miércoles 26  de  marzo 2025
PERIODISTA Y ESCRITOR SATÍRICO

Muertos pero iluminados

MADRID.- Según los autores de la investigación, los que disfrutamos de la peligrosísima práctica de la lectura en iPad cada noche, estamos arriesgando nuestro reloj biológico.

Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

MADRID.- Ahora hay que apagar las luces. Leo que científicos de una universidad de cuyo nombre no quiero acordarme –esta broma no la ha hecho ningún columnista en España esta semana- acaban de publicar un informe que advierte de los terribles efectos de exponerse a luz artificial en plena noche. Diabetes, trastornos depresivos, obesidad total, y por supuesto cáncer. Lo típico.

El enemigo de esta semana es ese aparatito con el que nos metemos en la cama y en el que leemos un poco antes de dormir. Al parecer esto provoca interrupciones en los ritmos circadianos, y tal cosa debe ser terrible, a juzgar por la cara que ha puesto mi doctor cuando le he preguntado por el asunto. Según me ha explicado, el ritmo circadiano coordina en nuestro organismo tareas programadas en tiempos circulares de veinticuatro horas. A mi se me han iluminado los ojos al escucharle, pensando que quizá tendría algún ritmo circadiano dispuesto a cocinar y barrer la casa cada día mientras yo me tomo una cervecita, pero por lo visto no es exactamente así. Las tareas afectadas son cosas como la temperatura corporal, la reparación celular, y la actividad del sistema inmunológico. Más o menos lo mismo que hacen esos antivirus tan populares cuando los programas para que te ralenticen el ordenador cada mañana, a la hora en la que tienes más trabajo.

Según los autores de la investigación, los que disfrutamos de la peligrosísima práctica de la lectura en iPad cada noche, estamos arriesgando nuestro reloj biológico. No es gran cosa esta pérdida en mi caso, porque hasta hoy desconocía también que mi organismo guardaba tan complejo mecanismo de ruedas dentadas en su interior. A la luz de la investigación –reparen en lo oportuno de la metáfora-, este reloj reacciona y ordena nuestra vida bajo la influencia de la luz natural, y esa pequeña luciérnaga pegada a la retina cada noche podría estar achicharrando y confundiendo sus irascibles sensores.

“Todo cambió con la electricidad”, aventura el autor del estudio, y resulta apenas reprochable. Porque todo cambió con la electricidad menos una cosa: los estudios científicos que descubren, por unas u otras razones, que al final vamos a morir de algo. Y lo que no podíamos imaginar es que fuera de esto. De esto también.

Termino de leer el informe y recorre mi cuerpo un aterrador escalofrío que parece bastante más dañino que las luces nocturnas, pero no dispongo de datos que lo corroboren, más allá de la certeza de tener de pronto la piel rugosa, como los bajos de un gallo saltando una hoguera de San Juan. No podía imaginarme que a mi reloj biológico se le atragantaran los circadianos, o como sea eso que ocurre cuando estás a punto de morir y no sabes exactamente de qué. 

Que según lo que estos respetables señores han descubierto ahora, cada noche los cuervos de la muerte pasean por mi cama, ante la ingenuidad de mi solaz literario. Así, mientras yo disfruto leyendo a Evelyn Waugh en mi iPad en la penumbra, mi cuerpo se cree que es de día y que va a salir el sol. Y mis circadianos preparan la temperatura de mi cuerpo para levantarme y empezar el día con cereales, café, y zumo, y al no recibirlo mis células se lanzan al vacío desde lo alto del esófago, muertas de hambre, y el sistema inmunológico decreta la alerta roja a todos los niveles, al tiempo que las células que no se han suicidado se vuelven locas y empiezan a temblar de miedo, como los iconos del iPad cuando los presionas durante más de tres segundos seguidos. Y si nadie lo detiene, en breve, justo antes de que empiece a llover lava desde el cielo y la tierra se abra bajo nuestros pies, todo este desajuste acabará en una enfermedad terrible, crónica e incurable, que me tocará sufrir por los siglos de los siglos, y supongo que toda la culpa la tendrá Evelyn Waugh, que jamás debió escribir novelas tan divertidas, sabiendo que existirían científicos empeñados en demostrar que vivir perjudica seriamente la salud.

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