martes 9  de  septiembre 2025
OPINIÓN

Una nación es un principio espiritual, una comunidad de destino

La reconstrucción de Venezuela exige superar el rentismo, recuperar la política y forjar una nación moderna basada en ética, libertad y democracia

Por Edgar Cherubini Lecuna

Podríamos decir que una nación es la unión psicológica de un pueblo que toma conciencia de un destino común. El historiador Ernest Renan, en una conferencia pronunciada en la Sorbona el año 1882, titulada: Qu’est-ce qu’une nation? afirmó en ese entonces: “Una nación es un alma, un principio espiritual”.

Por eso, la gente que siente a su nación en lo profundo de su ser lucha por su construcción y su defensa, a través de decisiones éticas, que son el verdadero ejercicio de la libertad. Sin esa capacidad de elegir a diario lo que se debe hacer para fortalecer la nación no hay libertad posible y sin libertad una nación agoniza, es débil, es avasallada o desaparece. Cada una de nuestras decisiones y actos, nos va construyendo a nosotros mismos y a la vez va construyendo la nación que deseamos.

El término “Nación”, proviene del latín nascere, “nacer”. Una nación la conforman quienes han nacido en su territorio y comparten la misma lengua que a su vez unifica su historia. Esa lengua se transforma en lenguaje político cuando se utiliza en lograr acuerdos para un pacto social, como única herramienta de búsqueda de conceptos, estrategias y soluciones colectivas concertadas para aglutinar las individualidades en una causa común, en un destino común. Sobre esto último, Hubert Peres (Universidad de Montpellier, 2024), reafirma la importancia de participar en “una comunidad de destino”, compartida por sus miembros más allá de los desacuerdos posibles, cumplirlo unido al de los otros, aunque piensen diferente a uno, forma parte de la construcción de una nación, que al final no es sino la suma del aporte de las convicciones, fidelidades, solidaridades y las narrativas personales que cada uno de sus ciudadanos desarrolla en libertad e igualdad.

El historiador Yuval Harari (Sapiens, 2014; Homo Deus, 2015), augura para el mundo un escenario preocupante que debe llamar a la reflexión a todos los venezolanos conscientes: “Las tecnologías, el conocimiento y la información están ampliando las desigualdades entre una clase de superhombres con mayores capacidades y posibilidades y el resto de la humanidad, la casta de los inútiles”. Esto ya es una realidad en Venezuela, ya que mientras otros países, muchos de ellos pequeños, sin petróleo ni fuentes de energía, se preocupan por invertir y desarrollar el conocimiento, retener y atraer a los mejores talentos, buscar la excelencia en sus campus universitarios, nutrir la cultura y las artes, potenciar la agroindustria, desarrollar start-ups, pequeñas y medianas empresas dedicadas a la innovación tecnológica, acelerar el desarrollo de las ciencias vivas, hacer emerger las ciudades del mañana mediante diseños urbanos sustentables, alentar economías de nicho, promover políticas públicas eficaces, empoderar al ciudadano, invertir en el desarrollo informático, en la investigación biomédica, en preservar la naturaleza, en la gestión sostenible de los residuos, en fin, todo lo que esta civilización y en especial las sociedades democráticas están demandando de sus gobiernos, por el contrario, Venezuela, un gigantesco territorio pletórico de recursos y de gente buena, se ha quedado rezagada de la economía global, de las nuevas tendencias del desarrollo, de la sociedad del conocimiento, de las innovaciones y en general de la creatividad necesaria para enfrentar los retos que representan los nuevos paradigmas de la civilización, ya que una casta de inútiles en alianza con militares y el crimen organizado han tomado por la fuerza a la nación y la han retrocedido a un estadio anterior al subdesarrollo.

