Hay una bruma melancólica entre sus discos, un lamento extremo en su voz. Hay todavía un latido de tristeza elegante en sus canciones, por las que el tiempo pasa con respeto. Hizo suyo a José Alfredo Jiménez, que lloró en su timbre sus delirios de cantina y despecho. Lo quiso tanto que se enfadó, cuentan sus amigos, cuando se le hizo un homenaje en España y nadie le invitó a participar. A él, que lo había cantado tanto, que lo había escuchado tanto, que lo había admirado tanto. Era Enrique Urquijo, era la voz de Los Secretos, y se cumplen ahora 16 años de su muerte.
Fue un noviembre más triste aquel de 1999, porque Enrique apareció muerto en un portal de Madrid y eso era peor, incluso, que cualquiera de sus canciones. Tenía 39 años y había escrito al amor, a la soledad, a la nostalgia, y al olvido, con tanta belleza y realismo, que su amargura se volvía liviana y llevadera, y aún hoy ejerce de bálsamo entre quienes soportan las cargas endémicas de las cosas del vivir.
Como casi todos los melancólicos, Enrique tenía un gran sentido del humor que a veces, ácido y malvado, asoma incluso en las letras de sus canciones, que portan fama de desconsuelo. Desconcertante resulta el cóctel de arte y maldad que exhibe en ‘No quiero que me veas esta noche’: “Si te la encuentras y ella te pregunta / dile que estoy ahora mejor que nunca / que hay otra chica ya / aunque no sea verdad… me llamará”. Tampoco oculta su divertida venganza al viajar a amores del pasado, en ‘Ya me olvidé de ti’: “Ayer que te encontré, vencida y triste / sin una sombra ya de lo que fuiste / que me puse a pensar, desconcertado / ¿y de esto estuve yo enamorado?”. Irónico y genial en aquel ‘Sucedió al revés’: “Creías que podrías hacerme cambiar / hacerme dar los pasos que no quise dar / que estaba loco, que estaba loco / pero no lo suficiente para volverte a llamar”.
Con todo, lo propio de Enrique Urquijo y el sello de Los Secretos, cumbre del pop español de las últimas décadas, es su sensibilidad, y su capacidad para encontrar en las canciones la salida a los laberintos torpes del corazón. La única canción póstuma que nos dejó es vivo ejemplo de esa capacidad. ‘Hoy la vi’, donde narra un encuentro fortuito con una exnovia, extrema la sencillez del dolor cotidiano del desamor: “hoy la vi / y aunque no lo siento luego no pude dormir /
y las puertas del recuerdo cedieron al fin / y aquel miedo que sentía hoy vuelvo a sentir”.
Y una lección, pese a todo, su lucha, de la que poco ha trascendido, por culpa de aquel abrupto e injusto final. Enrique Urquijo había caído en la ratonera de los años 80, sucumbiendo como la parte más vulnerable de su generación a la peor de las adicciones. Sus intentos por renacer bien los conoce su familia, pero su vida nunca fue ajena a sus canciones. Así, en el último álbum que grabó con Los Secretos, firmó el que pronto se convertiría en uno de los himnos más grandes del pop español, ‘A tu lado’: “he muerto y he resucitado / con mis cenizas, un árbol he plantado / su fruto ha dado / y desde hoy algo ha empezado”.
Crepúsculo de melancolías, al recordar el ‘Agárrate a mi María’ que Enrique Urquijo dedicó en 1996 a su hija María, que había nacido dos años atrás, y que casi no he podido volver a escuchar desde aquel noviembre de luto de finales de siglo: “Agárrate fuerte a mí, María, / agárrate fuerte a mí / que esta noche es la más fría / y no consigo dormir… / Mañana cuando despiertes / estaré lejos, en fin / no creo que pase nada / de otras peores salí / si acaso no vuelvo a verte / olvida que te hice sufrir / no quiero si desaparezco / que nadie recuerde quien fui”. Lo terrible es que no, que de aquella prueba no consiguió salir. Lo justo y lo bueno, en cambio, es que, por supuesto, no hemos olvidado quien fue. De algún modo, todavía hoy revivimos en sus viejos discos y en los conciertos actuales de Los Secretos, todo el arte, el talento, y la belleza triste de su voz, que se nos escapó de golpe, entre las tinieblas y soledades de su otra ‘Calle del olvido’.