ESPECIAL
@DesdeLaHabana
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LA HABANA. - Las primeras discusiones por diferencias políticas de Erasmo fueron en 1980. Tenía 14 años, era estudiante de noveno grado en una escuela secundaria al sur de La Habana, en Cuba, y le preguntó al padre, oficial del Ministerio del Interior [que controla la Policía política del régimen]: “¿Por qué los alumnos tenemos que tirarle huevos y piedras a un profesor que deseaba marcharse del país?”.
El padre, recuerda Erasmo, lo sentó en el patio de su casa en la barriada de Santos Suárez y le habló del imperialismo yanqui, la lucha de clases y el ‘diversionismo’ ideológico [término acuñado para referirse a quienes difieren de la retórica oficialista].
“Esas personas son desclasados. Escoria de la sociedad, delincuentes, inadaptados y homosexuales. Aquí no los queremos. El pueblo tiene derecho de expresar su indignación. Sin excesos, pero decirle en la cara el desprecio que los revolucionarios sienten por esa gentuza”, le explicó el padre en tono didáctico.
Erasmo seguía sin entender. “Si se quieren ir, que se vayan, mi profesor de literatura no le ha hecho daño a nadie. Al contrario, ha incentivado la lectura entre nosotros. Yo no voy a participar en ese acto de repudio”, le dijo. Fue entonces que llegó la primera confrontación dialéctica con su padre. “En la guerra hay dos bandos. Los buenos y los malos. El capitalismo y el socialismo. Los revolucionarios y los contrarrevolucionarios. A tu edad ya yo estaba en la montaña enseñando a leer a los guajiros y tres años más tarde en la lucha contra bandidos en el Escambray. Tú decides de que bando estás”, le respondió sin cortapisas su padre.
Erasmo obedeció en silencio. Se graduó de ingeniero civil, cayó el muro de Berlín, desapareció la URSS y Cuba entró de golpe en una etapa casi de indigencia. Se comía lo que se podía. Apagones de doce horas. Y muchas personas se lanzaban al mar en balsas construidas con neumáticos para escapar del manicomio comunista de Fidel Castro.
Pasó el tiempo y Erasmo se casó, tuvo tres hijos y su padre, jubilado del MININT, comenzó a trabajar de jefe de almacén en un hotel habanero. Algunas noches se quejaba de ciertas estrategias del gobierno como el uso del dólar y el desprecio que sentía la juventud por el socialismo. Cuando dos de los hijos de Erasmo se marcharon del país, al abuelo casi le da un sincope.
“El viejo, incomprendido por el resto de la familia, comenzó a pasar mucho tiempo con sus colegas de la Asociación del Combatientes. A cada rato llegaban oficiales de la Seguridad para recibir informes sobre vecinos de la zona que eran disidentes. La familia respeta su forma de pensar, pero mi padre arma un escándalo cada vez que escucha opiniones en contra del gobierno y el sistema político".
Después del 11 de julio, armados con garrotes, los veteranos de la asociación recorrían lugares céntricos donde la Seguridad del Estado sospechaba que iban a suceder manifestaciones. Mi padre se ha radicalizado. Habla de pena de muerte para los que asistan a marchar el 15 de noviembre. Sus posiciones políticas, a favor de la violencia contra los opositores, cada vez están más cerca del fascismo. Lo quiero con el alma, pero las diferencias políticas han levantado un muro entre nosotros”, confiesa Erasmo.
La revolución de Fidel Castro generó un cisma dañino entre muchas familias. Se intenta demonizar a los que piensan diferente. Se les cataloga de traidores, mercenarios y anticubanos. Los disidentes son cucarachas que se deben aplastar. No hay espacio para ellos. La estrategia ha sido dividir amigos y parientes que no son leales a los principios de la "revolución". No importa que esa persona sea buen padre, buen hijo, buen amigo, buen trabajador.
