MIAMI.- Tan coherente fue Carlos Alberto Montaner con su manera de defender la libertad, que con plenitud de lucidez eligió cuándo quería morir.
El libro, un compendio de pulcritud literaria y ternura, de la autoría de Gina Montaner, reseña el proceso vivido por la familia que respetó la decisión de Carlos Alberto Montaner de tener una muerte asistida
MIAMI.- Tan coherente fue Carlos Alberto Montaner con su manera de defender la libertad, que con plenitud de lucidez eligió cuándo quería morir.
Lo decidió cuando el avance inminente de una enfermedad neurodegenerativa que lo aquejaba le permitió anticipar una etapa de limitaciones a la que prefirió no exponerse y mucho menos imponer a quienes tanto amó, sus hijos Gina y Carlos, sus nietas Paola, Gabriela y Claudia y su esposa Linda, su amor de literalmente, toda la vida.
La decisión la tomó quizás mucho antes de manifestarle a su hija Gina esa resolución, tan pronto como supo del padecimiento. Había sido diagnosticado hacía seis años.
Pero los hijos conocemos a nuestros padres tanto como ellos a nosotros y de esa relación simbiótica y natural intuimos dolencias, estados de ánimo y hasta el pensamiento.
Recuerdo en una conversación que sostuve con Montaner en octubre de 2019, cuando su presencia aún era recurrente en eventos en Miami, que con la manera apacible que lo caracterizaba me dijo -seguramente preocupado- pero muy tranquilo, “he sido diagnosticado con una variante muy agresiva de Parkinson”.
Tres años después, en octubre de 2022, regresó a Madrid con su familia, el primer lugar donde como exiliados echaron raíces tras dejar Cuba, de donde el joven Carlos Alberto se vio obligado a escapar por su temprana oposición a la incipiente dictadura que implantaba Castro.
El regreso a Madrid era imprescindible para el plan trazado por Montaner: de manera asistida poner fin a sus días, según lo permiten las leyes en España.
La memoria de Gina acerca de su padre, el hombre que cimentó el hogar peregrino donde ella nació y creció, y con quien, al final de sus días, asumió el rol de madre, se recrea en el ser humano al que el peso de su pródigo intelecto no le impidió ser una persona cercana, cariñosa, sencilla, generosa con su tiempo, que sabía escuchar. “Erudito, pero nunca pedante. Entretenido. Con una rara habilidad para transmitir conocimientos sin la afectación avasalladora de tantos intelectuales”, así lo describe su hija.
“Con el que mi hermano y yo junto a mi madre, tuvimos una vida muy interesante”.
El adolescente precoz que a los 16 años eligió casarse con la muchacha de la que se enamoró cuando tenían 14 y que con tan cortos años decidió enfrentar el régimen en el que derivó la revolución en la que antes había creído.
Por eso, mientras aún se recupera y atraviesa el duelo de la pérdida, en Deséenme un buen viaje, un libro escrito como tributo, desahogo personal y patrimonio de lo que como familia compartieron, Gina se adentra en detalles del tiempo previo a la partida de Montaner, en el que, como dice, entraron “en un proceso contraintuitivo, porque el ser humano lo que quiere es vivir y que las personas a las que quieres estén ahí contigo. Sin embargo, nuestra lucha era lo contrario, consistía en ayudar a este hombre a que partiera de este mundo con autonomía”.
Por eso, Deséenme un buen viaje, que su propio padre le sugirió escribir, tiene sobre todo el valor testimonial de una familia que enfrenta el proceso de la eutanasia.
Algo que en nuestra cultura es tabú porque crecemos temiéndole a la muerte y evitando tocar ese tema.
“Te pido que me ayudes a morir”, le dijo su padre, “sin preámbulos”, es la frase que Gina reseña en Deséenme un buen viaje.
Para hacerlo había que regresar a España, donde la muerte asistida es legal. “El plan siempre fue regresar a Madrid. Significaba volver a casa”, pero esta vez era con “una carga de urgencia”. Montaner estaba a punto de cumplir 79 años.
“Los 80 los celebraré en España. Serán los últimos”, le había dicho a su hija.
“Él me pide que le ayude a gestionar toda la tramitación para solicitar la eutanasia, cuando ya sabía que la enfermedad lo estaba cercando y que el deterioro que le esperaba era muy terrible. Lo ayudé, lo acompañé, lo defendí, fui su gestora”, describe Gina.
Aunque Montaner tuvo una visión agnóstica del mundo que su hija comparte, sin dudas significó algo “muy duro emocionalmente” aceptar el pedido de ayudarlo a poner fin a su existencia, era mi padre”.
“Pero él siempre defendió el derecho a una muerte digna, si le tocaba como a él, un caso extremo de salud.
Más allá del apego y ese sentido de pertenencia que los hijos desarrollamos hacia nuestros padres, la decisión de Gina, además del respeto, estuvo motivada porque se trataba de la voluntad de un hombre “que vivió por y para la libertad del individuo”.
“Hablaba siempre de la responsabilidad cívica desde el principio y hasta el final de la vida. Y en eso fue muy coherente. No solamente para defender esas ideas de una manera abstracta, sino también para ponerlas en práctica, y a él le tocó”.
Son las memorias de un proceso que duró ocho meses. Los Montaner llegaron a Madrid un 7 de octubre de 2022, Carlos Alberto muere un 29 de junio de 2023.
“Fue complicado, con obstáculos burocráticos, incluso médicos. Esos meses yo vivía muy inmersa en lo que era el día a día con mi padre. Por un lado, era la tramitación, por otro lado, mi madre y yo cuidarlo y que él tuviera mucha calidad de vida, porque su deterioro se aceleraba. Vivía tan inmersa en eso que no podía pensar en nada más”, confiesa.
