La fontanería es la ciencia doméstica más sencilla. Todas las averías se arreglan cerrando la llave de paso más próxima a la avería. Todas excepto la del grifo del que no sale agua. Para solucionar esto recomiendo la jarra. Si pones una jarra de agua junto al grifo que no funciona, a grandes rasgos, eso estará arreglado. Cierto que si lees la letra pequeña del asunto siempre tendrás algo que objetar, pero nadie normal tiene tiempo de leer la letra pequeña.
La fontanería es como las copas: la cosa se complica si te pones a mezclar. Si la avería rompe el techo y requiere fontanero y albañil, o si cae agua en un enchufe y tu casa chisporrotea como un Año Nuevo en Sídney, necesitarás también un electricista. Estas reparaciones cruzadas son más complicadas porque se trata de averías que no solo mojan, sino que también electrocutan. Y si te parece que mojarte no es divertido, es porque no has probado a electrocutarte.
Hace un par de noches se estropeó la ducha. No es extraño. Atravieso una de esas semanas en que rompo todo lo que toco, pero al tiempo, prometo no tener nada que ver con lo que está ocurriendo en el Gobierno de España: no he tocado a nadie allí. En cambio sí, por primera vez en veinte años, se me desprendió este domingo la cinta de mi guitarra, y ahora tiene una herida por la que se escapa la más triste de las canciones. También me senté encima de mis propias gafas -siempre será mejor que sentarse encima de las gafas de otro-. Y finalmente, con gran habilidad, logré romper dos cremalleras en un día, y ninguna de las dos ocultaba emoción alguna: la de una maleta, y la de la funda de uno de esos dispositivos que se utilizan en el tren para que el resto de los humanos no puedan comunicarse contigo.
Nada de lo roto tenía arreglo, a excepción de la uña que me fracturé enviando un mensaje de WhatsApp, que parece que ya ha empezado a regenerarse por sí sola. Sería genial que la ducha hiciera lo mismo, porque me duele la espalda de ducharme haciendo escorzos sobre el lavabo. La ducha se ha estropeado del peor de los modos: es decir, no es que no eche agua, sino que la expulsa por todos los posibles orificios menos por los que están destinados a ese fin. De modo que cuando me pongo en la vertical de la alcachofa, o como se llame el disco ese agujereado por donde deberían salir los chorritos, ríos de agua brotan de forma aleatoria.
He probado a taponar algunos orificios ilegales, pero entonces el gran chorro legal coge demasiada fuerza, y la ducha escupe agua con la potencia de esos cañones policiales contra manifestantes, y hasta en dos ocasiones he sido propulsado desnudo, dando vueltas sobre mi propia estupidez, hasta la entrada de casa.
Cuando te sitúan ante el reto de reparar cualquier artilugio doméstico, hay dos tipos de personas: los que sienten la inmediata necesidad de desarmarlo y los que sienten la inmediata necesidad de llamar por teléfono al servicio técnico. Según mi propia experiencia, es más divertido desarmarlo pero resulta más caro que llamar al servicio técnico, que al fin van a hacer lo mismo que tú, pero sabiendo montarlo después. Porque -y lo digo con la ducha recién desmontada- el gran problema de ponerse a desarmar las cosas es que luego no hay quien encaje de nuevo las piezas. Esto ocurre también con los noviazgos, las empresas, y con la gran mayoría de los gobiernos.
En España, por ejemplo, había goteras por todas partes. Para solucionarlo, los españoles nos hemos afanado en desmontar el Gobierno pieza a pieza, a través de las urnas. Ahora nos dan a elegir entre que el agua siga saliendo por todas partes, o bien dejar la llave de paso en manos de unos chicos enviados por el Gobierno de Venezuela, que son especialistas en cortar el agua, la luz, el gas, los medicamentos, las libertades, y finalmente tragarse la llave.
Por suerte, la ventaja de la fontanería es que es muy primitiva. Quiero decir que, a fin de cuentas, todos esos aparatos y tuberías están destinados a canalizar el agua hacia delante con cierto sentido común, que es algo que ya sabían hacer los romanos hace un montón de siglos. Siempre será mejor tener que perseguir el chorro sorpresa en la ducha, con todo el baño lleno de piezas extrañas sin encajar del todo, que quedarse sin agua indefinidamente y, poco después, sin aire. Sabemos de qué va. La cloaca chavista tiene nombre, es el mismo en cualquier lugar del mundo, y es casi más antiguo que los propios romanos.