viernes 29  de  marzo 2024

Política y perdón. La clave de la salida...

Cuando las sociedades vilipendiadas padecen lóbregos reflujos y resentimientos, son caldo hirviente para el retorno de taitas, caudillos o mesías. La forma de redimirlo –al decir de Weber– es la coherencia social
Diario las Américas | ORLANDO VIERA-BLANCO
Por ORLANDO VIERA-BLANCO

“Cuando las sociedades vilipendiadas padecen lóbregos reflujos y resentimientos, son caldo hirviente para el retorno de taitas, caudillos o mesías”

Maurice Duverger decía que la política “es la lucha de los individuos para conquistar el poder donde los vencedores lo usarían en su provecho”. Pero es la política en términos de combate, no de estrategias y valores funcionales. En la política de los modernos el reto es conectar con las masas, dando con los elementos identitarios de preferencia y movilización. Y ese elemento es ser como tú. Veamos...

Gramsci concebía la Política en su formación lógica: cuerpo-desarrollo por el poder. A Maquiavelo le gustaba la fuerza –comentaba– pero a Bodin el consenso. Entonces la política no es el fin justificando los medios (El Príncipe), sino la inteligencia que justifica ese fin [el poder]. De los antiguos a la modernidad la dimensión política pasó de la guerra a la paz. ¿Cómo? Por la aquiescencia (aprobación) liberal y contractual. Es la concepción censitaria. El yo –ciudadano que delega en el tu– representante, sus identidades e intereses comunes. Gramsci lo denominó el arte político basado en el hecho irreducible de aceptar la existencia de gobernantes y gobernados, de dirigentes y dirigidos, donde convivir demanda condiciones generales –consensuadas– de orden jurídico, social, cultural y político. Esa es la verdadera República, la verdadera revolución.

Venganza Vs. Redención

¿Cuáles son esas condiciones generales de identidad? ¿Por qué en medio de la anarquía, la violencia y el timo un dictador puede sobrevivir? Porque las masas no vislumbran alternativas identitarias. Y no podemos construir un cuerpo identitario (lógica del poder ciudadano no autoritario) si no precisamos los componentes antropológicos, históricos, culturales, sociales, económicos y políticos que caracterizan el cuerpo social. El arte de la política –como desarrollo estratégico eficaz para alcanzar el poder– pasa por entender qué nos pasó desde lo originario. Por qué se instaló en el país este potaje dictatorial, cleptócrata, plutócrata y comunal que subsiste gracias a un perverso nutriente llamado polarización. ¿Cómo desanudarla? Apelando al perdón. Simple y complejo a la vez. Hemos sido una sociedad históricamente violentada, desplazada y despojada por guerras de luchas de clases desde la independencia, pasando por la guerra federal (de 500 mil habitantes murieron 100 mil); montoneras, revoluciones multicolores, liberales, restauradoras o nacionalistas, que fueron antesala de un positivismo gendarme (Castro-Gomecismo) que gracias al petróleo nos convirtió en una sociedad además de ultrajada y fatigada, parasitaria, aduladora y rapaz. Ello se redime de dos maneras: Venganza o redención. Y por ahora otros practican primera (Dixit Delsy Eloina).

Gracias, Chávez: De mantuanos a miserables

La carga de violencia y desprecio intrínseco que caracteriza a la sociedad venezolana nace de reyertas sangrientas, devastadoras y maleantes (siglo XIX). Más adelante –siglo XX– explotó el saudismo petrolero y la violencia pasiva. Una agresión que no es por acción sino por omisión. El rechazo y el desprecio de una sociedad socialmente movilizada vs. la proscrita. Un repudio por inacción y silencio trepidante hacia el desposeído. Un complejo socio-cultural no superado donde buscamos ser mantuanos, catires y privilegiados, desmarcándonos del barrio, del lumpen y hasta del color de la piel (de donde todos venimos). Un quiebre social inmensamente doloroso y absurdo que se coló desde el pillaje del Urogallo Boves, pasando por las montoneras de Ezequiel Zamora, el Mocho Hernández, Rafael Montilla (el Tigre de Guaitó), Alejandro Ducharne, Carlos Rafael Garbiras vs. Rafael Uribe Uribe [la Guerra de los mil días]; los Matos (padre e hijo), Dominicci o Epifanio Acosta, hasta la llegada de Gómez y Pérez Jiménez más el caudillaje moderno de Betancourt a Chávez… Justo reseñar que entre 1830 y 1903 hubo 166 revueltas armadas y cincuenta años de guerra. El historiador Robert Sheina (Latin America's Wars: The Age of the Caudillos, 1791-1899), estima en un millón de muertos, un 70% no-combatientes caídos por pestes, hambrunas, anarquía y represión política. Y desde 1914 a 1998, la desruralización petrolera condujo a un “desarrollo urbano” donde un 30% fondeó oportunidades y un 70% quedó atado al clientelismo rentista y bipartito que propició el arribo y el desquite de Hugo Chávez.

Cuando las sociedades vilipendiadas padecen lóbregos reflujos y resentimientos, son caldo hirviente para el retorno de taitas, caudillos o mesías. La forma de redimirlo –al decir de Weber– es la coherencia social. Y coherencia es justicia y liberación espiritual… La oposición aún no ha construido ese puente con las bases populares. Actuar con propósito de enmienda autocrítico, histórico y salvador donde líderes de nueva generación como María Corina, López o Capriles le digan al pueblo: lo siento, los hemos hecho mal, nos equivocamos; poco o nada nos ocupamos de Uds. en el pasado. Es hora de reconocerlo…

Mientras no brote un discurso humilde y liberador, en el reino de los ciegos (y resentidos) el tuerto seguirá siendo el rey (y tirano). A pesar del caos, la escasez y el crimen, el fin justificará los medios por prevalecer la fuerza sobre la inteligencia. ¡Hagamos política –y la paz– con nosotros mismos!

@ovierablanco

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