Hace dos años, Ramón Couto, me sugirió crear un segmento en La Poderosa que recogiera para la historia los testimonios de los familiares de los presos políticos cubanos. Como uno más de esa interminable lista de hombres y mujeres que han padecido el presidio más largo e inhumano de la historia contemporánea, quería que el sufrimiento de los familiares no fuese relegado al olvido. El régimen de Cuba ha sido tan cruel que no le bastó con encerrar o fusilar a sus enemigos políticos. Había que lastimar, reprimir y repartir la cuota del calvario de las víctimas a sus seres queridos.
Clara Abraham, la madre del líder estudiantil Pedro Luis Boitel permanecía a la intemperie afuera del Castillo del Príncipe en La Habana con la esperanza que su hijo en prolongada huelga de hambre estuviese vivo y aun después de muerto no salieron a avisarle. El llanto y angustia de aquella madre desde Cuba en una entrevista realizada por Tomás Regalado al comenzar su carrera periodística me marco para siempre. Las palabras de Boitel. “Los hombres no abandonan la lucha cuando la causa es justa”, fueron y serán el más valioso de los legados.
Había que dejar la sangre fresca de los fusilamientos de la noche anterior en los peldaños de la cabaña para que los familiares, que llegaban en la mañana a visitar a sus seres queridos, la tuvieran que ver y oler. No bastó con fusilar a Ñongo Puig, había que encarcelar a su esposa Ofelia para que sus pequeños hijos sintieran la ausencia de ambos. La destrucción de la familia identificara siempre al régimen de los Castro.
Había que llevarse presa a Annette Escandón, cuyo esposo ya estaba en prisión y dejar a su bebé y demás niños pequeños solos y asustados. Los gritos de una madre mientras la llevaban esposada y golpeándola aquella madrugada oscura y solitaria rogando a algún vecino se hiciera cargo de ellos jamás deben de ser borrados de la historia de Cuba. A pesar de que posteriormente trataron de borrarlo de su mente dándole electroshocks en el hospital psiquiátrico de Mozorra por órdenes del Comandante Bernabe Ordaz, Annette vivió para contarlo.
Esa es y sigue siendo la barbarie. Hoy es con Félix Navarro y su hija Sayly presos desde el 11 de Julio, José Daniel Ferrer, Leoncio Rodríguez Ponce que lleva 37 años encarcelado o Miguel Díaz Bouza enfermo y con 81 años aun en prisión. Alexander Díaz encarcelado y padeciendo de cáncer. Su madre denunció que no le dejaron pasar los escasos alimentos que le llevo porque los guardias se los habían comido. Por las madres, muchas de ellas ancianas que pasaron anos sin ver a sus hijos Plantados. De nuevo, decenas de mujeres presas separadas de sus hijos. Si algo nunca ha dejado de existir en la Cuba de los Castro, han sido la represión y los presos políticos.
Historias como esas componen el mosaico del calvario de los familiares. Maltrato físico y psicológico para sembrar dudas y hacerle creer a un hijo que su padre o madre que está preso lo abandonó y así quitarle la culpa al victimario. Borrar todo vestigio de las víctimas ha sido la meta de la dictadura de los Castro y por eso los testimonios adquieren cada vez más urgencia porque lo prohibido es olvidar. La gran responsabilidad es nuestra de que esa no sea una opción.
Gracias a Mónica Rabassa directora de la Poderosa por abrazar este proyecto desde el comienzo, a Ibetti Pérez por su invaluable ayuda, a Roberto Koltun que generosamente da su tiempo y talento para filmar testimonios que muchas veces nos sacan las lágrimas. A todos los que abrieron sus heridas que nunca han cicatrizado del todo y volvieron a revivir la dolorosa experiencia de haber sido o ser familiar de un preso político cubano. Hoy tienen una calle en Hialeah, la ciudad más cubana de los Estados Unidos. En el West entre las avenidas 45 y 49, la misma esquina del majestuoso edificio de la biblioteca John F. Kennedy. Gracias al alcalde Steve Bovo que lo comenzó, a la alcaldesa Jaqueline García Roves que lo concluyó y también al consejo y trabajadores de la ciudad de Hialeah que hicieron posible ese día.
La historia es algo serio, ignorarla nos dehumaniza. ¿Por qué? Para que nunca más…