Felipe González va de vuelta a España. Seguramente el expresidente del Gobierno estará recordando lo vivido por él durante los últimos días en su visita a Venezuela. Para empezar por lo negativo, González ha experimentado la cara más amarga del movimiento político chavista. La falta de respeto y el acoso a la discrepancia ha caído como una losa sobre el político socialista que ha visto cómo su nombre y su pasado han sido continuamente mancillados por la propaganda del régimen que lo ha acusado de corrupto, de terrorista y de injerencista entre otras lindezas.
Con su acoso y su demostración de control y poderío, Maduro y Cabello se han salido con la suya y han impedido al expresidente español tanto visitar a Leopoldo López como Daniel Ceballos como asistir al juicio del primero, ni siquiera en calidad de público.
Entre los aspectos positivos hay que destacar el acuerdo con el alcalde Caracas Antonio Ledezma. Pero lo más importante es la imagen -que gracias al prestigio y el tirón mediático de Felipe González- el mundo ha podido ver de lo que pasa en Venezuela.
La intolerancia, la falta de libertad, de independencia judicial, en definitiva una democracia herida que se manifiesta a través de las urnas pero que cuenta con los otros requisitos ineludibles para ser llamada como tal.
Le toca ahora a González levantar testimonio de lo vivido en Venezuela y contarle al mundo que los venezolanos necesitan de su solidaridad. La presión internacional y la luz que los medios de comunicación extranjeros pueden proyectar sobre la oscuridad del chavismo ayudarán a recobrar la esperanza no ya de los políticos opositores, sino de un pueblo que necesita recobrar la libertad.