miércoles 11  de  septiembre 2024
PERIODISTA Y ESCRITOR SATÍRICO

El primer posado del verano

Ya no se podía esperar más. Había miles de personas haciendo cola en las playas esperando a que me lanzara a las aguas y quedara inaugurada la temporada del sol, juerga, y baño. Espero describir bien lo ocurrido. Ahora como pienso en español, hablo en español, y escribo en español es probable que se pierda algo en la traducción.

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Hasta que no salía Anita Obregón en bikini no empezaba el verano. Es lo que se puso de moda en la española de los 90. Ahora la actriz sigue saliendo en traje de baño al comienzo del estío pero ya no maneja el sol a su antojo. Otros hemos ocupado su lugar, peleando a conciencia por conseguir un cuerpo como el de Cristiano Ronaldo, pero sin el Eurotúnel entre las piernas, y con el cerebro de Dave Barry después de tres noches de cerveza. Y me ha tocado hoy, hace unos minutos, todo el montaje de la sesión fotográfica playera para inaugurar la temporada. Ya no se podía esperar más. Había miles de personas haciendo cola en las playas esperando a que me lanzara a las aguas y quedara inaugurada la temporada del sol, juerga, y baño. Espero describir bien lo ocurrido. Ahora como pienso en español, hablo en español, y escribo en español es probable que se pierda algo en la traducción.

He llegado temprano a la playa. Arena blanca, diseñadores que han debido dedicar demasiado tiempo a vestir a los demás y se han olvidado de que su propio atuendo no atente contra la Convención de Ginebra, y una nube de fotógrafos inquietos de acento extraño. Al llegar, un pequeño vestuario portátil. Un taburete y un espejo. El traje de baño, azules y flores amarillas estampadas. Frente al espejo, maquilladoras, y un par de resoplidos. Y toalla blanca al hombro. Con estilo, con garbo, con clase. Ha llegado el momento de triunfar. Salgo y se hace el pánico. Chillidos. Varios desmayos. Algunos salen corriendo entre las dunas. Comprendo. Me he dejado el traje de baño en la percha del vestuario. Doy dos rápidos brincos hacia atrás y vuelvo a entrar al cambiador. Solvento el olvido. Gravísimo olvido. Salgo de nuevo. Miradas recelosas. Rostros largos. Comienza la sesión. Ahora sí.

Primero me piden que me agache en el suelo, como si estuviera a punto de lanzar los bolos. Y que mire al mar. Lo segundo es más fácil que lo primero. Se oyen los clic, clic de las cámaras. De pronto, uno de los diseñadores salta del enjambre y viene decididamente hacia mi posición de lanzador de bolos. Se pone a mi altura. Me tuerce el gesto de la cara con las manos –probablemente no hay nada que me resulte más embarazoso-, y finalmente me recoloca un pliego presuntamente adiposo que cuelga felizmente por el flanco noroeste. Lo empuja, pero el pliego vuelve a salir. Es entonces cuando tenso la musculatura y desaparece. Y levanto dos veces las cejas mirando fijamente al diseñador. Me ha entendido. Se retira. De nuevo se disparan los flashes. Caras de satisfacción entre los organizadores del evento. Los patrocinadores comienzan a emborracharse.

Pregunto por el chiringuito. Pido una cerveza. Dos responsables de escenario me dan un poco de agua y me llevan inmediatamente a otro ángulo de la playa. Llevamos media hora de sesión fotográfica en la orilla y yo trato de devolverle el título de inauguradora del verano a la Obregón por Twitter pero ni responde a mi oferta. Así que sigo posando como un idiota, ahora agarrado a una roca, con cara de tigre asilvestrado buscando una presa a la hora del desayuno. Uno de los diseñadores, muy optimista, me pide que saque más músculo. Lo hago con todas mis fuerzas. El bíceps no impresionaría a un culturista, pero los artistas están muy contentos con el reflejo del sol sobre el ángulo del cateto de mi hipotenusa. Así que vuelven a untarme a maquillaje para la definitiva, que llevamos ya más fotos que la hermana de la Kardashian, que confesó ayer que se saca 500 selfies cada vez que tiene que subir uno las redes. Se defiende diciendo que tiene 27 millones de seguidores. Lo que quiera. Pero no inaugura el verano.

El posado está listo y las fotos han quedado de vértigo. Me retiro satisfecho. En la elegida salgo lanzándome en plancha al mar desde el lomo de un tiburón. Supera eso, Anita. Cuerpo rígido. Músculos en tensión. Traje de baño impecablemente enfundado, adivinando prominentes músculos cuyo nombre no recuerdo. Al fondo varias chicas lanzan sus sombreros al aire en señal de lanzar sus sombreros al aire. Al verlas, todos deducimos que están lanzando sus sombreros al aire. El sol está en esa inclinación perfecta que hace que su estela me pase exactamente por debajo de la perpendicular de mi ombligo, recortando mi silueta de incontrolable belleza sobre el infinito mar azul. Ni Anita Obregón, ni Pamela Anderson, ni Enrique Iglesias. Cambio de ciclo, como dicen los académicos. Ahora me oculto en un lugar secreto, por seguridad, esquivando miles de invitaciones a conectar en las redes sociales con bellezas de todo el planeta, y convertido en el símbolo de una nueva generación de top models: la Generación Filtro Milagroso de Instagram. 

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