Carlos, sociólogo, considera que es una doctrina política errada, calcada del modelo estalinista soviético. “Es un error de bulto no comprender que el diálogo es la única salida que tenemos los cubanos para diseñar el país que queremos. Si el régimen pretende gobernar solo para sus partidarios tendrá que desterrar a tres o cuatro millones cubanos que quieren cambios democráticos. A personas de que no les importa la política, piden a gritos reformas económicas, que no escaseen los alimentos y haya servicios públicos de calidad. Los más conservadores creen que no hay nada que dialogar con el adversario. Ese tipo de confrontación es sumamente peligroso. Nos pone al borde de una matanza entre cubanos. La violencia genera violencia”.
El pasado 31 de octubre, en la Basílica Santuario de Nuestra Señora de la Caridad, en El Cobre, Santiago de Cuba, a 957 kilómetros al este de La Habana, la iglesia católica cubana se pronunció. Monseñor Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago, en una oración ante la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, pidió que nunca entre cubanos “haya un llamado a la violencia” e hizo votos para que las autoridades permitan a todos “participar en la solución de los problemas que nos conciernen a todos”.
Entre una mayoría de cubanos ese es el sentimiento que prevalece, incluso entre afiliados del partido comunista, soldados y oficiales de bajo rango. Llamémosle Daniel, teniente de la FAR, aprueba el dialogo, “aunque sea con opositores. Estamos viviendo en un momento crucial. Para sacar adelante la nación tenemos que contar con todos los ciudadanos, vivan donde vivan y piensen como piensen. Debemos escuchar a todos. Respetar todas las tendencias políticas”.
Miriam, profesora, es militante del partido comunista. Pero como la mayoría de los cubanos, sufre por el burocratismo, el desabastecimiento y la falta de futuro. "Es inadmisible que, en una Asamblea Nacional del Poder Popular, donde supuestamente están los delegados que nos representan, nadie haya levantado la mano para discrepar con Marino Murillo o Alejandro Gil, el ministro de economía, cuando tocaron temas como la ‘Tarea Ordenamiento’ y la crítica situación económica del país. Hasta de aquellos que están a favor del bloqueo o los califican de anexionistas, debemos escuchar sus opiniones. ¿No dicen que la mayoría del pueblo apoya al socialismo? Entonces cuál es el miedo. Hay que apostar por la economía de mercado para que la isla no se hunda. China sacó de la pobreza a más de 1.000 millones de habitantes y el partido comunista sigue gobernando. Ojalá podamos tener un modelo social como el de Suecia o Finlandia. Eso sí es socialismo. Lo otro es cuento de camino”, señala.
Los cubanos que desayunan café sin leche, mayoritariamente desean cambios profundos. Gerardo, arquitecto, opina que el actual inmovilismo e intolerancia política estimula “la estampida entre los jóvenes y los profesionales. Con el actual modelo económico y político no vamos a ningún lado. La gente va a seguir emigrando. Cuba se vacía de talento y cada vez la población está más envejecida. La posición absurda del gobierno, que apuesta por no dialogar y la violencia contra los opositores, nos conduce al caos”.
Roidel, licenciado en derecho, piensa que “para sacar adelante reformas económicas exitosas hay que contar con el capital y conocimientos adquiridos de los cubanos en el exterior. El país está en bancarrota. Debemos adoptar un modelo donde prevalezca el pragmatismo y se despoliticen las instituciones. Tenemos que construir una sociedad civil robusta e independiente del Estado. Permitir otros partidos políticos y un Parlamento donde confluyan diversas tendencias políticas”.
Aunque exista una apertura democrática, según una encuesta personal a más de cincuenta exiliados cubanos, el 99% no regresaría a la Isla. La mayoría aportaría capital o conocimientos. La cercanía de la Florida les permitiría viajar con frecuencia a Cuba para supervisar futuras inversiones y luego regresar. Pero si en algo coincide la mayoría de los cubanos es que el único camino que tiene la nación son las reformas y el diálogo.
Erasmo, hijo de un militar jubilado que apoya a la dictadura, no ve otra opción. “O nos sentamos a conversar entre todos los cubanos o nos hundimos”, dice.