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Las fobias, en líneas generales, son trastornos generalizados y complejos que provocan un miedo injustificado e irracional que impacta negativamente el desempeño de la persona afectada. En este grupo se encuentra una condición muy particular llamada neofobia y caracterizada por el temor a experimentar cosas nuevas.
Las personas con este tipo de fobia específica, considerada un tipo de trastorno de ansiedad social, son incapaces de enfrentar lo nuevo, experimentando un miedo aparentemente injustificado a nivel consciente que por lo general es resultado de algún trauma registrado en el inconsciente.
El término neofobia proviene del griego néos que hace referencia a los nuevo, y fobos que describe el miedo, pero más allá de la descripción etimológica, no se ha logrado determinar su origen. Lo que sí está claro es que afecta en mayor proporción a los hombres y que es capaz de provocar tanto reacciones físicas como emocionales.
Si bien esta fobia puede provocar una reacción adversa ante cualquier elemento nuevo, existe una categoría específica y ampliamente estudiada, se trata de la neofobia alimentaria, que como su nombre lo indica, implica el temor ante la incorporación a la dieta de alimentos nuevos o diferentes.
Rechazo absoluto
Este tipo de neofobia afecta especialmente a los niños, aunque adolescentes y adultos también pueden experimentarla. No se trata de un comportamiento caprichoso o de simple ataque de malcriadez, sino de una condición que puede llegar a considerarse como un trastorno alimenticio, caracterizado por la evitación/restricción de la ingestión de alimentos que puede llegar a persistir a los largo de la vida.
El rechazo a los alimentos nuevos es común en la mitad de los niños de entre dos y 10 años de edad, ahora bien, según los especialistas cuando este miedo es frecuente e intenso, especialmente entre los cuatro y siete años, y provoca ansiedad, sensación de repulsión y hasta pesadillas, puede tratarse de un caso de neofobia.
No en vano se le considera una de las principales causas de inapetencia infantil y, por tanto, del empobrecimiento de la dieta, dada la aversión de los pequeños hacia las verduras y las comidas ricas en proteínas. De hecho, datos del Índice de Alimentación Saludable, confirman un mayor consumo de grasas saturadas y una menor variedad alimentaria entre los neofóbicos.
Existen varias hipótesis que buscan explicar el origen de la neofobia alimentaria, algunos expertos coinciden en que se trata de un mecanismo de supervivencia heredado de nuestros antepasados que, inconscientemente, “disuade” a los seres humanos en edades tempranas de probar alimentos que “podrían” ser tóxicos.
Otros consideran que este trastorno tiene su origen en factores genéticos, argumentando que en un gran porcentaje, los padres de los niños que padecen esta fobia, también la experimentaron durante su infancia. Y finalmente, está la hipótesis de la monotonía en la alimentación de los más pequeños, habituados a preparaciones simples y repetidas.
Un problema con solución
Recientemente la neofobia alimentaria, como trastorno de alimentación, fue agregado en el DSM-5, es decir, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales editado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, pues se trata de un problema real y bastante frecuente que va más allá de la irritabilidad, el letargo y la angustia infantil ante los nuevos alimentos, y que por ende requiere de acciones inmediatas para evitar problemas nutricionales a futuro.
La buena noticia en relación con la neofobia alimentaria infantil es que, más allá del rechazo de alimentos por su apariencia, sabor, olor, textura o presentación, esta condición desaparece por sí sola con la edad, especialmente si los padres toman control de la situación, siguiendo una serie de pautas para enfrentar a los pequeños con los nuevos alimentos hasta hacerlos parte de la dieta diaria.
Ahora bien, para los casos más complicados, y especialmente para enfrentar el problema en pacientes adultos existen estrategias de tratamiento que suelen incluir fundamentalmente terapias de desensibilización, cuyo objetivo es introducir gradualmente las cosas nuevas para ayudar al paciente a familiarizarse con ellas y aprender a aceptarlas sin miedo; además de auxilio farmacológico para combatir problemas como la ansiedad y el miedo.