Hace pocas semanas, a mediados de febrero, Doris Bayly, mi hermana, perdió la vida en un accidente en bicicleta, en Máncora, al norte del Perú.
Hace pocas semanas, a mediados de febrero, Doris Bayly, mi hermana, perdió la vida en un accidente en bicicleta, en Máncora, al norte del Perú.
Catorce años atrás, estuve a punto de perder la vida en un accidente en bicicleta en Madrid, en la avenida Menéndez Pelayo, al lado del parque del Retiro.
Todavía recuperándome de aquel accidente, escribí un relato titulado El ciclista volador, publicado en algunos periódicos de América:
“Era un miércoles por la tarde y hacía treinta grados y venía del correo de la calle Ibiza tras despachar mi novela El canalla sentimental a mis hermanos Javier y Andrés, que están en Vancouver y Boston, y me sentía liviano, astuto, listo, rápido, esquivando autos y peatones, burlando semáforos en rojo, toreando a Madrid en bicicleta. Pasé por una librería y compré seis libros más para mandarlos a los amigos y a los enemigos y los puse en la canastita de la bicicleta y tomé Menéndez Pelayo, que en ese tramo es de bajada, y empecé a ir deprisa, a toda prisa, volando, tanto que tuve que quitarme el sombrero. Era un momento bello, luminoso, inolvidable, toreando en bicicleta a Madrid como si fuese mensajero o repartidor de mi novela. Luego el bus frenó en seco, yo frené ya tarde, un auto frenó detrás y golpeó la parte trasera de mi bicicleta y salí eyectado, disparado, volando, literalmente volando. Sentí que volaba en Madrid y que ese vuelo era eterno, hermoso, inolvidable, y que ya no importaba la caída porque por unos segundos había conseguido ser lo que siempre soñé: una mariposa en Madrid, rodeada de mis libros. Cuando caí, ya nada era tan hermoso y la mariposa era un gusano. El bus partió, echando humo en mi cara en el pavimento, y el auto que me atropelló por detrás se alejó también. En el asfalto de Menéndez Pelayo yacía un peruano que no podía levantarse, además de seis libros escritos por él, desparramados a su alrededor, como si fueran una campaña de promoción”.
Unos días después de ese accidente en Madrid, mi hermana Doris me entrevistó en Lima, en el hotel Country de San Isidro, para una revista que ella dirigía.
El reportaje de ocho páginas se tituló “Yo es otro”. Comenzaba citando al poeta Arthur Rimbaud: “Perdón por el juego de palabras. Yo es otro”.
En la introducción, mi hermana Doris escribió: “Jaime Baylys, personaje de El canalla sentimental, se define como autodestructivo, provocador, frívolo y bisexual. Jaime Bayly, talentoso escritor, ganó el Premio Herralde de Novela un año antes que Roberto Bolaño, es autor de varios best sellers y acaba de presentar su última novela, protagonizada precisamente por Baylys. Conduce también El francotirador, exitoso programa dominical donde, fiel a su estilo, pone en evidencia el lado oculto de sus invitados. ¿Es infranqueable la barrera entre Baylys y Bayly?”.
Vestida de negro, con anteojos negros, delgada, guapísima, hablando en voz muy bajita, casi susurrando, mi hermana Doris, que ya había publicado dos libros de poesía, me preguntó aquella tarde en el hotel Country:
-¿Ha tenido Mr. Baylys la gentileza de visitar a Jaime Bayly luego del accidente en Madrid?
No -respondí-. Mr. Baylys es un patán que odia los hospitales, que cree que los médicos son sus enemigos y que detesta asistir al enfermo porque piensa que la muerte es un acto de buen gusto, sobre todo la de su peor enemigo, ese tal Bayly, que dicen que se ha vuelto loco e impotente por las pastillas.
-Me cuentan que lo vieron absorto ante un espectáculo de grillos suicidas -preguntó mi hermana Doris.
Es verdad, aunque él hubiera preferido que no lo vieran porque tiene un carácter ermitaño y rencoroso que tiende a acentuarse con los años. Pero, en efecto, estaba absorto y perplejo contemplando a unos grillos argentinos que se arrojaban a la piscina buscando su muerte y a los que él sacaba del agua intentando salvarlos, sólo para comprobar, pasmado, que ellos volvían a arrojarse, quizás porque estaban hartos menos del calor o de su condición de grillos que del hecho abrumador de ser argentino.
La incomodidad generada por la fractura de tu brazo y los puntos en la cara no te han hecho perder el ritmo de viajes y compromisos, acentuado por la presentación de El canalla sentimental.
Los médicos le dijeron al malherido señor Baylys que no debía viajar por un mes y permanecer en reposo absoluto, que es, por lo demás, como permanezco siempre, y que debía quedarme en cama sin mover el brazo que se me puso negro. Pero yo nunca hice caso a los médicos y soy un médico autodidacta y suicida y a los pocos días estaba volando a Miami, a Lima, a Buenos Aires, porque pienso, como decían los cantantes de antes, como Raphael de negro, o Camilo Sesto de rojo y con tacones, que uno se debe a su público, que es, por supuesto, una mentira deliciosa, porque uno no se debe a su público, uno necesita a su maldito público para pagar sus deudas, que es algo bien distinto.
Sobre el accidente, se dijo que fue un gorila de Chávez, que los del canal de Miami te querían dar un susto, que habías tomado más pastillas que de costumbre. Tú, ¿qué dices?
