Cada proceso electoral que se realiza en Venezuela desde que la denominada revolución se hizo del Gobierno y acabó con la independencia de poderes, supone una lucha compleja para la oposición, que no solo se enfrenta al autoritarismo del Siglo XXI sino a una suerte de dilema interno que divide a los propios opositores entre los que consideran que el camino electoral es posible y quienes por el contrario no creen en salidas electorales y se refugian en las teorías de fraude.
Ante la división, el Gobierno aprovecha para utilizar un recurso que sabe utilizar a la perfección, el de la manipulación. Si acudes a las elecciones, le colocas el barniz democrático necesario y si no acudes, cedes los espacios ganados con tanto esfuerzo y refuerzas el estigma de oposición golpista, que la propaganda gubernamental se ha encargado de construir.
El reto es romper con el dilema, y para ello, además del amplio rechazo hacia el Gobierno y un amplio apoyo popular a favor de la oposición, tal como reflejan las encuestas, se necesita recurrir a la creatividad política para que el camino electoral sea viable con un mínimo de condiciones que no permitan torcer la voluntad popular.
Si bien las escasez y las largas colas son la mejor campaña a favor de la oposición, el esfuerzo debe estar en lograr que la comunidad internacional deje de participar como “mirones de palo”; que la presión popular se haga sentir frente a los abusos del Estado y del poder electoral; que el día de las elecciones la movilización ciudadana permita la observación en las mesas electorales y que la participación sea masiva para evitar la usurpación de identidad. La salida electoral a la crisis venezolana es posible, si hay fuerza suficiente para detener el brazo autoritario del Gobierno, acostumbrado a golpear a una oposición, que con sus aciertos y desaciertos, ha logrado crecer.