GEYSELL CISNEROS/LUIS LEONEL LEÓN
GEYSELL CISNEROS/LUIS LEONEL LEÓN
@geycisne/@luisleonelleon
MIAMI.-La historia del arte cubano no puede contarse sin mirar la extensa obra del pintor Héctor Catá, quien a través de sus trazos supo hallar su camino lejos de su patria y también elogiar el gran talento humano de la isla, del que él mismo es un ejemplo.
DIARIO LAS AMÉRICAS conversó con el artista sobre su larga carrera y lo que ha representado el arte en su vida, incluso mucho antes de graduarse de San Alejandro, una de las escuelas más importantes de Cuba.
“La historia de mi vida es breve. Yo no he hecho grandes cosas por la pintura, las cosas grandes que he hecho han sido a través de ella”, comentó Catá.
Aunque su gran obra artística lo respalda, Catá, que nació en La Habana en 1947, es una persona sencilla y sin grandes ambiciones, quizás dos de los elementos que lo han llevado a triunfar.
“Soy un artista como todos los demás, con inquietudes y deseos. A veces he llegado y otras me he retrasado, pero siempre he logrado modestamente lo que he querido. Sin grandes ambiciones, la vida me ha favorecido con premios y exposiciones en muchas partes del mundo”, expresó el autor, que en sus obras realza la belleza de la tierra que lo vio nacer.
Sobre desarrollar la pintura como una profesión, en la que la técnica define la calidad del óleo, el autor de la serie de cuadros Las doñas expuso su perspectiva.
“Esta es un carrera muy dura. Hay quien tiene la virtud de llegar a los lugares sin tener una profesión, y otros que la tienen se quedan en el mismo lugar. Unos que no han hecho nada y son, y otros que han hecho mucho y no son”, reflexionó Catá, quien si bien ha saboreado muchas veces el éxito, también ha conocido la desdicha y la traición.
La Capital del Sol ha sido su cómplice, lo ha visto caer y levantarse, e incluso emprender batallas contra quienes le han fallado en alguna ocasión.
“He tenido muy buena acogida en Miami, creo que mi obra ha gustado. He trabajado para varias galerías, incluyendo la mía donde todo fue un revés, no una victoria, pero creo que el destino se encargará de todo. El tiempo no lo borra todo, a veces las cosas salen por sí solas. A buen entendedor, pocas palabras.
Enfrentar el día a día
Su vida ha transcurrido entre lienzos y pinturas, pero actualmente ha tenido que alejarse temporalmente de la profesión que le ha permitido expresarse por muchos años.
“Hace tiempo que no estoy pintando porque tengo artritis, pero voy a seguir adelante. Dejar de pintar para mí es como dejar de echarle agua a una planta. Soy un pintor creador, no puedo copiar. Ahora incursiono en una tienda virtual, en la que mis pinturas están plasmadas en varios productos y estoy enfocado en este proyecto”, explicó.
Para Catá, sus pinturas han tenido cambios que le han permitido crecer e incursionar en nuevos estilos, pero sin olvidar sus raíces, esas que cultivó en la escuela cubana de pintura, donde estudió en contra de la voluntad de su progenitor.
“Ha sido en un grado superlativo. A veces yo mismo me sorprendo porque empecé como un aprendiz que tenía inquietudes y quería pintar. No iba a reuniones o coloquios de grandes artistas, pero en La Salle, donde estudié cuando era niño, gané varios premios. Aunque a mi padre no le gustaba, él quería que yo fuera médico o abogado”, resaltó.
Catá y su patria
En la época en la que el artista comenzaba a florecer, predominaba en Cuba un realismo socialista que marcó la carrera de muchos pintores, pero Catá quedó excluido de ese grupo.
“Mi obra nació alejada de esos estándares primeramente porque yo no era socialista y segundo porque no lo sentí”, afirmó, quien después de ganar un premio en París, otorgado por la Unesco, se convirtió en alguien intocable dentro de la isla, lo que también le permitió viajar a muchos países para exponer sus cuadros.
“Desde ese momento me comenzaron a considerar en Cuba, no me pudieron hacer nada”, acotó.
Con referencia a su posterior exilio en Estados Unidos, que estuvo antecedido por su estancia en Colombia, Catá precisó que escogió vivir lejos de su país por las limitantes artísticas y cívicas que tenía en la isla.
“Si lo vemos desde el punto de vista de intereses, diría que lo hice porque tengo otros principios, prefiero tener paz, tranquilidad y armonía antes que vivir en la zozobra y con vigilancia. No se dan cuenta que eso es obsoleto, una utopía”, sentenció el artista, que conoció en vida a Amelia Peláez, Servando Cabrera y Víctor Manuel.
El artista y su obra
Su peculiar estilo, que impacta por la fortaleza cromática de su lienzo, no ha sido definido por Catá, quien impulsivamente crea sus obras.
“Soy lo que ves en mis cuadros. Utilizo la línea negra porque fue lo que aprendí de la escuela cubana de pintura, pero básicamente pinto por impulso. La inspiración me viene de momento. No me apoyo en nada porque entonces reflejaría episodios tristes de mi vida como la pérdida de mis padres”, agregó.
Tomando como referencia su vasta incursión en la plástica, Catá expuso su opinión sobre el estado actual del arte.
“Considero que está muy bien, hay una avanzada. La gente joven está dando todo y llevando su arte a todas partes del mundo, pero también hay cosas que no entiendo como las instalaciones que un millonario las podría poner en su casa, pero una persona común no tendría lugar para hacerlo”, resaltó.
Asimismo, disertó sobre su generación, marcada por componentes distintos, pero no distantes de la de hoy.
“Soy un pintor del siglo XX y hago cosas más soñadoras. Los que quedamos siempre atrás tenemos ese elemento distintivo”, resaltó.
Al inicio de cada día, Catá tiene claro lo que posee, y es por esa misma razón que vive feliz, sin importar las penas o glorias que ha experimentado.
“Me levanto, pinto, tengo amigos que me quieren mucho, tengo mis animales. Cada cual ve su mundo y lo crea a su manera. ¿Qué más puedo pedir? Me gustaría morir pintando”, puntualizó.