lunes 25  de  agosto 2025
OPINIÓN

"M", el asesino, está entre nosotros "¡démosle caza!"

El film M de Fritz Lang anticipó el ascenso nazi y muestra cómo masas y criminales asumieron la justicia ante un asesino de niños en Berlín.

Por Edgar Cherubini Lecuna

Parte del título de esta nota corresponde al original (Eine Stadt sucht einen Mörder) con el que Fritz Lang en 1931 había titulado su film sobre un psicópata que asesinaba a niños en una ciudad no aludida de Alemania. El verdadero escenario y guion de la trama es un ambiente que evoca las calles y la atmósfera de Berlín, no la ciudad de Düsseldorf como algunos críticos han señalado. Un portavoz del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), conocido coloquialmente como Partido Nazi, se reunió con el director y le habría pedido cambiar el título a “Una ciudad en busca de un asesino”, por lo que Lang adopto finalmente el de “M” ya que en una de las escenas disimuladamente le estampan en la espalda del abrigo del sospechoso la letra "M" de Mörder (asesino en alemán).

Este impactante thriller psicológico y social sobre un asesino de niños, fue la primera película sonora de Lang, innovadora en el uso del sonido para manejar sentimientos en la audiencia.

A solo dos años de la toma de la Cancillería por Hitler, este film refleja la descomposición social de la posguerra y el empoderamiento de las masas empobrecidas y desinformadas, de excombatientes frustrados por la derrota y el oscuro ambiente de la delincuencia organizada que fueron el sostén del nazismo, sin dejar por fuera un elemento fundamental: el apoyo de los notables y élites industriales alemanas que desdeñaban la democracia y aspiraban a una autoridad fuerte y leal a sus propósitos financieros. Según Juan Linz (La quiebra de las democracias, 1978), en Weimar, tanto el KPD (comunistas) como el NSDAP (nazis) eran partidos revolucionarios, que usaron las instituciones democráticas para socavarlas desde adentro. En ausencia de una cultura democrática arraigada, el pueblo alemán carecía de una tradición liberal-democrática. La participación ciudadana era baja y el sentimiento autoritario, alto. Lo anterior es solo una fotografía instantánea de Berlín en 1931.

El film “M”, es una puesta en escena dentro de la tendencia expresionista heredada de la preguerra, que hacía énfasis en la angustia existencial de la población, la incertidumbre y el miedo a lo desconocido, esta vez encarnada en un asesino anónimo que podía ser cualquier persona de Berlín; este hombre trastornado era perfeccionista hasta el punto de enviar cartas a la policía burlándose de su ineptitud, en medio de la alienación y la descomposición social. Este film es producto de ese estilo inquietante que se inicia con El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920), expresión visual de la demencia y la amenaza invisibilizada en escenarios decadentes. Pero es, sin duda, Nosferatu (F.W. Murnau, 1922), cuyo título original era Nosferatu, una sinfonía del horror, donde se presenta al terrorífico personaje del vampiro, el conde Graf Orlok, como reflejo premonitorio de las sangrientas matanzas que sucederían en Alemania y el resto de Europa con el ascenso de Hitler y el nazismo.

En “M”, magistralmente interpretado por Peter Lorre, el personaje es un psicópata y la policía no logra encontrar ninguna pista sobre las desapariciones y asesinatos de decenas de niños, haciendo pública una recompensa de 10.000 marcos. Los ciudadanos, especialmente las madres, expresan su angustia ante la impotencia e inutilidad de la autoridad. La reacción a este estado de pánico e incertidumbre generalizados es inusitada y deja atónito al espectador en la escena en que los jefes de las diversas organizaciones criminales son quienes deciden buscar y atrapar al asesino. Es notable la intervención de la Madame jefa de las prostitutas cuando exclama que ellas tienen hijos, lo mismo dice el capo mayor de la organización criminal que maneja la red de malhechores, rateros y mendigos de la ciudad. “El asesino está entre nosotros, ¡démosle caza!”, exclaman desde la turba. El capo da la orden de dividir la ciudad por sectores, vigilar y alertar sobre cualquier sospechoso. Es un ratero el que da seguimiento a un individuo que le busca conversación a una niña y es un vendedor de globos ciego quien reconoce la voz del sospechoso y da la alerta. El ratero dibuja con tiza una “M” en su mano izquierda y al pasar caminando hacia el asesino, tropieza intencionalmente al hombre del abrigo negro y astutamente deja estampada la letra en su espalda. A partir de ese momento, toda la red de mendigos, ladrones y criminales identifican y siguen al asesino hasta darle caza en una tensa escena de acción inédita en la historia del cine.

