Renaldy J. Gutierrez, Esq.
Especial.-
Renaldy J. Gutierrez, Esq.
Especial.-
Mientras nos preparamos para votar en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, los hispanos nos preguntamos si es lícito votar por Donald Trump. Algunos, tal vez aferrados a su afiliación con el partido Republicano podrían sentirse obligados a votar por Trump. Otros, Republicanos o no, posiblemente harán un juicio de valor y escudriñarán sus conciencias para ver si pueden votar por Mr. Trump. En este artículo deseo llegar a ambos grupos, para confrontarlos con la realidad conocida y con la incertidumbre, cuando menos, para todos los hispanos, que podría suscitarse en este país con una presidencia en las manos de Donald Trump. En efecto, realismo y conciencia informada apuntan a no votar por Mr. Trump. Veamos por qué.
Podríamos mencionar muchos aspectos preocupantes de la postura y actitudes manifestadas por Mr. Trump a lo largo de su campaña por la presidencia de los Estados Unidos, entre otros, una visión del mundo que enfatiza las oportunidades de sus propios negocios, la cual está muy lejos de una recta visión de Gobierno, de Estado, y todo esto en el país más importante del mundo; un desprecio a la mujer y a los inmigrantes; la infidelidad a principios básicos de su propio partido que lo ha alienado del mismo; un carácter belicoso que pareciera caracterizarlo como el mesías del Armagedón… Todo lo anterior es de suma importancia para ser considerado por los votante, pero lo que aquí nos interesa reflexionar es la postura de Mr. Trump con respecto a la inmigración hispana en los Estados Unidos y los derechos de estos como seres humanos, como personas que contribuyen a la grandeza de los Estados Unidos.
La realidad, en boca de Mr. Trump, nos dice que para él los inmigrantes mexicanos indocumentados son todos unos violadores y traficantes de drogas. Según esta noción amplia de toda inmigración de indocumentados del sur, mi amiga doña Rosita (que en paz descanse) quien cruzó la frontera rezando para que las autoridades de la frontera no vieran a su nieto de no más de siete años, provenientes de Nicaragua; ellos también caerían en una de esas dos categorías mentales del Sr. Trump, o de violadores o de traficantes, porque, según el Sr. Trump así son “todos los inmigrantes” que vienen de Mexico. Pero los que conocimos a Doña Rosita sabemos que ella nunca perteneció a ninguna de las categorías enunciadas por el Sr. Trump y menos su nieto que en aquel entonces tenías escasos años de vida. La lógica del Sr. Trump le falla al incluir en un mismo bolsón a “todos los inmigrantes indocumentados” que vinieron por México del sur, y esa lógica fallida podrá ser mortal para muchos inmigrantes, si las medidas migratorias del Sr. Trump se llegasen a implementar. Por lo que veremos más adelante, Mr. Trump, el Nuevo Sheriff del pueblo (¿“un nuevo Sheriff Arpaio”? ), pretende convertirse en “la ley” como lo veíamos en las películas del oeste americano. Veamos algunos indicios de esas medidas y de la aplicación de la fallida lógica de Mr. Trump.
No hace mucho el Sr. Trump descalificó al Juez Federal Gonzalo Curiel, de California, por no haber rechazado una demanda civil presentada en contra de Trump y de su universidad, por un grupo de demandantes que se sentían defraudados por él. Dentro del orden mental de Trump, el Juez Curiel, quien es de ascendencia hispana, no debería de conocer el caso por ser hispano, por odiarlo, tal vez por ser hispano o por haber dictado una decisión no favorable al Sr. Trump. Con esa actitud, con esa aseveración. el candidato Trump ha rechazado, no al Juez Curiel, sino uno de los elementos principales de la estructura fundacional de los estados Unidos, la separación de poderes, la independencia judicial y el respeto que todos los ciudadanos debemos a las Cortes de Justicia del país. Pero el Nuevo Sheriff del pueblo, Mr. Trump, seguramente dirá “yo soy la ley”. Y cuando un ser humano asume para sí la función de la ley, estaríamos entrando en el umbral de un poder sin control, ni chequeo, ni balance que es propio de los Estados Unidos. Semejante postura nos hace recordar aquel rey absolutista de Francia en los albores de la Revolución Francesa,, Luis XIV, quien afirmaba ser él mismo el Estado.
