sábado 18  de  octubre 2025
SALUD

Dr. Luis Montel: "La idea de vivir puede más que el cáncer"

Como indica el experto en medicina deportiva, el ejercicio puede ser un escudo contra el cáncer de mama

Diario las Américas | GRETHEL DELGADO
Por GRETHEL DELGADO

Los avances científicos confirman que el estilo de vida tiene un peso decisivo en la prevención del cáncer de mama y que el ejercicio físico puede reducir el riesgo de desarrollarlo.

El Dr. Luis Montel Ramírez, médico y especialista en medicina deportiva, traumatología y antiedad, destaca la importancia de moverse. En esta entrevista, Montel explica los mecanismos de protección que genera el ejercicio, las rutinas más recomendadas y cómo adaptar la práctica a distintas etapas de la vida o perfiles de riesgo.

¿Por qué el ejercicio físico es un aliado en la prevención del cáncer de mama?

El ejercicio influye en procesos clave como la adiposidad, la sensibilidad a la insulina y la inflamación. Cuando reducimos la grasa corporal, producimos menos estrógenos, y esos estrógenos son los que muchas veces alimentan el crecimiento de tumores hormonodependientes. Además, la actividad física regular mejora la captación de glucosa y reduce la hiperinsulinemia, un estado metabólico que favorece el crecimiento celular descontrolado. También disminuye los niveles de inflamación sistémica.

No lo digo solo yo: Breastcancer.org estima que una práctica constante de actividad física puede disminuir entre un 20% y un 40% las probabilidades de padecer cáncer de mama, especialmente en mujeres posmenopáusicas. Son cifras contundentes que demuestran la magnitud del efecto protector.

¿Qué tipo de ejercicios recomienda y con qué frecuencia?

No se trata de elegir solo uno, sino de combinar. El ejercicio aeróbico —caminar, correr, nadar— entre 150 y 300 minutos semanales es fundamental para mejorar la salud cardiovascular y reducir la grasa corporal. A eso hay que añadir dos o tres sesiones de fuerza con pesas, bandas elásticas o calistenia para aumentar la masa muscular y mejorar el metabolismo. Finalmente, la flexibilidad y la movilidad, con yoga o estiramientos, dos o tres veces por semana, nos ayudan a prevenir lesiones y mantener la postura.

Un ejemplo sencillo sería tres días de aeróbico de 50 minutos, dos sesiones de fuerza de 30 a 45 minutos y estiramientos breves después de cada entrenamiento. Con esa estructura, cualquier mujer puede conseguir un efecto protector real, y los datos que manejamos avalan que no es un esfuerzo en vano.

¿Qué pasa en el caso de mujeres premenopáusicas y posmenopáusicas?

En la etapa premenopáusica tenemos que contrarrestar el efecto de los estrógenos endógenos, que están en niveles más altos. Por eso recomiendo mantener una actividad vigorosa, con más intensidad, para equilibrar ese riesgo. En cambio, en la posmenopausia, el objetivo principal pasa por reducir la adiposidad y mejorar la sensibilidad a la insulina, y ahí el ejercicio moderado y constante es más efectivo. Ambas etapas se benefician, pero en la posmenopausia el impacto puede ser aún más significativo porque el riesgo basal ya es más alto.

¿Qué tan peligroso es el sedentarismo?

El sedentarismo es un enemigo silencioso. Incluso si cumples con la cuota semanal de actividad física, pasar largas horas sentada puede aumentar tu riesgo de cáncer de mama. Esto sucede porque disminuye la actividad de las enzimas lipolíticas y se altera la circulación de hormonas protectoras. La solución no es complicada: levantarse cada 30 o 60 minutos, caminar dos o tres minutos, hacer estiramientos sencillos o aprovechar las pausas laborales para moverse.

Incluso pequeñas interrupciones al sedentarismo tienen un efecto protector. No basta con hacer ejercicio por la mañana y luego pasar ocho horas en una silla. El cuerpo necesita movimiento constante.

¿Y qué ocurre con las mujeres que tienen alto riesgo genético, como portadoras de BRCA1 o BRCA2?

El ejercicio también ofrece beneficios claros en ellas. Mejora la función inmunológica, reduce el estrés oxidativo y, en algunos casos, puede retrasar la aparición de tumores. Además, propicia que los tratamientos sean mejor tolerados. Eso sí, hay que tener cuidado. Aquí entra la supervisión médica, determinante para adaptar la carga de entrenamiento y monitorear la salud mamaria. Si han tenido cirugías previas, se priorizan ejercicios de bajo impacto y rutinas adaptadas.

Aquí el mensaje es que, aun con predisposición genética, moverse no solo es posible, sino recomendable. Puede no eliminar el riesgo, pero sí contribuir a que la balanza se incline hacia la prevención y hacia una mejor respuesta al tratamiento.

¿Puede el ejercicio ayudar también a quienes ya fueron diagnosticadas de cáncer de mama?

Por supuesto. El ejercicio físico no es solo prevención, sino apoyo. Durante la quimioterapia o radioterapia, permite aliviar efectos secundarios como la osteoporosis, la fatiga, la depresión, o la pérdida de masa muscular. Además, mejora la calidad de vida y el bienestar emocional. Mantenerse activa fortalece el sistema inmunológico y reduce el riesgo de recurrencia porque mantiene un metabolismo activo.

Eso sí, no todas las pacientes pueden hacer lo mismo: se deben adaptar la intensidad, el tipo de ejercicio y la frecuencia según el estado físico y el tratamiento recibido. Siempre recomiendo hacerlo bajo supervisión médica, porque hablamos de una herramienta que puede marcar la diferencia en la evolución clínica.

¿Qué papel juega la suplementación deportiva en pacientes tratadas por cáncer de mama?

La suplementación puede ser un apoyo valioso, siempre que esté personalizada y bajo control médico. Proteínas para preservar masa muscular, omega-3 diarios para reducir inflamación y mejorar la recuperación, vitamina D para prevenir la pérdida ósea y probióticos si hay alteraciones digestivas por la quimioterapia. Bien utilizada, refuerza los beneficios del ejercicio y ayuda a que la paciente se sienta más fuerte, más recuperada y más en control de su proceso.

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