Dijo el escritor Paulo Coelho: “Cuando alguien desea algo debe saber que corre riesgos y por eso la vida vale la pena”, es ineludible. No existe rosa sin espinas, caminos sin obstáculos. Es la proyección, la meta, el enfoque, el sacar provecho de las distintas situaciones por enrevesadas e imposibles que parezcan, condimentos en la gran receta del éxito, la superación personal, la felicidad. Conversar con José Antonio García te transporta a otros escenarios, el verbo descriptivo te envuelve en la dramaturgia. Es, irreductiblemente, dibujar con palabras la anatomía de un recuerdo. “Crecí en La Habana Vieja, pero nací en España, en Salinas, un pequeño pueblo de Asturias”.
“Éramos varios, pero nada sucede al azar. La razón por la que vine de esta manera fue que cuando mi padre se contactó con mi familia en la península allá por el 1961, ellos le dijeron: - Florián (era su apodo aunque se llamaba igual a mí), puedes venir por supuesto, pero déjame darte una advertencia, las oportunidades en España son limitadas, no solamente en cuestión de trabajo o economía sino en materia de la educación para tus hijos - El costo de la educación era mínimo en esa época, pero la estancia en las ciudades principales representaba todo un desafío. Entonces, él toma el consejo de su otro hermano que estaba en los Estados Unidos y, como era ciudadano cubano, pidió un permiso especial al Departamento de Estado para poder sacarnos del país, a pesar de que ellos, mis padres, no podían salir, no por estar vinculados a la política o al gobierno, sencillamente porque eran comerciantes y tenían su negocio. Yo vine con mi hermano. Tenía en ese entonces 15 años y mi hermano 12”.
José Antonio, mira alrededor de su oficina personal, tonalidad caoba, repleta de libros, esperando quizás la próxima pregunta: - ¿Qué recuerdas? – “La pecera – dijo de inmediato - como si fuera hoy, te despedías y podías ver a tus padres del otro lado del cristal, pero también a una gran cantidad de personas gritando improperios. Era como estar en una película de Buñuel, como si no estuvieras en algo real. En ese momento no te das cuenta de muchas cosas, yo pensé, por ejemplo, que era una aventura. Persona por persona te llamaban, ibas a una mesa, te pedían los papeles. Cuando me tocó el turno, un funcionario me dijo: - ¿Qué es lo que tienes puesto? - Una cadena de mi mama, respondí” – Cuenta como se la arrebató sin dejar siquiera que se la quitara: - Esto se queda aquí – rememora – la arrancó y la puso en una caja donde iba tirando las cosas que decomisaba, me da la impresión de que mucho de esas reliquias o joyas ellos se las quedaron para sí. Debajo de la suela de mi zapato tenía 50 dólares menos mal que no me revisaron los pies – sonríe.
Esos fueron los últimos instantes en Cuba: “Montamos en un avión de la “Panamerican”. Me recuerdo que al lado mío estaba un señor leyendo una edición del New York Times y yo me di cuenta de que ese señor pertenecía al gobierno o tenía algún tipo de responsabilidad en la aerolínea porque todos venían a darle información durante el vuelo. De igual forma me di cuenta de que ya mamá y papá no estaban allí. Llegamos a Miami. Nos hacen sentarnos en una acera. Esa sensación no la olvidaré jamás, nos trataron bien, pero era muy frío, muy técnico. Allí estuvimos como tres horas porque estaban esperando a otros niños y nos agruparon a todos al final del día. Nos montamos en un autobús y nos llevaron a los que nosotros le llamamos en ese momento, Kendall. Yo, a cada rato paso por allí, es hoy un parque en Sunset y la 117 avenida, antes era como una selva. Allí viví, en ese lugar administrado por la iglesia católica. En el caso de nosotros, de mi grupo, nos asignaron los hermanos Maristas. No era ese solo lugar, había otros” – José Antonio se adentra en las imágenes que vuelan frente a sus ojos, una manera tal vez de soñar despierto; y agrega – “Estuvimos un año y medio, hasta que por fin mi padre pudo venir. A mi mamá, el gobierno le dijo: no te puedes ir todavía. Ella se demoró otros 5 meses. Al momento de la llegada de papá, de Kendall nos habían mudado a Opalocka, a una zona de edificios militares que al lado tenía una reja de acero. Y es que el otro terreno era un centro de detención donde procesaban a los cubanos e investigaban sus antecedentes. Mi padre estuvo allí tres noches. Lo sé porque nos hablábamos a través de la cerca. Ahí lo vi por primera vez. La historia del cubano inmigrante ha sido trágica pero la mayoría hemos aprovechado esa experiencia”.