“Pienso que lo que hemos vivido, merece la pena contarlo”, recuerda Gina que le dijo su padre unos días antes de partir.
En aquel momento no podía hablar de eso, pero luego de que falleciera, lo meditó y tras varias conversaciones, a finales de agosto, llegó a la conclusión de que sí.
Durante esa etapa en la que se alistaba y preparaba a la familia para el final tranquilo de su padre, las emociones y sentimientos permanecían convulsos, un tanto en contra de lo que nos enseñan que es aferrarnos a la vida, a pesar de todo. Pero Montaner lo eligió así y su voluntad fue respetada.
“Deséenme un buen viaje, no es solamente acompañarlo a él”, dice Gina, para la que el libro también es ese viaje vital de crecer y vivir con un hombre como su padre, “que se sienta con el equipo médico de la sanidad pública española, mira en un calendario y dice, me voy a morir este día a esta hora”.
Es decir, un hombre de mucha valentía que requirió la valentía de su familia para acompañarlo.
“Para nosotros el libro ha sido sanador. Algo que nos une mucho. No lo había contado hasta ahora, pero también grabé el audiolibro, con mi voz, en una semana muy intensa en la que teníamos que parar, hasta el técnico porque era muy emotivo”.
“Mi hermano, por ejemplo, leyó el manuscrito del libro antes, toda la familia lo leyó. Pero mi hermano ha escuchado el audio y me decía, ‘revivir lo que fue la vida con nuestro padre ha sido muy emotivo; he llorado, pero también ha sido maravilloso escuchar lo que fue vivir con nuestro padre’”.
“Todavía lloro, lo llora la familia”, comparte Gina mientras el recuerdo de su padre le coloca un brillo especial en la mirada, “pero en Derecho a Morir Dignamente (organización sin ánimo de lucro en defensa de la despenalización de la eutanasia), que nos ayudaron tanto en el proceso y siempre les estaremos agradecidos”, Carolina, una de las personas que les atendió para asesorarlos, le sentenció algo que algún día podrá experimentar, “aunque te parezca raro, llegará un día en que no llorarás y sólo habrá un recuerdo muy dulce”.
El libro, asegura Gina, no tiene solo la dureza del proceso, “de lo que, por cierto, hay poco en la literatura en español, sobre lo que es un proceso de eutanasia. Tiene el valor como testimonio de una familia que pasa por eso. También para los lectores que le conocieron, lo siguieron y creo que siguen leyendo su obra, hay muchas anécdotas. Rememoro lo que fue crecer en ese hogar marcado por el exilio y el activismo”.
En el hogar de los Montaner la diáspora cubana y el compromiso de Carlos Alberto con la causa de Cuba fueron parte de sus vidas: “Entonces el libro también es lo que significó vivir con un hombre muy comprometido hasta el final con la libertad de Cuba”.
“Por eso quiero pensar que Deséenme un buen viaje llegará a lectores en Cuba. Mi padre ha sido un autor prohibido, denostado por el régimen que intentó destruirlo, pero no lo logró. Él vivió libremente y murió libremente, un gran desafío frente a ese régimen”.
Montaner decía que el más allá era un invento, una especie de consuelo para aceptar la muerte.
Su hija Gina, que estaba junto a él en el momento que le practicaron la eutanasia, pudo ver “a ese hombre, a esa mente privilegiada desconectarse de este mundo, para siempre”.
Y aunque comparte su visión agnóstica, “ha pensado mucho en ese concepto del más allá, porque él se fue sin ninguna angustia. Pensaba que la vida terrenal era más que suficiente y que él la tuvo muy plena”.
“He llegado a la conclusión de que el más allá, esa otra vida, es el recuerdo que uno tiene de una persona. Eso que vive en uno, para mí es esa otra vida, y es ahí donde vive mi padre”.
El libro no es una acción de proselitismo con relación a la eutanasia ni su autora busca hacerlo, aclara.
“Sí defiendo el derecho de que la haya y que sea legal para personas que, como le ocurrió a mi padre, enfrenten una enfermedad incurable y crónica como lo son todas las neurodegenerativas. Lo que sí defiendo es que una persona en una situación similar pueda acogerse a ese derecho de una forma legal y no tenga que recurrir a nada oscuro o marginal. Aprendí que vivir de espaldas a la muerte, que es por lo que vamos a pasar todos, es casi un acto de frivolidad. Que en realidad es algo de lo que se deben tener conversaciones con nuestros seres queridos, de cómo ven ellos el final de la vida. Estamos viviendo muchos años, hay que revisar cómo nos ayuda el sistema médico para eso, si es que nos ayuda. Yo pude cuidar de mi padre, no todo el mundo puede hacerlo. Independientemente de la eutanasia, se necesitan conversaciones de cómo nos proyectamos en el futuro, porque todos vamos hacia allá y un día nosotros seremos ellos (nuestros padres)”.
El 29 de junio después de su aseo, Montaner se vistió con la ropa que había elegido la noche anterior. Se sentó a ver un informativo de Televisión Española y luego, durmió una siesta mientras esperaba la llegada del equipo médico que le asistiría.
Tendido en su cama, se despidió una a una de sus nietas, que esperaron el desenlace en un salón. En sus últimos minutos, le acompañaron su esposa Linda y sus hijos Gina y Carlos, que le repitieron mientras los pudo escuchar cuando le querían. Deséenme un buen viaje fueron sus últimas palabras.
El libro, de la editorial Planeta, se presenta este 5 de diciembre en la librería Books and Books de Coral Gables, a las 7.00 de la noche.
@IlianaLavastida