La realidad, sin duda, siempre supera a la ficción. Así lo constata el campo de refugiados más grande del mundo, denominado Dadaab, que se sitúa en el noreste de Kenia, específicamente a 100 kilómetros de la frontera somalí.
En una inmensa llanura de más de 50 kilómetros cuadrados se extiende el Dadaab, que es un maccro campo de refugiados que aúna a varios campos de menores dimensiones y que hoy alberga a nada menos que 500 000 refugiados.
La formación de este gran campo de refugiados se debió, primero, a 720 mil personas que llegaron a este territorio de Kenia en 1991 tratando de salvarse de la guerra en Somalia, y se asentaron en los campos Ifo I, Dagahaley y Hagadera.
En segundo lugar, mucho después, en 2011, llegaron más desplazados a causa de las hambrunas y huyendo del caos y el terror que aún imperaba gracias al régimen político de Somalia.
Así en acogida a los miles de somalíes desplazados por la guerra en su país, surgió en 1991 el campo de refugiados de Dadaab, en Kenia, y se ha extendido y consolidado en la medida en que ha acogido a más desplazados somalíes a los largo del tiempo.
Desde entonces han pasado casi 25 años, tiempo en el cual Dadaab se ha convertido en un macro asentamiento con 500 000 personas, que en su vida diaria en el campo, desafían los términos de la tenacidad humana sobreviviendo en condiciones de inmensa pobreza.
A pesar de que el concepto de campo de refugiados implica una estancia transitoria, estos asentamientos han dado lugar a la formación de un macro campo del tamaño de una ciudad con pequeños mercados y algunos negocios locales.
En tantos años de existencia del campo se han desarrollado estos pequeños negocios y cada uno de los asentamientos cuenta con un mercado donde se venden y comercian productos alimentarios y artículos de primera necesidad.
Sin embargo, esto no resulta suficiente para todos y la situación de la alimentación en Dadaad es precaria, de acuerdo con un informe, de la ACNUR, agencia de la ONU para los refugiados, encargada de la gestión del campo.
Según apunta el informe de la ACNUR, al 70 por ciento de las familias del campo se les agotan los alimentos y recursos vitales de uso primario siempre antes del siguiente reparto de ayuda internacional.
Para sobrevivir en el campo, la mayoría de los residentes recurren a préstamos de sus vecinos, piden alimentos por adelantado o reducen al mínimo las raciones que ingieren si no tienen como comprar en el mercado y no desean pedir. Los más afortunados, que sí cuentan con ingresos, destinan el 73 por ciento de los mismos solo a la compra de alimentos.
A esta penosa situación alimentaria, se suma la atmósfera de peligro en que se vive. Dentro del campo, la vida diaria se reduce a doce horas públicas establecidas por un estricto toque de queda. Nadie sale de las casas antes de las seis de la mañana ni tras las seis de la tarde.
Hasta la actualidad, en estas condiciones en Dadaab han visto la luz ya dos nuevas generaciones de somalíes, y sus posibilidades de abandonar el campo son escasas.
De acuerdo con la ACNUR, la integración local sería la solución para que los cientos de miles de refugiados tuvieran una posibilidad de vida fuera de las lamentables fronteras de Dadaab.
Desde noviembre de 2013, está vigente un acuerdo concretado entre los gobiernos de Nairobi y Mogadiscio junto con la ACNUR, según el cual se garantiza el retorno seguro a Somalia de los desplazados que así lo elijan. Sin embargo, solo se han contado 2 .048 repatriaciones, pues el régimen político imperante en su país de origen les aterroriza.
La otra solución para abandonar Dadaab es que un tercer país le otorgue asilo internacional a los refugiados, un proceso largo que suele demorarse años y que no ha rendido los frutos necesarios.