Por José Toro Hardy
Por José Toro Hardy
Ni siquiera en un ejercicio desbocado de la imaginación se entiende la destrucción masiva a que ha sido sometida nuestra industria petrolera. Hoy en día sólo quedan las cenizas de lo que fue PDVSA, que llegó a ser la petrolera de mayor crecimiento en el planeta y que, en menos de 25 años, había llegado a transformarse en la segunda mayor empresa petrolera del mundo sólo superada por Saudí Aramco de Arabia Saudita.
Para 1998, PDVSA tenía un potencial de producción petrolera del orden de 3,7 millones de barriles diarios y Venezuela se aprestaba a aumentar su producción por encima de los 5,5 millones de barriles por día gracias a la Apertura Petrolera que, después de haber cumplido con todos los extremos legales, se hallaba en pleno desarrollo y que en conjunto implicaba inversiones superiores a los 65.000 millones de dólares.
Las ventas anuales de nuestra casa matriz petrolera eran en 1998 del orden de los 35.000 millones de dólares (a pesar de que el precio del barril era de unos $ 12). Éramos dueños total o parcialmente de 22 refinerías en el mundo. La capacidad de nuestra refinerías, aquí o en otros países, se acercaba a los 3 millones de barriles diarios. La producción petroquímica de Pequiven (filial de PDVSA) era de 4,1 millones de toneladas por año. La producción de carbón, a cargo de su filial Carbozulia, alcanzaba a 5,1 millones de toneladas por año y estábamos produciendo casi 5 millones de toneladas año de Orimulsión (hoy abandonada, a pesar de que se trataba de una patente venezolana). Éramos una corporación energética global.
PDVSA era propietaria, total o parcialmente, de 22 refinerías en el mundo. Sólo en Venezuela contábamos con seis: El Complejo Refinador de Paraguaná -en su momento el mayor del mundo- integrados por las refinerías de Amuay, Cardón y Bajo Grande. En Carabobo teníamos El Palito y en oriente teníamos las refinerías de Puerto La Cruz y la de San Roque. La capacidad doméstica de refinación de PDVSA alcanzaba a 1,3 millones de barriles diarios y abastecíamos no sólo el mercado interno, sino que exportábamos a todo el Caribe.
En Venezuela nos aprestábamos a desarrollar el Proyecto Cristóbal Colón, en alta mar, para explotar las inmensas reservas de gas natural no asociado frente a las penínsulas de Paria y Araya.
En los EEUU éramos dueños total o parcialmente de 8 grandes refinerías: Corpus Christi (100% propiedad de Citgo), Chalmette (50%), Lake Charles (100%), Paulsboro (100%), Lemont (100%), Swenny (100%), Savannah (100%) y Lyondell (42%). Teníamos participación en oleoductos que atravesaban ese país de sur a norte; controlábamos en 10% del mercado interno de gasolina de esa nación y éramos capaces de llevar nuestro petróleo desde nuestros yacimientos hasta el tanque de gasolina de los automovilistas estadounidenses a través de una red de 15.750 estaciones de servicio abanderadas con nuestra marca CITGO, pasando todo el tiempo por instalaciones venezolanas: pozos, refinerías, terminales, tanqueros y súper tanqueros, oleoductos y estaciones de servicio. Contábamos con una integración vertical perfecta.
En el Caribe teníamos refinerías en Curazao y en las Islas Vírgenes la de Saint Croix (50%) en asociación con Hess. El Caribe era una suerte de “mare nostrum” para el petróleo de Venezuela.
En Europa contábamos con 8 refinerías: 4 en Alemania (50%) en asociación con Ruhr Oel y varias refinerías ubicadas en Suecia, Bélgica y el Reino Unido en asociación con Nynas.
Nuestra capacidad de refinación, en Venezuela y en el exterior, se acercaba a los 3 millones de barriles diarios (1,3 millones de b/d en Venezuela, 950.000 b/d en los EEUU, 265.000 b/d en Europa, y casi 600.000 b/d en el Caribe).
En comparación hoy somos nada más que un productor de petróleo sin peso en el mercado, agobiado por las deudas, y un exportador insignificante. Ya no somos capaces de abastecer ni siquiera nuestro deprimido mercado interno de gasolina. Dependemos de que unos tanqueros extranjeros lleguen al país, a veces subrepticiamente, para traer los condensados que tenemos que importar de Irán para diluir nuestros crudos extra pesados, porque las 4 grandes plantas mejoradoras de crudo que teníamos en José, que eran capaces de convertir esos crudos en productos sintéticos de alto valor, ya no están operando.
FUENTE: REDACCIÓN