Todo es posible, tengo muchos enemigos. Ruego a quienes quieren matarme que tengan la entereza de cumplir su palabra. Nada me gustaría más que morir heroicamente -porque sé que soy un cobarde- tiroteado por mis enemigos o machucado por un bus en Madrid o envenenado tomando el té, como manda matar Putin a sus enemigos. Además, creo que la muerte es un placer inexplicablemente subestimado y que la vida es tan dura y miserable que la muerte sólo puede ser mejor que esto. En cuanto a las pastillas, sólo había tomado ni dosis habitual de antidepresivos, que es bastante alta a pesar de que no estoy ni estuve deprimido, sólo que me encanta sentirme anti-deprimido.
¿Escribes para ajustar cuentas pendientes o te pasa como a los poetas, que si no escriben, se mueren? -me preguntó mi hermana Doris, la poeta.
No necesito el dinero de los libros, que es tan escaso e incierto. Yo escribo porque si dejo de hacerlo la vida se me hace aburrida e insoportable y ya no le encuentro sentido alguno. Escribir es como volar en Madrid: sabes que al terminar el vuelo vas a terminar golpeado, pero ese vuelo de mariposa le da un cierto sentido poético a la vida.
¿Cómo te ves en veinte años?
Yo, en veinte años, me veo muerto, por supuesto. Todas las brujas que he consultado me han dicho que moriré antes de cumplir los cincuenta. Por eso mis hijas saben a qué mar deben arrojar mis cenizas. No al de Lima, ciertamente, que allí deben echar discretamente mi última caca (risas).
Una amiga me dice que cuando te vea, te pregunte si estás haciendo algo en serio para adelgazar y por qué no te cortas el pelo más chévere.
Dile a tu amiga que adelgazo por las pastillas y porque vivo solo y como poco. Dile también que odio a la gente que me dice cómo debo llevar el pelo. Yo no creo en el alma, es una superstición, no existe, pero creo ciertamente en el pelo, y cada uno lo lleva como le da la gana.
Antes de ir a comerciales, ¿quieres enviarles un saludo a tus fans y detractores?
Les temo por igual. Ser fanático de algo o de alguien (una persona, una religión, una patria, un equipo de fútbol) es una enfermedad, un peligro que puede resultar mortal. Los detractores quisieran ser tus amigos, pero saben que no pueden, entonces se resignan a insultarte, y siempre es lindo insultar a un famoso, sólo porque sí.
Las señoras de tu club de fans dicen que eres un amoral de cuidado. ¿Quisieras mandarles recuerdos?
Recuerdos, cariños, parabienes y besos comedidos. No soy un amoral. Tengo mi propia moral, que no es la que me enseñaron, desde luego, y cambia con los días, según mi humor.
¿En qué piensas cuando te acuestas? ¿Estás contento con la vida que llevas?
Pienso en qué pastillas debo tomar, mezclar, combinar. Cada noche es una aventura peligrosa. Hago cócteles barbitúricos y me duermo precisamente sin pensar. Si me pongo a pensar, me siento a escribir y se me van las horas y no duermo nunca y al día siguiente soy el anticristo, un sujeto despreciable y ruin que odia a la especie humana.
¿Hay algún escritor, artista o político a quien admiras?
Admiro a mi amigo Roberto Bolaño, muerto elegantemente a los cincuenta años, que me mandaba postales animándome a mudarme a España y me compraba chocolates cuando caminábamos por Barcelona y me daba consejos y aliento. Qué pedazo de escritor. Y qué amigo noble y generoso. Es el escritor que más he querido y que más me ha querido. Y la ironía es que sus muchas viudas literarias me critican con ferocidad.
Si mañana te despertaras con dieciocho años y la experiencia de vida de Jaime Baylys, ¿qué giro de timón le darías a tu vida?
No saldría nunca en televisión. Me iría a vivir a Madrid de mayo a setiembre y a Buenos Aires la otra mitad del año. Viviría como escritor, austeramente. Y me gustaría tener un hijo muy heterosexual y otro muy gay y que sean grandes amigos. Me encantaría morir siendo besado por ambos, cada uno en una mejilla.
¿Estás pegado con el tema de la muerte?
No me molestaría morir cualquier noche dormido.
¿Has recuperado a alguno de los amigos que perdiste luego de publicar un libro dedicado a tus ex?
No. Ya no eran mis amigos cuando escribí ese libro. Quizá nunca lo fueron. Quizá el azar entreveró brevemente nuestras vidas, pero no por eso fuimos amigos de verdad.
¿Por qué crees que es exitoso tu programa?
No es exitoso. Simplemente es. Estoy ahí. Lo jodido es estar ahí. Yo no tengo ningún talento para la televisión. Lo que ocurre es que decir ciertas verdades en televisión se considera un talento.
“Las ferias de libros, como se sabe, tienen más de ferias que de libros. Uno se siente un objeto en exhibición, un producto en subasta, una mercancía rebajada a precio conveniente”, dice Baylys. ¿Te sientes también así cuando estás en gira promocionando un nuevo libro?
Sí, y es atroz y humillante. Ahora doy muy pocas entrevistas, como ésta, y viajo con mi dinero para no ser súbdito ni esclavo de nadie.
¿Te quedan pilas para seguir hurgando en política, farándula, sexo y pacatería, o te jala, cada vez más, la danza de los grillos en la piscina, como a Mr. Baylys?
No lo sé. Yo aspiro a emanciparme algún día de las penosas servidumbres de la vida pública y vivir en una casa en las afueras de Buenos Aires, leyendo y escribiendo y mirando la danza de los grillos suicidas y callándome la boca.
¿Te gustaría ser presidente?
No. Prefiero no ser presidente. Prefiero perder.
(“Yo es otro”, por Doris Bayly, revista Cosas, Lima, octubre, 2008).