Cuando usted viaja de Camagüey rumbo a Las Tunas, por la añeja Carretera Central de dos carriles construida en 1930 por Gerardo Machado, el primer dictador después de instaurada la República, la abrumadora sequía que afecta con crudeza a la región oriental se nota a golpe de vista.
No es que el panorama del resto de la campiña cubana impresione por su verdor, los campos cultivados, extensos cañaverales o embalses que se desbordan de agua. Todo lo contrario.
El marabú es el rey desde la llanura matancera hasta la sabana camagüeyana. Las antiguas plantaciones citrícolas están abandonadas, no pocos bateyes azucareros son pueblos fantasmas y es raro ver a campesinos arando la tierra.
El ganado, la mayoría en los huesos, pasta hambriento lo poco que encuentra y bebe agua turbia en barriles de latón ennegrecidos partidos a la mitad. “Es raro el día que no se muera una vaca o un ternero por falta de pienso y agua”, dice Jesús, ganadero de una cooperativa en Guáimaro, Camagüey.
Pero en esa provincia aún se observan embalses a medio llenado y de vez en cuando, cae un aguacero de poca intensidad. En la región oriental es diferente. La yerba, reseca y pálida, parece quemada por un soplete, y a gritos pide agua. Decenas de riachuelos se encuentran secos y varias presas están en nivel cero.
Armando cultiva boniato en un lindero a medio kilómetro de la vieja Carretera Central y a tiro de piedra de Manatí, en Las Tunas. Todas las mañanas, después de tomar café y prender un tabaco torcido a mano, mira al cielo en busca de una señal que presagie lluvia.
“La piel se me pone de gallina cuando miro esos sembrados patisecos y los animales con los ojos tristes como esperando la muerte. Si en esta primavera no llueve, el Gobierno cubano tiene que pedir con urgencia ayuda internacional. Sin agua no hay vida”, opina Armando.
Damián, ingeniero hidráulico, cree que “si se extiende la sequía no sé de qué manera el Gobierno buscará opciones para paliarla. No creo que tenga capacidad financiera y logística para aminorar sus consecuencias”.
Según Damián, el instituto de recursos hidráulicos, junto con instituciones científicas, mediantes técnicas artificiales están 'sembrando' lluvias y reactivando pozos de agua subterránea. “Incluso se ha estudiado potabilizar el agua de mar. Cada noche rezo a Dios para que en los meses de marzo a octubre caigan registros considerables de lluvia. Si no, tendremos que decretar un SOS a los organismos internacionales”.
Los especialistas coinciden en que la actual sequía en la Isla es una de las más severas en los últimos cien años. “No hay un factor, son varios, desde el cambio climático, que en contra de lo que cree la nueva administración de Trump, no es un invento para asustar a los niños, es real y el alza de dos grados de temperatura a escala mundial está poniendo en situación de riesgo al planeta. A eso súmale los fenómenos del Niño y la Niña en la región del Caribe”, explica un meteorólogo de Las Tunas.
La sequía afecta a un 70 por ciento del territorio nacional. Y la mayor parte de los embalses están a un tercio de su capacidad o en números rojos. El déficit de agua perjudica a la agricultura, la ganadería y la población.
La provincia de peor situación es Santiago de Cuba, a 957 kilómetros al este de La Habana. Existen repartos de la ciudad donde el ciclo de agua es cada 45 días. A un costado de la terminal de trenes, en una edificación de hormigón, tejas acanaladas y tubos de aluminio que recuerdan la arquitectura del realismo soviético, Sergio, un mestizo pasado de peso que maneja un taxi particular, cuenta cómo se puede sobrevivir sin apenas agua.
“Nagüe, la cosa está en candela. Vivo en Chicharrones, un reparto marginal donde lo habitual es beber chispa de tren y la gente suele fajarse a machetazos. Algunos, como es mi caso, hemos convertido la casa en un acuario y me busco un poco de dinero”, acota Sergio y añade:
“En la azotea y en el portal construí dos cisternas gigantes. Además tengo tres tanques de 200 galones en el interior de la vivienda. Así y todo, a veces tengo que comprar agua a los aguateros, quienes te llenan los tanques por 40 pesos. Esos tipos parecen cazadores de oro: abren huecos en cualquier parte en busca de pozos o manantiales de agua subterráneas sin explotar. Si la sequía se extiende otro año hay que pedir auxilio, al Papa, a Trump o al diablo. De lo contrario, tendremos que empezar a beber agua del mar”.
Muy cerca de la calle Enramada, justo en el centro de Santiago, reside Laura, una peluquera que almacena agua hasta en las tazas de café. “Ya no se puede caminar por la casa. Tengo tinajas, cubos, bañeras y cacharros llenos de agua. Es un fastidio la escasez de agua. Ya olvidé la última vez que me di una ducha. La gente anda con la ropa empercudida, porque no podemos lavarla con frecuencia. Si la sequía se extiende, los santiagueros emigraremos en masa pa' La Habana”.
Los dueños de negocios gastronómicos y de hospedaje privados han transformado sus domicilios en auténticas piscinas provisionales. Muy cerca de la Avenida Garzón, una familia con botellas de cerveza en la mano, de un equipo de audio escucha el reguetón Hasta que se seque el malecón, de Jacob Forever.
Por si fuera poca la escasez en Cuba, donde suele faltar desde el dinero hasta la comida, ahora el agua se suma a la lista de los artículos suntuarios. Si este año no llegan las lluvias, el malecón de Santiago habrá que desecarlo.