sábado 18  de  enero 2025
PERIODISTA Y ESCRITOR SATÍRICO

El gato

Aquella tasca tenía su encanto y sus paisanos, y su experto de barra en teorías de las conspiración y secretos profundos de la geopolítica planetaria

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Tiene mi jefe en The Objective la peculiaridad de llevarte a sitios extraños a hacer cosas raras. Con él todo puede pasar. Y así me ha pasado lo del gato. Que tengo aún los pelos como escarpias. Y vengo a contarlo porque si no, corro grave riesgo de implosionar y morir por autocombustión; y eso es exactamente lo que desearía el felino.

Aquella tasca tenía su encanto y sus paisanos, y su experto de barra en teorías de las conspiración y secretos profundos de la geopolítica planetaria. Apasionante materia. Había vino rico y cosas de comer muy embutidas, muy antiguas, y muy llenas de colesterol, o sea que estaba todo buenísimo. Había un baño, y en eso no era diferente al resto de las tascas, y un gatito disecado en un mueble de salón.

Sorprendido de madrugada en una sesuda conversación sobre la idiosincrasia de las guerras contemporáneas, tuve que decidir en un segundo. Entre ahorcarme con una ristra de lonchas de cecina o visitar el baño, me pareció más inteligente lo segundo, por más que la cecina estuviera de muerte. Caminaba yo con graves asuntos en la cabeza cuando apareció. Era un gato precioso y disecado; y ya saben ustedes que en materia gatuna, precioso y disecado son sinónimos. Ahí estaba sobre el mueble, negro, sus ojos azules, y su pose de gato de porcelana, pero con pelo.

Qué divertido soy y que guasa más grande arrastro, me digo, pararme en mi camino al baño, y diluir el tedio de esta madrugada haciéndome un selfie con este gatito disecado, con el que voy a romper el corazón de todos mis seguidores en redes sociales. De esta me corono, seguía rumiando, que va a ser el selfie de mi vida. Que igual lo presento a National Geographic y me dan el primer premio, si titulo esto ‘El hombre y el gato’, o algo así original y rompedor.

Enfocaba la autofoto con la mejor de mi sonrisas. La cabeza a la altura del gato y el cuerpo en escorzo. El selfie con gato disecado de toda la vida. Ahí estaba a punto de disparar la foto, cuando me dio la sensación de que el gatito se había movido un poco, como esos felinos articulados de los chinos que mueven la patita llamando a una puerta imaginaria. Solo podía ser fruto de mi imaginación o del vino dulce, por cuanto, si mi percepción fuera cierta, aquel bicho entraría en la historia felina por ser el primer gato disecado en mover una patita durante un selfie.

El escorzo, el móvil apuntando, el gato muerto y yo, oreja con oreja, sintiendo esos pelillos gatunos rozándome el lóbulo, y es tal vez el rozamiento de lóbulo más desagradable de mi vida. Disparé la cámara y lancé una ráfaga de fotos, pero en ellas, ni rastro del gato. Contra todo pronóstico, accionó un resorte en las patas y saltó a la mesa de enfrente, levantando el rabo y mirándome con aspecto de querer cobrarme derechos de autor.

Terror. Grima. Escalofríos. Mi cuerpo, paralizado por el pánico. A punto estuvo el gato de sacarse un selfie con un Itxu disecado. Que yo no soy Antonio Burgos, ni Umbral. Que el único gato con el que simpatizo es Silvestre, porque se quiere comer al bobo de Piolín, que es más cursi que un nenúfar. Y que aquel gato de la tasca, además, era mala gente, porque intencionadamente se había hecho el disecado, con objeto de poner a prueba mi resistencia cardiaca.

Supe después que era cliente habitual, que era gata, y que como cantaba Café Quijano, se llama Lola y tiene historia. Y tras el susto he recordado por qué las gatas morenas de ojos claros sólo me gustan en las rancheras de Enrique Urquijo y en los corridos de José Alfredo Jiménez. Las gatas con pelo y rabo se las cedo todas a mi jefe. Mi generosidad con los superiores es siempre infinita. 

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