La frustración de Fidel Castro con los soviéticos, en 1962, por la forma en que Nikita Kruschev manejó la solución de la crisis de los misiles, ignorándolo totalmente, movió a Castro a un acercamiento con los chinos que, en ese entonces, sostenían un serio diferendo con los soviéticos por su alejamiento de la línea estalinista, de la que Mao Zedong era un ferviente simpatizante.
Los chinos, que vivían rechazados por la mayoría de los países del mundo, recibieron el acercamiento cubano con satisfacción y no dudaron en resolverle a Castro la tremenda escasez de arroz que padecía Cuba. Las relaciones fueron cálidas y como era usual en la época, caracterizadas por frecuentes visitas de delegaciones que firmaban numerosísimos acuerdos que raramente se cumplían. Pero, en la medida en que la crisis económica cubana se agudizaba, se le hacía más difícil a los chinos satisfacer las demandas crecientes de ayuda que Castro les pedía. Eventualmente, en 1966, Castro se alejó de los chinos y retornó a la esfera soviética convencido de que eran los únicos que podían sostener su régimen económicamente.
Las relaciones chino-cubanas se mantuvieron, por varios años, dentro de un marco formal y casi distante, especialmente desde que China Comunista inició su período de reformas económicas, bajo Deng Xiaoping, en la década de los años 80. En esa época las relaciones de Castro con la Unión Soviética de Brezhnev eran excelentes. El régimen castrista observaba el experimento chino de las “Zonas Económicas Especiales” con cautela y desconfianza, sin entender la maniobra política china para salvar su sistema totalitario comunista.
Las relaciones chino-cubanas quedaron en el congelador luego del derrumbe de la Unión Soviética hasta que, en el 2004, Castro se dio cuenta de que los chinos empezaban a aplicarle los frenos a las reformas económicas y que retomaban la línea ortodoxa comunista. En noviembre de ese año, el líder comunista chino, Hu Jintao, viajó a la isla y se reunió con Fidel Castro. El “reencuentro” fue de mutuo entendimiento. Hu estuvo de acuerdo en realizar una inversión de $500 millones para completar el proyecto niquelífero de “Las Camariocas” en el este de la isla, que los soviéticos habían dejado inconcluso.
Inmediatamente, el comercio y la colaboración china crecieron. En el 2005 el comercio alcanzó los $777 millones y se firmaron acuerdos para crear empresas conjuntas en el área de la biotecnología. Cuba adquirió en China 100 locomotoras evaluadas en $130 millones, consiguió 1.000 autobuses y adquirió 30.000 refrigeradores.
En el 2007, viajó a Cuba Wu Guanzheng, alto miembro del Buró Político chino y, al año siguiente, Hu Jintao volvió a la isla y la complacencia mutua se tradujo en una sustancial ayuda a la dictadura cubana. Hu le donó $8 millones en ayuda para resarcir los daños causados por un huracán, le concedió una extensión de 5 años para el pago de una deuda de $7 millones que arrastraban desde marzo de 1998, le extendieron por 10 años más el pago de varias deudas comerciales que databan del 1994 y 1995, y le entregaron un crédito de $70 millones para reparar hospitales.
Hasta esa época, el régimen castrista veía a China comunista de la misma forma que veía a la Unión Soviética: un aliado que, por afinidad político-ideológica, debía solventar las necesidades económicas de quien se enfrentaba, en primera línea, al “imperialismo yankee”.
Sin embargo, algo importante ocurrió, políticamente, entre Cuba y China con la llegada al poder de Xi Jinping en noviembre del 2012. Xi recrudeció la persecución contra la disidencia interna, extendió el control del Partido Comunista a todos los ámbitos de la sociedad y obligó a que las corporaciones extranjeras que operaban en el país le transfirieran a China sus tecnologías. El régimen castrista estaba regocijado.
