MIAMI.- El título resulta impactante, Historia y masoquismo (Ediciones Furtivas, 2023), libro del escritor cubano Enrique del Risco (La Habana, 1967). Sorprende por la aparentemente extraña relación entre la historia y el masoquismo. Parece una provocación, un gancho, una relación forzosa, pero la lectura permite entender el alcance del título.
Dividido en dos partes, la primera se enfoca en el masoquismo y la de cierre en la historia. El libro, sin ser una selección de los artículos, ensayos y opiniones publicados por el autor en su blog Enrisco, acoge en sus páginas varios de esos textos. Sin embargo, al ponerlos en conjunto, los trabajos adquieren otra dimensión, una nueva proyección.
Del Risco es de esos escritores que sustenta sus argumentos de una manera contundente, con una proyección asequible, despojando su prosa de rebuscamientos, para que sus ideas fluyan con la simpleza/profundidad que requiere un análisis inteligente, documentado y culto. Otro factor que lo caracteriza, es el humor. A veces ácido, en otros momentos esos “ramalazos”, estremecen y hacen aún más evidente el trazado de la observación.
Desde la introducción ya el lector de Historia y masoquismo encuentra afirmaciones que inducen la exclamación: sí, así mismo es; sin embargo, se necesitaba leerlas: “El totalitarismo –en Cuba como en cualquier sitio–, más que un régimen político, es una cultura, una civilización, una costumbre”. Luego se lee que el totalitarismo introduce en las personas “una suerte de Alzheimer colectivo que obliga a los nietos a pasar por el mismo ciclo de encantamiento y desencanto que padecieron abuelos y padres”.
En toda la primera parte se va analizando y a la vez desmontando, las distintas facetas del castrismo. Algunos trabajos resaltan como La trampa de la ideología y Un domingo esclarecedor, este último sobre los sucesos del 11 de julio del 2021 en la Isla, apagado por la fuerza… fuerza brutal ejercida por las propias víctimas del régimen. Hay que recordar al gobernante Miguel Díaz Canel: “la orden de combate está dada”, llamando a una guerra entre su poder totalitario y los indefensos ciudadanos. Del Risco apunta: “El mérito de ese 11 de julio es, para mí, el de la claridad. Aclarar que el silencio de los cubanos no significa aprobación o resignación, sino miedo, y que la repulsa al régimen está tan extendida como sospechábamos”.
Otros ensayos desmontan la realidad cubana a través del arte y la literatura. Havana Stories, Las trampa de Padilla (para mí uno de los mejores), Una generación triste y Pablo Milanés como drama colectivo, textos que forman parte de una secuencia de varios trabajos convincentes y analíticos que corren hasta el final de la primera sección del libro.
Para enfocar la historia, la segunda parte de Historia y masoquismo, Enrique del Risco comienza analizando el humor ante la dictadura y en especial ese sentido tan necesario del que carecía el propio dictador Fidel Castro. “Una de las primeras víctimas de la intolerancia en cualquier época: el humor y el gremio que lo produce”. El artículo cuenta que desde el mismo año 1959, el régimen se enfocó en los humoristas, y citando al humorista Arístides Pumariega, explica la presión que recibió el caricaturista Antonio Prohías, que “hizo una caricatura que reflejaba al séquito [de Castro] como un grupo de bombines”. El dictador montó en cólera, obligando al humorista a tomar el camino del exilio.
Otro texto destacado en el libro es el titulado Brevísima historia del hambre en Cuba, seguido igualmente como en la primera parte, por una sucesión de ensayos muy precisos, entre ellos La caja negra de «los años duros»: Mariel reescribe la revolución cubana y Viaje al centro de la nada.
Cuando se intenta escribir sobre un libro como Historia y masoquismo, la mente se obnubila por la cantidad de información, de reflexiones que se leen y se agolpan. Es un libro del hombre, Enrique del Risco; de los hombres, los personajes que habitan en sus páginas, en su lucha incesante por sobrevivir frente al totalitarismo castrista, y su secuela de “somos continuidad”, que expresa el régimen, donde ante la desesperanza, lo único sensato, ahora que se puede, es tristemente, tomar el camino del exilio.