Mis amigos tienen mucho que ver con los amigos de la canción de Joan Manuel Serrat, son bellos ejemplares, “lo mejor de cada casa”.
Vivencias que toman forma de relatos y conducen a la reflexión
Mis amigos tienen mucho que ver con los amigos de la canción de Joan Manuel Serrat, son bellos ejemplares, “lo mejor de cada casa”.
Mis amigos no tienen que esconder sus inclinaciones para conservar mis afectos, da igual si bailan con los demócratas o votaron por Trump. No importa si son ecológicamente verdes o si embarran de grasa la camisa cuando comen. Si yacen con mujeres o con hombres o con todos a la vez. Mucho menos me interesa si cargan abultadas billeteras o dependen de los food stamps.
Mis amigos vienen de todas las dimensiones, incluso los que se quedaron en el limbo, los que no pudieron o no quisieron, pero que también siguen conservando mis simpatías.
Me esfuerzo por darles a todos el mismo trato, tanto a los que llegaron ayer a mi parnaso como los que arrastro por los siglos de los siglos, porque hay amigos que conservo desde antes de nacer, amistades que me aseguraron mis padres y mis abuelos en su juventud, como Miguel Ángel Masjuan o Ramón Ibarra que estaban condenados a soportarme desde las primeras cábalas de nuestras familias.
Hay amigos de competencia que lo dan todo, aunque no les toque, que regalan a diestra y siniestra y con los que siempre estamos en deuda, porque no hay quien les siga el paso en su bondad, así me pasa con Taina Muñiz y Camilo Soto, tipos extraordinarios que, por suerte, siempre se asoman en todas mis ventanas.
Otros son imprescindibles porque te cantan las cuarenta sin temor al riesgo de una pelea como consecuencia. Nos dicen en que estamos equivocados, aunque a veces los equivocados sean ellos. Estos amigos regresan tus pies a la tierra, te devuelven a tus raíces, te mueven el piso cuando hace falta, como José Pérez, Julio Lastra o mi esposa. Porque mi pareja es sobre todas las cosas mi amiga, el copiloto imprescindible de este avión que a duras penas consigue despegar gracias a su empeño de tirar duro de los mandos, aun en las peores tormentas.
A nadie hay que advertirle de lo difícil de los tiempos, por eso solo tengo un buen consejo: Cuide a sus amigos, no los desgaste en tormentas etéreas, no sea el vórtice de odios absurdos, mire a otro lado cuando el rencor le puede salpicar. No tiene porque prescindir de su patrimonio principal, recuerde que la amistad es la que queda cuando los hijos se convierten en gigantes que huyen, o cuando los padres se mudan a nuevas dimensiones, o cuando por ley de la vida, usted se vuelve insoportable.
“Un amigo es un amigo, hasta tanto se muestre lo contrario”, decía otro Pérez de la orilla de enfrente, “si la cosa marcha bien no hay mucho que temer, no se consigue un amigo a diario”, al menos esta vez Amaury tenía razón.
Insisto: no habrá fobia, ideología, candidatura o causa, por muy banal o profunda que sea, que me haga decir mal de un amigo, aunque me grite, aunque se empeñe en poner distancia o construir muros. “Andamos justos, no podemos derrochar”, me decía otro amigo, Camilo Egaña, fuera de cámara, haciendo gala de su inmensa estatura de ladino simpático, de enano entrañable.
Por eso mantengo la convocatoria abierta para futuros amigos. Siempre tengo “aplicaciones disponibles”, sin letras chiquitas, fáciles de llenar y en lugar de firmas solo se exigen abrazos.
Parto de la premisa de que no soy el mejor amigo del escalafón, pero si tengo los mejores amigos del universo y a ellos me debo.