Casi inmediatamente, Xi inició una nueva “revolución cultural” que el Partido respaldó plenamente y aprobó para que el nombre de Xi y su ideología se incluyeran en la Constitución como “pensamiento”. Ese reconocimiento solamente lo había recibido Mao Zedong. Para el castrismo cubano, China estaba de regreso al marxismo-leninismo más duro. Y, para que no quedaran dudas de la decisión totalitaria de Xi, removió de la Constitución los límites de tiempo que podía permanecer en el poder. Otra gran satisfacción para el castrismo.
Un importante paso de Xi hacia la ortodoxia comunista fue la erradicación de la religión. Las iglesias católicas fueron destruidas o privadas de cruces e imágenes. En su lugar se colocaron fotografías del “líder del pueblo, Xi”. Los templos budistas se convirtieron en lugares de adoración para alabar al Presidente de China, Xi Jinping, “de por vida”. Sus fotografías adornan las paredes y las bocinas suenan con la voz (el Pensamiento) de Xi, no el de Buda, para que los monjes lo mediten.
Una señal de cómo avanzaban las excelentes relaciones entre China y Cuba es que, bajo Xi, el comercio se duplicó. En el 2015 China exportó a Cuba más de $1.900 millones. En el 2016, el Premier Li Keqiang viajó a Cuba y firmó 30 convenios comerciales que convirtieron a China en el segundo mayor socio comercial del régimen castrista. Y, en el 2017, llegó a la isla Zhu Qinggiao, que es el responsable de la supervisión de todas las relaciones de China con los países al sur del Río Bravo, es decir, toda Latinoamérica, incluyendo a México. Zhu declaró en Cuba que “China tiene como objetivo de largo plazo edificar un nuevo nivel de relaciones con el continente, enfocadas en la política, la economía, el comercio, la cultura, la cooperación y los asuntos internacionales”. Que China haya escogido a Cuba como tribuna para dar a conocer sus objetivos en Latinoamérica, enseña que nuevamente Cuba se erige como una plataforma de intervención comunista en la región.
Y como para confirmar que volvía a Cuba la “Guerra Fría”, de la mano de China, en ese mismo año 2017, China comenzó la construcción de una antena parabólica gigante para interceptar señales SIGINT en las cercanías del pueblo de Bejucal, al sur de La Habana. La antena sirve para el seguimiento de misiles, para interceptar enlaces satelitales ascendentes y descendentes, comunicaciones por radio, seguimiento de objetos por el espacio y, en algunos casos, para interrumpir comunicaciones vía satélite. Entre el 2015 y el 2017 se realizaron numerosas visitas recíprocas de altos jefes militares chinos y cubanos.
Otra base china opera en el área de Santiago de Cuba, centrada en la vigilancia de los satélites militares estadounidenses.
Y, para que no queden dudas del grado de colaboración e integración, al más alto nivel, entre Cuba y China comunista, al primer país del mundo que Xi Jinging llamó para hablar sobre el coronavirus, fue a Cuba. Habló con Miguel Díaz-Canel y con Raúl Castro el 29 de febrero pasado.
El nuevo rol de Cuba en la penetración comunista en América Latina, ahora de la mano de China, es un hecho, como también lo es que Cuba sirve de plataforma, una vez más, para el espionaje contra los Estados Unidos. ¿Quién dijo que la Guerra Fría había terminado?
De esta situación se deriva un importante mensaje para el exilio: la ortodoxia comunista ha regresado a Cuba. Aquellos que piensan o calculan que habrá reformas económicas y/o políticas, deben revisar sus estrategias. El desafío comunista de China, usando a Cuba de plataforma, es mayor que el de la Unión Soviética en su época porque China sí tiene los recursos económicos que no tuvieron los soviéticos. El momento requiere de mucha información y de alianzas que le permitan al exilio la fuerza necesaria para frenar el curso actual que lleva la tiranía castrista de Cuba.
Para América Latina, también se deriva un importante mensaje: Cuidado con la penetración China, infórmense de la experiencia que tuvieron los africanos ante semejante ola inversionista china, para que prevean consecuencias. Y, si algún país latinoamericano cree que no hay alternativas, miren hacia Taiwán, que ofrece colaboración y ayuda sin las implicaciones políticas e intervencionistas de China comunista.
El autor es diplomático, analista y expreso político cubano