Dr. Eduardo J. Padrón
Presidente del Miami Dade College
En el incidente del restaurante Twin Peaks, paradójicamente con el nombre de una famosa y siniestra –por su violencia precisamente- serie de televisión dirigida por David Lynch, se confiscaron alrededor de cien armas de fuego que, ahora se sabe, estaban en manos de delincuentes, más allá de lo pintoresco que puedan lucir sus atuendos. Otra vez, artefactos mortales manipulados por quienes sienten un irrespeto total por la vida
Dr. Eduardo J. Padrón
Presidente del Miami Dade College
En el imaginario de la nación los tiroteos suelen ser pruebas de valentía y justicia. La tradición nos llega del viejo oeste y sus llamados cowboys legendarios, así como de la mitificación del gánster que puede ser criminal o redentor.
Lo ocurrido en Waco, Texas, denota el extremo de esta fascinación nacional por los tiroteos y digo fascinación porque en unos pocos días, lamentablemente, el incidente será otro capítulo irremediable de la filosofía de la violencia a la cual nos hemos adaptado.
Sucede, sin embargo, que el cine, la literatura, el teatro o la propia historia fundacional de ciertas geografías de los Estados Unidos, son ficción o pasado y no la realidad actuante donde familias que concurren un domingo a pasarla bien mientras almuerzan, de pronto, se encuentran protagonizando una escena de Okay Corral donde silban los plomos indiscriminadamente.
En el incidente del restaurante Twin Peaks, paradójicamente con el nombre de una famosa y siniestra –por su violencia precisamente- serie de televisión dirigida por David Lynch, se confiscaron alrededor de cien armas de fuego que, ahora se sabe, estaban en manos de delincuentes, más allá de lo pintoresco que puedan lucir sus atuendos. Otra vez, artefactos mortales manipulados por quienes sienten un irrespeto total por la vida.
Por fortuna, no hubo daños colaterales en este conato de guerra en un día de sol radiante en un país de leyes, pero si mucha irresponsabilidad.
Creo que no se está haciendo lo suficiente para mitigar la violencia en el país y cada día que pasa pagamos las consecuencias. Hay que reunirse, hablar, intercambiar experiencias, respetar la vida como reclamo humano fundamental.
En el Teatro Tower del MDC estamos proyectando un filme que mucho recomiendo. Se trata de Mandarinas, que fuera uno de los cinco nominados al Premio Oscar al Mejor Filme Extranjero este año. Relata un capítulo de la absurda guerra entre georgianos y chechenos en la República de Georgia, que fuera parte de la Unión Soviética.
Un cultivador de mandarinas no quiere abandonar su finca ante el avance de la contienda y la vida lo coloca en el dilema de albergar en su casa a dos heridos de facciones enemigas, que sencillamente se quieren matar. El los hará razonar, pacientemente, para que abandonen ese estado de violencia a flor de piel, aunque incontenibles balas ajenas regresarán para recordarnos que la humanidad debe cesar la cultura de la muerte.
Creo que Estados Unidos puede aprender mucho de parábolas como la que protagoniza este cultivador de mandarinas. Necesitamos esa integridad para frenar la violencia.