jueves 9  de  enero 2025
ANÁLISIS

El poder devastador de las palabras

La palabra pogromo, que creíamos desaparecida, revivió en Israel el pasado 7 de octubre junto a las palabras “odio” y “muerte”

Por Edgar Cherubini Lecuna

Pensaba que no volvería a escuchar la palabra Pogrom, pero desde el siete de octubre, después de las masacres cometidas por Hamás en Israel, los medios de comunicación imparciales pronuncian esa terrible expresión. Históricamente, el término se refiere a los ataques violentos y asesinatos cometidos contra comunidades judías en Alemania y Rusia. Basta con recordar la violencia orquestada en calles y barrios judíos, conocida como la Kristallnacht o “la noche de los cristales rotos”, una serie de linchamientos y ataques combinados ocurridos en la Alemania nazi y también en Austria, durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, así como otros pogromos cometidos por los Einsatzgruppen o “equipos móviles de matanza” que complementaban la política nazi de eliminar sistemáticamente a comunidades judías de la faz de la Tierra. La etapa superior de los pogromos fue la creación de los campos de exterminio donde fueron asesinados más de 6 millones de judíos, incluyendo 1.500.000 niños.

En relación con este nuevo pogromo del 7 de octubre en la frontera con Gaza, no solo fueron los terroristas de Hamás los que perpetraron los ya conocidos y documentados crímenes y actos de sadismo en los Kibutz vecinos a la frontera, sino que centenas de civiles palestinos, la mayoría jóvenes, se unieron a los atacantes, apoyándolos en la matanza y saqueos. Algunos de ellos hablaban hebreo, tenían permisos para trabajar en los Kibutz fronterizos y conocían perfectamente a las familias que los empleaban porque éstas creían profundamente en el diálogo pacífico y en la convivencia con los palestinos. Pero, antes de seguir, defino el término Kibutz para quienes no están familiarizados con él. Un kibutz es una comuna agrícola que se guía por valores de responsabilidad social y comunal, igualdad y cooperación. Se trata de una sociedad voluntaria en la que las personas viven de acuerdo con un contrato social específico, basado en principios igualitarios y comunitarios bajo la premisa de que todos los ingresos generados por el kibutz y sus miembros van a un fondo común. Esos ingresos se utilizan para gestionar la comunidad y realizar inversiones. Estas comunidades surgieron a principios del siglo XX, cuando grupos de sionistas socialistas llegaron a la región para construir un Estado judío. Actualmente existen cerca de 270 kibutz en Israel y están ubicadas en zonas fronterizas con Cisjordania, Gaza, Siria y Líbano.

El sábado 7 de octubre, durante la festividad judía de Simchat Torá, Hamás lanzó un ataque coordinado contra varios Kibutz, mientras masacraban a 260 jóvenes que celebraban un festival musical ¡por la paz con Palestina! Las chicas fueron violadas y posteriormente quemadas, otros fueron secuestrados y llevados a Gaza, donde Hamás ofrecía recompensas de 10.000 dólares por cada rehén. Se estima que Hamás mantiene secuestradas a más 250 personas. La buena voluntad de los granjeros israelíes de ofrecerle oportunidades de trabajo, educación, asistencia médica y superación a los palestinos, integrándolos a sus comunidades, pensando en la convivencia pacífica con sus vecinos que a diario se trasladaban desde Gaza, fue vilmente traicionada. La lección de esta tragedia es que, al religioso fanatizado, es imposible llevarlo al terreno del diálogo y de la negociación. En los Kibutz, los terroristas actuaron con sadismo, violando a niñas y jóvenes, decapitando bebés y mutilando a niños frente a sus padres. El mayor Doron Spielman de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), declaró: “Así como Auschwitz fue el símbolo del Holocausto, el Kibutz Be’eri será el símbolo de este pogromo”.

Los hombres y mujeres que forjaron unas granjas modelos y transformaron el desierto en campos florecientes, abriendo sus brazos y brindando oportunidades a palestinos, se encuentran hoy en contenedores refrigerados apiñados junto a miles de cadáveres, entre éstos, los restos carbonizados que muestran, gracias a una tomografía computarizada, los restos de un padre y un niño que fueron atados y quemados vivos por los terroristas. Recordemos que Hamás, pasando por encima de la Autoridad Palestina, no reconoce la existencia del Estado judío y se ha trazado como objetivo su aniquilación, reflejado claramente en los artículos de su Constitución, aprobada en 1988, documento que revela el fanatismo de esta organización. El Preámbulo de ésta, expresa: “Israel existe y seguirá existiendo hasta que el islam lo extermine, tal como ha exterminado a otros anteriormente”. En el Artículo Siete: “Hamás es uno de los eslabones en la lucha contra el invasor sionista. El Profeta ha dicho “El Día del Juicio Final no llegará hasta que los musulmanes maten a todos los judíos que se esconden detrás de piedras y árboles. Las mismas piedras y árboles dirán, ¡Oh, musulmanes! Hay un judío detrás de mí. Ven y mátalo”.

La guerra deteriora unas palabras y hace fuerte a otras. Podríamos evocar hoy al dramaturgo Arthur Adamov (1908-1970), cuando afirmaba que las palabras no son inmortales ni invulnerables. Las palabras, como los hombres, sufren, se enferman, unas sobreviven, otras no tienen salvación y mueren. La palabra pogromo, que creíamos desaparecida, revivió en Israel el pasado 7 de octubre junto a las palabras “odio” y “muerte”. No permitamos que las palabras “libertad”, “democracia”, “justicia”, “paz”, “honor”, “dignidad”, “verdad”, sufran, se deterioren o desaparezcan. Frente al mal, el horror y el silencio que éste impone, nos vemos impulsados a afirmar nuestra humanidad y nuestra dignidad armados de palabras, como un dictado infalible de nuestra propia supervivencia espiritual, moral y cultural en el ejercicio de nuestra libertad y de nuestros valores.

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