Pero en relación con los proyectos migratorios del Sr. Trump y nosotros los hispanos, hay dos que conviene resaltar, no solo por su perversa intención sino también por el telón de sombra que tiende sobre los hispanos en los Estados Unidos. La primer “reforma migratoria” anunciada por Mr. Trump es la erigir una muralla entre los Estados Unidos y México, para aislar al país de toda contaminación posible. Sobre el particular vienen a nuestra memoria otros muros que se erigieron en el mundo, como el muro de Berlín o el del Gueto de Varsovia, separando a los buenos de los malos, a los puros de los impuros; en definitiva se trata de una postura, de una medida migratoria que exuda racismo. Lo anterior choca precisamente contra la roca sobre la que se cimienta la Estatua de la Libertad en Nueva York y las palabras grabadas en su base contienden silenciosas contra las de Mr. Trump:
“Dadme los cansados, tus pobres,
Tus masas oprimidas que anhelan respirar la libertad,
Los miserables rechazados de tus playas.
Envíame a estos, los sin techo, los que la tempestad me los ha lanzado,
Yo levanto mi luz junto a la puerta dorada”.
La segunda “reforma migratoria”, dirigida a quien ya están adentro, vendría a consumar la “purificación” del ambiente, pues pretende llevar a cabo un programa masivo de deportaciones. Aunque posiblemente esa nueva medida migratoria sea más nosciva que la anterior, dividiendo familias, dejando esposas sin esposas o niños sin padres, al reunir dentro de una sola masa sujeta a deportación, a personas que pagan sus impuestos, cumplen con las leyes y tienen familias ya arraigadas después de muchos años de residencia en los Estados Unidos. Sería en definitiva una injusticia sobre injusticia. En contraste con lo anterior, se levanta la voz de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, la Iglesia, para quienes el inmigrante, documentado o no, es un hermano nuestro, más aún, es otro Cristo, o si se quiere “Cristo que pasa” a quien todos estamos llamados a reconocer como tal y a darle nuestra ayuda como personas y como país.
La mayoría de los líderes de la nación parecieran estar de acuerdo en que una Reforma Migratoria en los Estados Unidos es inminente y necesaria, para enfrentar el problema actual (de los millones de indocumentados) con una ley también actual, con unas regulaciones que valoren justamente el problema y respeten las aspiraciones legítimas del ser humano, de las familias, de los niños y de todos aquellas personas que han venido pagando sus impuestos y contribuyendo positivamente en el desarrollo de nuestro país. Sabemos que esa Reforma Migratoria será parte de la agenda del nuevo Congreso y de la nueva Administración. Y esta es precisamente una de las grandes expectativas de las masas de indocumentados que residen en los Estados Unidos, de nuestros hermanos hispanos que desean integrarse de una vez por todas, como sujetos de derecho, a la sociedad americana a la cual han contribuido con su trabajo decente y el cumplimiento de sus leyes. Ante este panorama clave para nuestro futuro como hispanos en los Estados Unidos, las palabras que han salido de la boca de Mr. Trump revelan en él a un candidato a la presidencia que no está bien equipado ni bien intencionado para buscar y menos encontrar una solución justa, para actuar con misericordia hacia los inmigrantes como imploraba un Pastor Evangélico que dejó de apoyar a Trump, frente al grave problema migratorio, que también es de todos. Por todo eso, estimo, un hispano americano no puede, no debe, votar por el Sr. Trump.
*Renaldy J. Gutierrrez, abogado de origen nicaragüense, residente en Miami, Florida. Fue Presidente de la Nicaraguan American Chamber of Commerce de Miami, Florida, y Presidente de la Inter-American Bar Association, de Washington, D.C.
(Nota: Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no representan las de las instituciones antes mencionadas).