Se hace una pausa en la conversación. José Antonio busca en sus reliquias: - Mira, esto lo encontré arreglando mis papeles. Mi primer documento, el parole”.
“Ya todos reunidos, en Miami no había nada que hacer, era un pueblo de campo. Aquí no existía nada. Este pueblo fue desarrollado por el poder de trabajo, el sacrificio, el esfuerzo de la población latina” – dice José Antonio.
“Papá lavó platos en el Fontainebleau. Llegaba a la casa y se reía: -yo lavo platos, el que bota la basura es médico; el de la izquierda es abogado, el otro arquitecto. El cubano que llegó en esos momentos venía dispuesto a hacer lo que fuese para echar para adelante. Después nos fuimos entonces para Nueva York”.
José Antonio cursó el bachillerato y cuando se graduó empezó la universidad en la noche: “Tenía que ayudar a mis padres era mi obligación moral, tenía que buscarme un trabajo”
Luego llegó la guerra de Vietnam: “recibo una carta del gobierno que debo ir al servicio militar, pase dos años en Colorado”.
Después de concluida la etapa militar, José Antonio matriculó en la universidad y se graduó de administración de empresas. Consiguió entrar en una importante empresa norteamericana y, de noche, se aventuraba en una maestría en St Johns. Entonces, una guerra interna, lo mantuvo inquieto: “Uno se va dando cuenta que, en grandes compañías eres otro número, miles de buenos empleados. Escalar y superarte son palabras mayores porque la competencia es enorme. Tenías el salario, las comodidades, pero estaba inconforme. Yo me decía: ¿Por qué no me busco una empresa que empiece y me pruebo a mí mismo si sirvo o no en lo que hago? Cosas de la vida, un amigo me dijo que había una empresa que acababa de abrir padre e hijo: - es una estación de radio en Nueva York, piensan comprar otra en los ángeles y necesitan una persona con domino en temas económicos. Entrevístate con ellos, puede ser una posibilidad, aunque te repito, a lo mejor en seis meses explotan”.
Era 1984, cuando José Antonio García se entrevistó con Raúl Alarcón, se SBS (Spanish Broadcasting System) y obtuvo el puesto de jefe de finanzas: “Me involucré, buscamos prestamos, proyecciones a futuro, con el tiempo los bancos nos dijeron por que no nos hacíamos públicos porque teníamos la estructura y el crecimiento necesario para atraer capital. Al irte publico obtienes una manera de financiamiento basado en la venta de acciones que es más eficaz en algunas veces. Eso fue en el 99 y en el 2002 Nasdaq, donde cotizábamos el stock nos admitió. Invitaron a Alarcón, por supuesto, pero él me dijo que fuera yo, a tocar la campana. Fue muy interesante y constituye un orgullo, mi firma en medio de Times Square”.
José Antonio, muestra las fotos que inmortalizan el momento, y confiesa sentirse atraído, hoy, por los medios: “Me retiré hace dos años como jefe administrativo, pero todavía sigo como un director dentro de la compañía, siempre estoy al tanto de lo que está pasando”.
Durante la entrevista, su esposa, se mantiene al tanto, pendiente, detallista: “Tengo dos hijos de un matrimonio anterior, uno de 40 otro de 32 y mi esposa Lourdes, me dio el regalo de Alexia que ahora tiene 28” – sostiene – “Me siento dichoso de tener esta familia, no sé como explicarte que estoy feliz, espero que Lourdes y mis hijos sientan los mismo conmigo”.
- Si ahora estuviéramos en el 61 y fuera Alexia el adolescente que eras ¿Tomarías la misma decisión? – pregunto -Sería muy difícil para mí hacer eso, lo confieso.