Desde el boom del petróleo en la década de 1970 hasta el presente, políticos y gobernantes, han obviado reflexionar y debatir sobre modelos desarrollo que no estén basados en la renta petrolera y en las importaciones, debido a que allí han estado y continúan estando las oportunidades de enriquecimiento de una casta privilegiada de empresarios arribistas, políticos y militares, asociados a cada gobierno de turno, siendo una de las causas que ha contribuido a la ruina en la que hoy se encuentra Venezuela. Durante la presidencia de Chávez, asistimos perplejos, a la mayor elaboración en nuestros años de historia como nación, de la taumaturgia y la deificación de un Estado petrolero absolutista y rentista. Cuando conversamos con ciudadanos de otros países y les comentamos que Venezuela en el ejercicio de su administración obtuvo ganancias por el comercio del petróleo de US$ 800.000 millones, no salen de su asombro al enterarse del desesperanzador cuadro de pobreza, escasez, improductividad, corrupción y marginalidad en todos los indicadores del desarrollo y la economía mundial que exhibe nuestro país. El chavismo, aparte de entregar la soberanía a terceros, lo que hizo fue potenciar aún más el rentismo y la corrupción. El ingreso petrolero no se reinvirtió en lograr un desarrollo sustentable para lograr la independencia económica, industrial y productiva, mucho menos para sentar las bases de una sociedad del conocimiento. Tampoco se utilizó para empoderar al ciudadano para que éste emprendiera su propio desarrollo y progreso individual, por el contrario, destruyeron la infraestructura que tardó décadas en construirse, se robaron y despilfarraron las ganancias petroleras hipotecando el futuro del país, convirtiéndolo en un paria del progreso humano.

venezuela crisis bandera triste -unsplash.
Imagen referencial.

Imagen referencial.

Pienso que la verdadera lucha es por un cambio de paradigmas. Entre los factores para lograr la reinvención del país es imperativo pasar de ser un petro-Estado rentista a un Estado emprendedor, no hay otra alternativa. La tarea más urgente es la de recuperar la voz crítica de ideas, de recuperar la política. Podríamos añadir lo que el filósofo Wittgenstein afirmó en relación con la función del lenguaje en la sociedad: “imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de vida”. Allí está la clave para lograr lo políticamente imaginado, un discurso que motive la sinergia de todos los venezolanos, capaz de construir una causa que nos conmueva y nos movilice permanentemente en la defensa y reconstrucción de la democracia, de los valores éticos, de la libertad, la igualdad y la justicia social, sentirnos dignos y orgullosos de pertenecer a una nación moderna. La tarea más urgente es la de ensamblar las individualidades para reconstruir el escenario político venezolano, para posicionarlo en el convulso y competitivo mundo del siglo XXI. Recuperar la voz crítica de ideas, es recuperar la política, cada día que pasa se hace más urgente. En este presente desacertado y dramático, por encima de los cogollos partidistas y de la casta de inútiles surgen voces esperanzadoras que auguran nuevos liderazgos.

No debemos subestimar la capacidad de los venezolanos para reinventarse y reconstruir el país. Mediante un franco reposicionamiento, en pocos años el país puede alcanzar el desarrollo. Esto solo será posible en democracia, con la participación y voluntad política de mentes lúcidas que decidan corregir el rumbo incierto que ha predominado hasta el presente. Habría que comenzar por superar la pobreza mental imperante durante todos estos años (no hablo solo del chavismo) y buscar un terreno común para el establecimiento de unas reglas de juego claras para salir del cul-de-sac donde nos han conducido. De acuerdo con George Steiner “no nos quedan más comienzos”, por eso, a la esperanza hay que ponerle nombre, estrategias, conducción, ideas y programas, para hacer posible el renacimiento y la reconstrucción de la nación a la que aspiramos y merecemos.

La gesta popular y soberana del 28/07/2024, significó la puesta en marcha de la reconstrucción democrática de Venezuela. Sin embargo, hay que terminar de definir ese gesto masivo, acompañándolo de conceptos y objetivos de un nuevo modelo de desarrollo, de un nuevo posicionamiento como nación, de un concepto que unifique de una vez por todas al pueblo en la defensa de la democracia y la búsqueda de un destino común de nación. No dejo de repetir lo que expresó el pensador Buckminster Fuller: “No podrás cambiar las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, debes construir un nuevo modelo que haga obsoleto el modelo actual”.

Benedict Anderson (L’imaginaire national, 1983), aporta una definición que motiva a la reflexión: “Una nación es una comunidad política imaginada”. Esto quiere decir que una nación no es un hecho en sí, algo consumado, sino la permanente construcción de un ideal. En Venezuela, hay que comenzar por la reconstrucción de las instituciones y de los valores, para poder lograr la democracia, la libertad, la igualdad y la justicia social. Pero estas palabras son tan solo una representación ideal. Como dice James Baldwin (Nothing Personal, 1964), “La realidad detrás de estas palabras depende, en última instancia, de lo que todos y cada uno de nosotros creamos lo que realmente representan, depende de las decisiones que uno esté dispuesto a tomar, todos los días”. Supeditar la política a la ética es el único terreno sólido desde donde tomar esas decisiones. Una nación, al igual que un individuo, se construye y se reconstruye todos los días.

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