El mundo ha dado muchas vueltas desde que el 24 de febrero de 2013 el propio general Raúl Castro anunció oficialmente que se retiraría al terminar el segundo mandato, en el año 2018. Pero hace unos días leí un artículo en la prensa donde un experimentado analista explica, en su particular criterio, sobre la posibilidad de que el “Excelentísimo” General en Jefe, no cumpla su palabra y retrase la entrega del trono.
Tanta claridad encandila. Las personas muy inteligentes suelen cometer el error de elaborar teorías tan encumbradas, que terminan levitando, y al perder el contacto con el suelo pueden confundir, por las manchas, a un perro Dálmata con una vaca Holstein.
Es un soberano dislate asociar el concepto de realpolitik con esa extraña habilidad que tienen los gobernantes cubanos para mantenerse en el poder.
Es incuestionable que el mapa político mundial del 2013 a la fecha ha sufrido algunos cambios. El precio actual del petróleo dinamita la capacidad política de Venezuela, el mega proyecto del Mariel tiembla constantemente por falta de inversionistas, y la retórica del presidente Donald Trump contra Castro ha puesto a nivel de riesgo el panorama de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Pero nada puede frenar o detener los 670 km/h con que nuestro planeta gira sobre su eje, ni los 30 km/s con que se traslada alrededor del Sol.
La especulación es el condimento principal para los analistas políticos; pero el tiempo es indetenible. Entiendo que nuestra isla es uno de los países que tiene una de las poblaciones más envejecidas del mundo, y que esta realidad no solamente agotó la poca sustentabilidad financiera del sistema cubano de pensiones, también afectó la visión de muchos estudiosos que se empeñan en hacer desaparecer el concepto de “tercera edad” y quizás no avistan que Raúl Castro es un anciano de 86 años que, por desgracia para él, tampoco tiene la salud del legendario Superman.
Por supuesto que se va. Solo hay que releer la prensa para recordar que entre los acuerdos del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, (abril 2016), se estableció ajustar a dos períodos consecutivos de 5 años el desempeño de los “cargos políticos y estatales fundamentales” (entiéndase Comité Central, Secretariado y Buró Político), establecer 60 años como límite para miembro del Comité Central, y hasta 70 para desempeñar cargos de dirección en el partido.
En esa misma fecha, Raúl Castro, con maña y algo de chiste, dijo desde su tribuna “el que esté por ahí y tenga 70 años, sabe que no ingresará al Comité Central en el próximo Congreso”. Entonces, en el 2018, no solo se irá Raúl, también comprarán boleto por razones de senectud el vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, José Ramón Machado Ventura (que tiene 87 años), el comandante de la revolución, Ramiro Valdés Menéndez (85), el general de cuerpo de ejército, Leopoldo “Polo” Cintra Frías (76), el también general de cuerpo de ejército, Álvaro López Miera (74) y casi toda la parte geriátrica de la nomenclatura actual.
Paradójicamente, este final tan poco épico que veremos de la era castrista no podría ser más esperanzador. Y si el general se queda al frente del partido [comunista] como algunos profetizan, si es que llega, no será “para defender a la isla del regreso del fantasma de la Guerra Fría” sino por la sencilla razón de mantener la inmunidad. Al salir de la presidencia perderá poco a poco su influencia sobre el mando porque los dirigentes viejos, los que fundieron su lealtad en las luchas de la Sierra Maestra, estarán muertos; los intermedios, los que se formaron en las guerras que Cuba sostuvo en Nicaragua, Etiopía y/o Angola, están al jubilarse; y el resto, los del trapicheo, crecieron y se educaron compitiendo en el mercado de influencias, y a ninguno se le ocurrirá, ni de broma, entorpecer el presente provechoso para aferrarse a un pasado que carece de futuro.