MIAMI.- Hay presentaciones que no piden una evaluación, son de esas que por sí mismas son exitosas, que solo invitan a una crónica por toda la carga emocional y de encanto que encierran. Eso ocurrió con La edad del sábado, lectura de poesía con la escritora, actriz y profesora Teresa María Rojas, como parte del Solo Theater Fest, en un programa concebido por Artefactus Cultural Project y la Fundación Cuatrogatos.
Como bien destacaron los promotores: Teresa María Rojas, es “una leyenda viva del teatro hispano de Estados Unidos”; se puede añadir, que ella es la forjadora de una sólida cantera de actores que hay en Miami, surgidos de su escuela de teatro, Prometeo, en el Miami Dade College (tristemente hoy desaparecida, aunque no su legado). Teresa María, fue fundadora, directora y maestra, creando una escuela de teatro que le inculcó a sus discípulos, una manera de ver y sentir las tablas.
Su noche en el festival de Artefactus leyendo poemas de sus libros Ecos de la brevedad, La casa de agua y Los días cercanos, así como algunos inéditos, fue todo un espectáculo visual, escénico y poético.
El ambiente: una silla de mimbre, flores, maniquíes al fondo, una mesa con una copa de agua. En otra mesa, los poemas al alcance de su mano, y al nivel del suelo una cesta donde iba depositando muy teatralmente las hojas tras concluir cada lectura/interpretación. En el público se encontraban su hijo y nieto; su hermana “¿te pusiste el vestido verde”, le preguntó Teresa María a la señora, que efectivamente vestía de verde, así como algunos de sus alumnos y colaboradores cercanos. Valga resaltarlo, faltaban muchos de los que debieron estar allí, deberían sentirse avergonzados por su ausencia, debiéndoles tanto a Teresa María. Completando la sala, ese público que la admira y disfruta cada vez que la gran actriz hace alguna presentación.
Teresa María entró del brazo de Sergio Andricaín, uno de los productores del espectáculo. Ella venía radiante, con su pelo largo y de un blanco que impacta, apoyada en su bastón. Luego explicó que leería poemas enfocando distintas etapas de su trayectoria, remontándose a sus ancestros mambises. Poco a poco, entre poema y poemas, que algunos reinició al equivocarse, “no soporto equivocarme”, decía con teatral enfado. Textos en su mayoría cortos, coloquiales, mágicos, con logradas estrofas: “la empecinada señora/ se fue con lupa a la playa/ porque quería demostrar/ que en el fondo del mar/ también hay olas y alas”.
Su aparente debilidad al caminar la dignificaba con paradas muy de diva en escena y miradas serenas al público que la aplaudía. No se levantó de su poltrona de mimbre, pero cruzaba los pies con tanta agilidad que contrastaba con su andar asistido. “No importa dice,/ ella entiende a los muertos./ Si él no vuelve,/ no quiere decir que se haya ido”, decía casi de memoria, sin apenas llevar los ojos al papel impreso, que al final de cada lectura, levantando la cabeza y lanzando una mirada a la audiencia que no podía ver, pero sí sentir, echaba a la cesta. Poemas que al final se supo estaban firmado por la autora, con una simple marca, misteriosa, que regalaron a quienes quisieran llevárselos… Sin duda otro toque teatral.
Fue un encuentro jubiloso, asistir a la lectura, escucharla, acercarse a ella, tomarse una foto a su lado, resultó una gran oportunidad que le permitirá a los asistentes poder decir: yo tuve el privilegio de escuchar leer a Teresa María Rojas.