Para no convertirme en spoiler, solo quiero hacer énfasis en el acuerdo al que llegan todos los criminales en constituirse en un “Tribunal popular” para juzgar al monstruo. Un tribunal en los bajos fondos de Berlín compuesto por asaltantes de banco, ladrones, rateros, mendigos y prostitutas que piden la pena de muerte ya que no confían en la Justicia. Una mujer grita que “seguramente lo enviarán a un asilo para dementes y lo soltarán al poco tiempo y continuará asesinando niños”.

Peter Lorre en M de Fritz Lang - copie
Peter Lorre en "M" de Fritz Lang  (1931).

Peter Lorre en "M" de Fritz Lang (1931).

Dos años después de estrenada la película, en 1933, otro psicópata decidió el destino de los niños alemanes. Hitler declaró que el Estado Nacional Socialista (es decir, él) se haría cargo de la patria potestad y de la educación de los niños: “De ahora en adelante, el hombre alemán, desde niño se educará progresivamente de escuela en escuela. Lo formaremos con nuestras ideas desde muy pequeño”. A partir de los diez años, las niñas entraban en el Jungmädelbund y los varones en el Jungwolk. A los catorce a la Hitler Jugend, donde recibían una intensa formación física y paramilitar hasta los dieciocho años. Centrada en sus aptitudes y temeridad, aquellos que no pasaban las duras pruebas físicas de arrojo y valentía eran descartados, los restantes ingresaban a la Wehrmacht (fuerzas de defensa) según fuera su inclinación hacia el ejército, la marina, la Lufwaffe y los más implacables, a las feroces Walfen-S.S. y a la Gestapo que sembraron el terror en toda Europa.

El nazismo propuso la búsqueda espiritual del “hombre nuevo”, el cual resultó en el reclutamiento y militarización de niños que fueron fanatizados, adiestrados para matar y morir, para no dar valor a la vida y entregar las suyas en sacrificio al Führer o líder. Estos niños fueron convertidos en nihilistas que consumaron atrocidades y crímenes. Las multitudes de jóvenes nazis vociferaban: "Führer ordenad, nosotros os seguimos". La filosofía del fascismo les subrayaba las virtudes de la guerra: “La vida como guerra permanente. Se vive para la lucha”, "Nada ha sido alcanzado jamás sin derramamiento de sangre".

Los fascismos clásicos tuvieron un carácter necrófilo, al inducir a sus niños y jóvenes para sacrificarse y morir en “nombre de la patria”, de la "raza superior", del “hombre nuevo”, “por el Führer”, este último era el acto de entrega más sublime. Esta macabra ofrenda alcanzó su máxima expresión con la puesta en marcha y organización de la “Solución Final”. Sus campos de exterminio fueron la exaltación del “culto a la muerte”. De los 6 millones de judíos aniquilados en el Holocausto, 1.500.000 fueron niños, desde los recién nacidos hasta los 12 años fueron asesinados en las cámaras de gas. Una mujer judía embarazada no pasaba los controles de selección, sino que era directamente conducida a la cámara de gas.

Los aspectos esquizofrénicos (schizo, "división" o "escisión" y phrenos, psique) notorios en Hitler, Stalin y otros déspotas totalitarios militaristas y fascistas, así como en esta nueva camada de necrófilos islamistas aliados con la izquierda que amenazan a la democracia y a la cultura occidental, se caracterizan por la búsqueda de una total escisión entre la razón y la voluntad de sus seguidores. De allí que veamos con horror la reedición de estas prácticas en regímenes y grupos terroristas en Europa y América. Alimentar el corazón de niños y jóvenes fomentando el odio, la división y la exclusión, así como su uso en organizaciones paramilitares, para ayudar a sostener un régimen totalitario, un grupo o una facción armada, es considerado por todas las leyes y protocolos internacionales del presente como un crimen contra la humanidad.

El genocidio de I.5 millones de niños cometido por el nazismo no escandaliza lo suficiente, porque las atrocidades que creíamos superadas continúan y una violencia sin tregua se desata contra quienes “representan el futuro” o “son los herederos del mañana” (así se les menciona a los niños en todos los discursos políticos). El escritor español Antonio Gala se refirió a la infancia al escribir sobre la contradicción de ser niño: «Un proyecto de hombre en un mundo en el que un hombre se tiene por tan poco”.

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