.
La filosofía del miedo absoluto
Esta respuesta se enmarca en la teoría del miedo de Thomas Hobbes. Según Hobbes, el miedo es la herramienta fundamental para evitar el caos y la anarquía. Al igual que Estados Unidos decidieron provocar una suerte de Síndrome de Estrés Post Traumatico colectivo, una disuasión individual para imponer una paz duradera en Japón, Israel busca ahora crear el mismo efecto, que paralice a cualquier enemigo potencial y que disuada a futuras generaciones de siquiera considerar atacar al estado judío.
Hamás y Hezbolá son, en esencia, organizaciones ultra religiosas, cuyo poder no proviene de armamento sofisticado, sino de la creencia inquebrantable en su fe y en que su causa cuenta con la protección divina. Hezbolá se autodenomina el “Partido de Dios” y se presenta como un instrumento de la voluntad divina en la tierra. Al desmantelar y aniquilar sistemáticamente sus estructuras, Israel no solo destruye su capacidad operativa, sino que hace trizas su narrativa religiosa. Parafraseando a Nietzsche el filósofo alemán “Allah ha muerto”.
En este sentido, la operación de Israel no se limita a un objetivo militar, sino que busca demoler la fe y la esperanza de estas organizaciones, como lo hizo Estados Unidos con el emperador de Japón. Cuando el emperador habló por la radio, el mito de su divinidad se desmoronó. De la misma forma, Israel ha desmoronado el mito de la cobertura divina de Hamas y de Hezbolá. La idea es clara: si ni Dios te salva, no hay esperanza.
La guerra del mito
Tras el 7 de octubre, el dilema no era solo militar. La cuestión era cómo destruir no solo a Hamas, sino también la voluntad de resistencia de los palestinos en Gaza y de sus aliados en la región. Con un Hezbolá azotado por la explosión simultanea de 3,000 bíperes, y metódicamente decapitado de todos sus mandos todo en muy pocos días aun con la comunidad internacional ejerciendo una presión sin precedentes, Israel optó por una estrategia de aniquilación total de la voluntad. Así también los líderes de Hamás fueron eliminados meticulosamente, y la Franja de Gaza se convirtió en un campo de ruinas para enviar un mensaje: atacar a Israel tiene un costo existencial.
El futuro: Un nuevo orden en Oriente Medio
Al igual que Japón emergió de la Segunda Guerra Mundial como una nación pacífica y aliada de Occidente, la visión de Israel es que Gaza y Líbano —e indirectamente Irán— deben entender que la era de las guerras asimétricas, donde un actor no estatal puede atacar impunemente a un estado, ha terminado. La nueva doctrina israelí es la de la disuasión absoluta, donde cualquier intento de atacar al estado judío, sin importar su escala o naturaleza, será respondido con una destrucción tan total que socave las bases mismas de la esperanza y la milenaria fe de sus enemigos.
Más allá del 7 de octubre
El 7 de octubre no fue simplemente una tragedia nacional para Israel. Fue el catalizador de una nueva forma de entender la seguridad y la supervivencia en Oriente Medio. La disuasión ya no es solo una cuestión de potencia de fuego, sino de aniquilación moral y religiosa. Japón tardó generaciones en recuperarse de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y nunca más se atrevió a desafiar a Estados Unidos. Israel busca que Gaza y el Líbano —y cualquier otro actor regional que la contemple atacar— lleguen a la misma conclusión: nunca más.
El conflicto árabe-israelí ha entrado en una nueva fase, donde la derrota no es solo militar, sino ideológica y espiritual. Esta es la esencia de la respuesta israelí tras el 7 de octubre: no habrá tregua, no habrá concesiones, hasta que el mito del invulnerable haya sido destruido por completo.
Las cosas como son.
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